El eterno resplandor de una montaña inmaculada

El K2 y una historia de amor.

Jorge Jiménez Ríos

El eterno resplandor de una montaña inmaculada
El eterno resplandor de una montaña inmaculada

Charlie Kaufman es uno de los guionistas más lúcidos del Hollywood actual. Se llevó un merecidísimo Oscar por su libreto en Eternal Sunshine of the Spotless Mind, traducida aquí muy torpemente como Olvídate de mí (estas cosas pasan cuando uno no se toma en serio a Jim Carrey). Kaufman ha escrito obras de culto como Adaptation o Cómo ser John Malkovich. Es un tipo brillante al que se le caen ideas brillantes hasta cuando está en el wáter. Y sin embargo, creo que hubiera tenido que trabajar mucho para construir un guión mejor que el sucedido en el K2 este invierno. Un desafío descomunal, dramas personales, amistades rotas, un rescate improbable, asaltos a todo o nada, una ruleta rusa entre moles sombrías y hielos resplandecientes. “Su personalidad promete sacarte de tu mediocre vida. Es como subirte en un increíble meteorito ardiente que te llevará hasta otro mundo. Un mundo donde todo es emocionante”. Esta cita de Kaufman se refiere al personaje de Kate Winslet en Olvídate de mí, pero bien valdría, palabra por palabra, para definir la fascinación polaca por la montaña de las montañas.

La expedición invernal al K2 ha tenido un guión prodigioso que sólo podría haber mejorado si Denis Urubko hubiera logrado la cima en solitario, en ese ataque a cara de perro que casi le cuesta la vida. O si los polacos hubieran hecho cumbre en marzo… pero tal y como funciona la industria, no sobra ese to be continued que han calzado en los títulos de crédito. Habrá secuela. Y promete ser como las de Terminator, Toy Story o El Padrino… es decir, estará a la altura o incluso mejorará a su precedente.

Que se añore la sudadera naranja de Kate Winslet o que desde entonces se pueda considerar a Jim Carrey un gran actor, no son los mayores méritos de Olvídate de mí, bellísima y melancólica historia de amor. Su conclusión final, invitándonos a reflexionar sobre cuánto compensa enamorarse para acabar dándonos una hostia monumental, es sublime y está cargada de certeza. Como lo está una ascensión inédita, irracional, que exige de uno todo lo que lleva dentro. Y un poco más. Suerte quizá. Y una memoria vital que te ayude a valorar cada palmo avanzado. Cada litro de sangre bombeado. Cada temor reblandecido. Ofrecerlo todo a cambio de nada. Conquistar lo inútil.

Siento no haber avisado del spoiler. Bueno no, porque si a estas alturas no han visto la película es problema suyo: están ignorando uno de los mejores guiones que se han parido en la historia del cine.

Amar las montañas

El alpinismo polaco inició su tradición invernal en los Himalayas en los 80 y ahora, casi cuatro décadas más tarde, han estado a punto de cerrar el círculo. Una recompensa que merecen. El pasado septiembre, en el Festival de Montaña de Ladek, en Polonia, lanzábamos una pregunta: ¿Debería conjurarse el alpinismo mundial para ceder esta montaña al empuje polaco? Adam Bielecki, participante de la expedición de esta temporada, se reía, asentía con la cabeza, haciendo balancearse ese enorme gorro de colores que suele calzarse. Las montañas son de todos, como los sueños, pero Bielecki reconocía que sería una bonita iniciativa.

La expedición ya está regresando desde las afiladas geografías del Karakorum, sin su cima histórica, esa primera invernal del K2, pero han logrado algo más imperioso: reconciliarnos con las grandes historias del himalayismo. Envueltos por polémicas, bulliciosas expediciones comerciales, falta de patrocinios, la decadencia de la aventura, campos bases colapsados, colas exasperantes en laderas de leyenda…  los titanes del Himalaya llevaban unos años ansiando recuperar su esplendor. La ascensión en invierno del Nanga Parbat, hace dos años, significaba más que una luna de miel. El reciente intento de Alex Txikon al Everest, es una caja de bombones rellenos de licor, con flores, cena y sexo antes del desayuno. Una inapelable declaración de amor. Y todo lo acontecido en el K2 estos tres últimos meses es una poesía de Neruda.  “Socavas el horizonte con tu ausencia”. Esa mole impertérrita se echará de menos cuando Golab, Bielecki, Urubko, Wielicki y compañía se paseen por los Tatras, se descuelguen por los Alpes o contemplen las apagadas colmenas de una ciudad opaca, sin corredores que asaltar o tormentas que esquivar.

Durante unas semanas estuvimos pendientes de esta relación inconclusa entre el pendenciero alpinismo polaco y una montaña seductora e irascible. Nos han dejado con ganas de una nueva cita. De más besos gélidos. Del crudo abrazo del invierno. Con ganas de aventurarnos, de ser insensatos, de exponernos aunque al final duela, de escribir, gritar o susurrar su nombre. Ganas de escapar y de permanecer al mismo tiempo. De vivir con ardor, con ilusión y atrevimiento. De decir todas esas cosas que no sabemos expresar pero que nos abarrotan el pecho. Y de equivocarse. ¿No es eso amar? 

Joel: «Tu nombre me parece mágico».

Clementine: «Se acaba, pronto desaparecerá».

Joel: «Lo sé».

Clementine: «¿Qué hacemos?».

Joel: «Disfrutarlo».