El Cerro Kishtwar, en la India, ha sido un codiciado objeto de deseo de la vanguardia alpina. Tipos con ganas de dar pábulo a la auténtica aventura se han acercado a sus peliagudas laderas en la última década. Hasta los 6.173 metros, donde concluyen sus incógnitas, se acercaban Stephan Siegrist, Thomas Huber y Julian Zanker, quienes estrenaban una nueva ruta el pasado año, muy exigente y directa, por su vertiente Noroeste. En 2015, Marko Prezelj hacia lo propio: encordándose a Hayden Kennedy, Urban Novak y Manu Pellissier (cordada de quilates donde las haya), inaguraban una durísima línea por la cara Este.
Precisamente una foto de aquella expedición inspiró al japonés Genki Narumi, que ya no quitó sus pupilas curiosas de la montaña. "Prezelj nos enseñó imágenes de la montaña y nos contó todo lo que necesitábamos saber del área. Eso nos motivó muchisimo", rememora Narumi, que formaba equipo con Yusuke Sato e Hiroki Yamamoto para dar rienda suelta a su creatividad en la pared Noreste. Su legado; 1.500 nuevos metros (con dificutlades de VI / WI5 / M6) que han bautizado como All Izz Well.
La ascensión
En este baluarte de la dificultad en altura, el trío japonés marchaba rápido y ligero para, entre el 20 y el 25 de septiembre, completar una de esas actividades que marcan la temporada en el Himalaya. El primer día superaban cerca de 1.000 metros por un corredor de nieve asequible antes de enfrentarse a secciones más severas sobre hielo. Durante la segunda jornada lanzaban un ataque a cima recorriendo 500 metros, sin tienda de campaña o sacos de dormir, a sabiendas de que la pequeña ventana de buen tiempo se acercaba a su fin. Ese día, un fino e irritante pilar de hielo, que ocultaba tramos técnicos de escalada mixta, les depositaba en el muro cimero, que alcanzaban al amparo de la noche.
Una vez en la cumbre comenzaban el descenso y tras diez rápeles decidían descansar al caer el mediodía de la jornada siguiente. El cuarto día necesitaban de otros tres rápeles hasta alcanzar el glaciar, para descubrir su campamento avanzando colapsado bajo los restos de un alud. El equipo decidía entonces mover el campamento, lo que les iba a llevar casi toda la jornada para protegerse unos doscientos metros más abajo, donde hallaban una prometedora cueva de nieve. La jornada siguiente la pasaban esperando que la nieve se estabilizase para el 25 de septiembre, con cielos despejados, llegar a la seguridad del campo base.
Sólo uno de los miembros de la expedición, Yasuke Sato, parte de los famosos Giri Giri Boys (el equipo de alpinismo de élite de Japón), tenía experiencia en las montañas indias, y ya había pasado una década desde que escalara el Kalanka (6.931 m). Ahora, junto a sus compañeros, nos deja una nueva muestra de la fantasía y creatividad de las actividades pioneras niponas.
Fotos: Colección Narumi/Sato/Yamamoto