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Paisajes pasiegos, el reino pastoril del interior de Cantabria

Vida verde y montañesa, entre aldeas y pastos fértiles, custodiados de la Cordillera Cantábrica

Juanjo Alonso

3 minutos

Los paisajes pasiegos en nuestra serie Paisajes Singulares

Las villas pasiegas representan un vínculo esencial con la cultura tradicional de la ganadería montañesa del interior de Cantabria, cerca de las cumbres verdes de la Cordillera Cantábrica, en la comarca del Pas-Pisueña-Miera. El principal atractivo del paisaje es la minuciosa distribución de los pastizales de montaña y las cabañas típicas pasiegas. El municipio de San Pedro del Romeral es una de las tres villas pasiegas y un buen lugar para descubrir el singular paisaje pasiego, está formado por ocho aldeas y barrios repartidos en los valles de los ríos Barcelada y Troja. San Pedro del Romeral es una población apacible y sencilla en la vertiente soleada de un monte de geografías amables en el centro de todas las aldeas, cuidando de los pueblos y los paisajes. La ausencia de hallazgos arqueológicos concretos sobre el origen de las gentes pasiegas deja abierto el debate sobre la procedencia de los habitantes de la comarca antes de la Edad Media. Los primeros pastores en habitar los valles altos del Pas pudieron ser tribus megalíticas procedentes de la montaña burgalesa, buscando pastos ricos y fértiles en la vertiente norte de la Cordillera Cantábrica. En los siglos XIII y XIV los valles pasiegos fueron colonizados por poderosas familias vaqueras de Espinosa de los Monteros, creando conflictos entre los ganaderos que movían los rebaños por los pastos de los valles altos en verano. El rey Enrique III otorgó derechos a Espinosa sobre los territorios de San Pedro del Romeral, quedando la villa pasiega sometida administrativamente a los linajes de Espinosa de los Monteros, aunque sin perder el carácter de realengo. Los pleitos y disputas judiciales por el paso de los rebaños, uso de los invernales y explotación de los pastos pasiegos continúo durante los siglos XVI y XVII. San Pedro del Romeral fue declarada villa en 1689, cuando Carriedo compró a los señores de Espinosa los derechos sobre estas tierras.

IDENTIDAD Y NATURALEZA DEL PAISAJE

San Pedro del Romeral
La extraordinaria ubicación de San Pedro del Romeral en la zona más elevada del territorio permite observar de un vistazo la mayor parte del municipio desde la plaza del pueblo, aunque los mejores puntos de vista son la explanada de la puerta del cementerio y el barrio de La Garganta. El paisaje es una sucesión de lomas y barrancos paralelos que desciende de los cordales de las montañas entre los barrios de cabañas pasiegas. En los torrentes de los arroyos y las zonas menos aprovechables se mantienen algunos bosquecillos de robles y hayas con tejos y majuelos, las únicas especies que adornan el complicado entramado de campos de hierba.

Identidad pasiega
La principal seña de identidad del paisaje pasiego son los prados de hierba encerrados entre muros de piedra y las cabañas, auténticas joyas de la arquitectura popular de Cantabria interior. Los muros son de mampostería irregular, con algunas piezas de sillería bien labrada reforzando los paños de la fachada y los cercos de los huecos. Las ventanas son escasas y sirven exclusivamente como huecos de ventilación. La cabaña pasiega tiene dos plantas. El piso inferior para el ganado y la planta superior, denominada payo o pajar, aislada de la humedad y “calefactada” por los animales, es el almacén de la hierba seca y la estancia habitable, a la que se accede mediante una escalera maciza de piedra adosada al cobertizo. Los edificios construidos por los campesinos pasiegos son muy sencillos y austeros, mostrando un carácter puramente práctico y popular, intentando personalizar el medio ambiente habitado.

Prados de siega
El trabajo del pasiego exige esfuerzo y dedicación. En verano siega la mies de los prados con el dalle y deja la hierba extendida en el campo para que seque al sol antes de meter la cosecha en el pajar o payo. En el caso de que llueva bastante no queda más remedio que amudujar o acinar la hierba en pequeños montones para impedir que se estropee con la humedad. El mismo proceso se repite las veces que sea necesario hasta que la hierba está completamente seca y se puede llevar al pajar para que sea empayada, pisada y apelmazada una y otra vez y ocupe poco espacio. En otras épocas el traslado de la hierba seca no era fácil en los terrenos escarpados y se realiza por medio de la velorta, que consistía en atar la hierba a una vara de avellano de unos tres metros y llevarla a hombros. El peso de una velorta oscilaba entre los 40 y 60 kilos.

 

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