Ocurre en todos los ámbitos de la vida. Figuras imprescindibles eclipsadas por las gestas de sus coetáneos o devorados por el inexorable paso del tiempo. Quizá no conozcan a Bogdan Jankowski, pero Polonia llora hoy la pérdida de una de las grandes personalidades que hicieron posible la edad dorada de su alpinismo, aquella marcha arrolladora que comenzó tras la caída del Telón de Acero, en la que conquistaron las grandes cimas del Himalaya. Ya fuera en el crudísimo invierno o en ascensiones pulcras y livianas, su generación nos hizo pensar que aquellos polacos eran criaturas especiales, casi extraterrestres, inmunes a las miserias de los ambientes viciados de la altitud.
Bogdan Jankowski (1938-2019) ha fallecido a los 81 años y su legado va mucho más allá de haber participado en algunas de las más legendarias expediciones que se recuerdan. No sólo formó parte del equipo que, liderado por Wielicki y Cichy, asaltó el Everest por primera vez en invierno, fue también quien le enseñó que era aquello del alpinismo a Wanda Rutkiewicz, para muchos la más audaz montañera que ha existido.
Montañero, fotógrafo, instructor e inspirador de jovenes alpinistas, Jankowski utilizó sus conocimientos como técnico en electrónica (trabajó en la Universidad de Wroclaw), para catapultar los sistemas de comunicación en aquellas remotas geografías de los Himalayas. Comenzó su carrera alpina en 1959 en, como no podía ser de otra manera, los rigurosos Tatras, donde abrió nuevas rutas antes de sentirse lo suficientemente firme como para enfrentarse a líneas improbables de los alpes como la Brown-Whillans de la Aiguille de Blaitiére, esa fisura pavorosa que se dispara al cielo por el pilar oeste.
El sentimiento de la montaña
Tras aquellas formidables ascensiones, fue recultado para las grandes expediciones de alta montaña. Viajó al Pamir, donde llegó a la cima de varios cincomiles vírgenes, antes de ascender el Pico Lenin. Sólo un año más tarde formó parte de la cordada que coronó el Kunyang Chhish (7.852), una pirámide hercúlea y esquiva del Karakorum que todavía hoy atrae la mirada del alpinismo de vanguardia. En el 74, ese soñador incontenible que era Andrzej Zawada se lo llevó al Lhotse, donde intentaron firmar la primera ascensión invernal de la historia. La expedición llegó a superar los ochomil metros de altitud en una aventura que se presumía imposible hasta que Wielicki y Cichy reventaron los paradigmas de lo que es capaz de aguantar el ser humano en el Everest. El K2 y el Nanga Parbat, quizá los dos grandes baluartes de la inaccesibilidad, también conocieron la tenacidad de Bogdan.
Por sus méritos deportivos recibió numerosas condecoraciones, entre ellos la Cruz de Oro o el premio "Fair Play" del Comité Olímpico Polaco, pero más allá de las frías cifras y reconocimientos, nos quedamos con una personalidad que ha definido perfectamente la revista Gory: "Un hombre maravilloso, cálido, y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Así es como lo recordaremos". Gracias a sus relatos y fotografías muchos pudimos sentir la atmósfera de aquellas expediciones pioneras, de aquellos eventos felices o dramáticos que finiquitaron las grandes exploraciones del siglo XX. Pudimos compartir el sentimiento de la montaña.
Descansa en paz, leyenda.