Verano de 1952. Isabel Izaguirre Rimmel "Maimón" holla la cima del Mont Blanc, convirtiéndose en la primera española que corona al rey de los Alpes. Charlamos con una joven veterana de las montañas.
Texto: Meritxell Álvarez / Fotos: Isabel Roselló-Colección Isabel Izaguirre
«¡Esta vez no había duda, había llegado a la cumbre! Mi cansancio desapareció como por encanto. Sentí una alegría inmensa, una satisfacción interna e indescriptible, conocida y experimentada por todos los montañeros al alcanzar la deseada cumbre, y absolutamente extraña, incomprensible, para todos los demás. ¡Me sentí la mujer más feliz del mundo!». Y no es para menos: era el verano de 1952, e Isabel Izaguirre Rimmel acaba de hollar la cima del Mont Blanc, convirtiéndose en la primera mujer… «No, no, no. La primera mujer me parece que subió en el siglo XIX…», convirtiéndose en la primera mujer española que coronaba el rey de los Alpes. «Bueno, sí, vale… aunque no estoy muy segura, y tampoco me importa. Yo me lo pasé muy bien y eso es lo que interesa. Fue francamente emocionante».
Me sentí la mujer más feliz del mundo.
¿Cómo fue?
¿Cómo fue el qué?
Su ascensión, su ascensión al Mont Blanc.
Uy, hizo un día maravilloso, pero maravilloso, maravilloso, algo fuera de lo corriente. Se veían perfectamente todos los Alpes: el Cervino, el Liskamm, el Monte Rosa…
Tenía entonces veinticuatro años…
Sí, pero el guía se pensaba que era menor de edad ¡y me pedía un permiso paterno! Le tuve que enseñar el pasaporte, porque parecía mucho más joven…
Como ahora.
¡Ahora tengo noventa y uno!
Pero no los aparenta.
Es que me pasa una cosa rara: que yo no me tiño el pelo, lo tenía rubio y se me empezó a oscurecer en lugar de salirme canas. Y así se ha quedado. Me da rabia, porque yo lo querría blanco como las abuelitas… Luego, aparte, siempre he sido muy chiquitina. De joven medía 1,52, ¡en mi familia eran todos altos menos yo! Los piolets que tenían en Chamonix me llegaban casi a la cabeza, así que tuvieron que dejarme una canne para subir al Mont Blanc.
¿¡Subió con una cachava al Mont Blanc!?
Tampoco tenían crampones de mi talla. Calzaba un 36, siempre tenía problemas para encontrar suelas de mi número, las más pequeñas eran un 38, y el zapatero me tenía que hacer un arreglo, porque entonces las botas de montaña no se vendían en las tiendas como ahora; utilizábamos botas de cuero y les cambiábamos la suela. Yo ya no cogí los clavos Tricouni, fui siempre con goma; estaban las Vibram, que son las que se han impuesto, pero luego muchas otras, como esas que llevaban los de la escuela militar de Jaca.
Total, que se subió con unos crampones que le quedaban sueltos al Mont Blanc…
Perdí uno de ellos saltando una grieta (que si llego a ver todavía estoy allí, porque me daban un miedo horroroso las grietas). Así que continué con un crampón solo hacia el Mont Maudit y el Mont Blanc du Tacul, después de que el guía me propusiera alargar la excursión por la ruta de los cuatromiles, lo cual me pareció muy bien.
Es decir, bajar por la Vallée Blanche hasta el refugio Requin y por la Mer de Glace hasta la estación de Montenvers. ¿En cuánto tiempo se lo hizo?
Pues desde las dos de la madrugada que salimos hasta las seis y pico de la tarde. Creo que fueron unas once horas de paseo.
¿Y se fue sola?
Sola con el guía, que me costó unas dos mil pelas; tuve que hacer equilibrios para pagarlo, porque mi padre no te creas que me daba tanto… Estaba de vacaciones en un campamento de Vallorcine, y la amiga que yo tenía era eso que ahora llaman “senderista", solo andaba por caminos, y no quiso venir.
Es que el Mont Blanc son palabras mayores para un senderista…
Sí, son casi cinco mil metros, 4.810. Entonces se consideraba el pico más alto de Europa, pero últimamente ya no, ahora resulta que es el Elbrus, en el Cáucaso, que antes era asiático, pero descubrieron que todos sus glaciares desaguan en Rusia, y eso ya es Europa, claro.
¿Volvió más veces a Chamonix?
No. Cuando yo fui aún se respiraba el ambiente que narran la novelas de Frison-Roche… Pero a día de hoy, con tanta gente, debe de ser algo completamente distinto.
Este verano van a limitar el acceso a la cumbre del Mont Blanc por la vía normal…
Me tiene sin cuidado.
Pero, ¿qué le parecen este tipo de restricciones?
Lo que pasa es que la gente muchas veces sobrestima sus capacidades; las complicaciones siempre vienen por allí. Cuando se mataba tanta gente en la cara norte del Eiger también prohibieron las ascensiones… Hay montañeros que son estupendos y no necesitan ningún guía, pero otros a lo mejor sí, porque no están preparados lo suficiente. Aquí en Guadarrama te entrenas muy bien, pero es todo muy liso, sólo encuentras algo más de montaña en Claveles. Y el Circo de Gredos es una maravilla, pero es una maravilla por la cantidad de posibilidades que ofrece siendo tan pequeño como es, tiene poca altura y pocas distancias, no es comparable. ¡Ni siquiera los Pirineos tienen el tamaño de los Alpes! Y no digamos ya el Himalaya, donde nunca he estado…
¿Le hubiera gustado?
El qué.
El Himalaya, ir al Himalaya.
Sí, pero entonces era muy complejo viajar hasta allí… También me hubiera gustado subir al Sinaí o a ese otro monte… cómo se llama… ese de los dioses…
¿El Olimpo…?
¡El Olimpo! Por lo visto es muy fácil…
Para senderistas, vamos…
Subes como subes al Peñalara, le faltan unos metros para llegar a tres mil. Pero estaba donde Cristo perdió la boina, porque entonces no era como ahora, que vas a Picos de Europa y vuelves poco menos que en el día…
Usted también fue la primera asturiana en subir al Naranjo, en el año 1953.
Sí.
¿Y cómo fue?
Pues estupendamente. Me costó más el Torreón de los Galayos, no sé… me pareció más montaña, quizá porque era mi primera salida fuera de la Pedriza después de haber hecho un cursillo de escalada… En el Naranjo ya tenía más experiencia… Alguna vez fui incluso de primera de cordada, pocas, en el segundo Hermanito de Gredos, por ejemplo. ¡Aún no sé ni cómo pude pasar por allí! A mí me decían: pon el pie aquí y salta, y yo saltaba. Como esa vez que subimos al Peña Santa de Castilla por la cara sur: nos perdimos por la niebla y, para retomar el camino de Amieva, tuvimos que bajar a la fuerza por un cortado verticalísimo donde nos faltaba un metro de cuerda.
El tiempo ha pasado pero el recuerdo, me queda dulce y alegre
¿Y sus padres le dejaban hacer estas cosas?
Ah, no sé. No se enteraron hasta que ya tuve cuatro hijos, ni de que subí al Naranjo, ni al Mont Blanc, ni al Cervino.
Cuéntenos su experiencia en el Matterhorn.
Este ya fue más duro; subí por la vertiente italiana, que es la más dificultosa.
Era una montaña con reputación de peligrosa…
Se ha cobrado bastantes víctimas… Y atrae mucho a las tormentas; a mí me pillaron tres: dos de subida y una de bajada, sin contar a Rafa Lluch, ¡que fue la cuarta!
¿Rafa Lluch?
Un chico que quiso venir conmigo y era una calamidad; no era lo bastante montañero todavía, sólo había hecho cosas como el Almanzor. Me daba pena porque era el hermano de una amiga y dejé que me acompañara, pero pagando él la mitad del guía, ¡no iba a apoquinar con todo yo, encima! Lo contratamos en Breuil, se llamaba Bruno Bich, y al llegar a la cruz de la cumbre había un alpinista que era clavadito a él, con el anorak del mismo color incluso. Y Rafa, que me pregunta: “¿Cuál de los dos es el nuestro?" ¡Pues al que vayamos atados! Qué tormento... Se mareó; el guía estaba tan harto como yo: “Oye, ¿es tu novio?". ¡Noooo! “Lo digo porque de un momento a otro le voy a dar un par de bofetadas". ¡Por mí como si le da media docena! La verdad es que disfruté mucho más el Mont Blanc.
Normal, cargando con ese ejemplar…
Luego, en los Dolomitas, ascendí a la Cima Grande del Lavaredo, pero por la vía normal, sin hacer cosas raras, con otros dos compañeros del club Peñalara.
¿Desde cuándo es socia del R.S.E.A Peñalara?
Desde enero de 1949. Me apunté porque uno de mis amigos era peñalaro y así, además, podíamos usar el albergue del club y teníamos un sitio donde recogernos, para descansar, tomarnos un caldo o un café con leche. Si no, estaba el hotel Pasadoiro, pero era un hotel, y un hotel no es lo mismo…
¿Sigue yendo al club?
Sí, antes, cuando estábamos en Gran Vía 27, las reuniones de socios eran los viernes, y a la salida muchos nos íbamos a escuchar los conciertos de Ataúlfo Argenta en el Palacio de la Música, que nos pillaba al lado. Ahora las reuniones son los jueves y suelo ir a todas, aunque últimamente llevaba una temporada sin acudir porque cogí una bronquitis y los antibióticos me dejaron hecha polvo, y a mí que me falta poco para ser un pingajo…
No diga eso, que ya firmaríamos por estar como usted a los noventa años…
¡Noventa y uno!
¿Quedan montañeros de su quinta en el club?
Pues el año pasado quedaban bastantes más, pero se murieron dos que tenían ciento y pico años... Los de la quinta de César de Tudela ya son de otra generación más joven que la mía, ¡y sin embargo son viejos! A esta edad ya no tienes ni que pagar cuota de socio, porque a los sesenta y cinco te hacen vitalicio. Pero yo no he querido, no me gusta, creo que hay que seguir aportando al club… Mis seis nietos también son de Peñalara, y mis dos biznietas, las hice socias nada más nacer. La Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara es lo único que me gusta de Madrid (bueno, y el Museo del Prado).
Para mí, Peñalara ha sido la capital del alpinismo en España (aparte del Centro Excursionista de los catalanes). Yo también había salido con el Morkaiko de Elgóibar, y con la gente de la Sociedad Deportiva Excursionista; con los del Club Alpino Español no, porque eran un grupo muy especial: te decían que no podías entrar en su refugio con botas ¡porque les manchabas la alfombra! ¿Te puedes imaginar? Llegó un momento en que aquello se llenó de cursis y no había más que eso.
¿Se acuerda de su primera salida con Peñalara?
Me parece que fue una excursión a La Najarra… Pero la travesía que recuerdo con mayor placer fue una nocturna invernal al pico Peñalara, con dos amigos, dos chicos. Era una noche de luna llena, ¡y cómo estaba la luna llena! Me lo pasé realmente bien. Fuimos derechos a la cumbre, con crampones, claro, porque entonces había una cosa que ahora no hay y que se llamaba nieve. Cuando nevaba, cerraban la carretera de Navacerrada, ¡me acuerdo yo de haber aprendido a esquiar en las últimas curvas! Luego, los que ya sabíamos un poco más íbamos a los Cogorros, y de allí hacia el Ventisquero de la Condesa, Cabezas de Hierro y las palas de La Maliciosa. Hasta los años cincuenta no pusieron un telearrastre, el de La Mancha (no sé por qué se llamaba así…). Y tenías que aprender a montar en el telesquí, con los bastones a una mano, porque como te soltaras…
¿Se caía mucho usted?
Pues sí, me caía bastante; pero lo utilizaba poco, generalmente íbamos de travesía.
¿Cuál es la cumbre que habrá subido más veces?
No sé. En una ocasión quise hacer el recuento de cuántas veces había subido al Peñalara, pero me fue imposible; aunque probablemente haya estado más en La Maliciosa. Ten en cuenta que entonces no teníamos otro sitio donde hacer montaña…
¿Y cómo empezó su afición por el monte?
No sé. A mí de pequeña no me gustaba caminar; lo único que quería era ir a la playa a hacer quesinos. Más tarde empecé a salir con mis tías de paseo por el campo, en Asturias, lo que ahora llaman “senderismo", que allí en el norte era muy corriente, todo el mundo andaba de caserío a caserío, también las mujeres, vestidas todas con unas faldas muy anchas, porque no llevaban pantalones. A mí y a una amiga una vez casi nos multaron por ir con bávaros, acusadas de “actos inmorales".
Si es que a quién se le ocurre exhibirse con bombachos…
Fue viniendo de la Cuerda Larga con esquís; pero nos soltaron enseguida, gracias a un compañero, que amenazó al agente de la Guardia Civil: “¡Ya verá usted como se entere mi tío, el capitán general don Camilo Alonso Vega, que ha detenido usted a dos señoritas, dos señoritas decentes!" No sé cómo serán ahora, pero entonces los montañeros eran muy respetuosos con las chicas, pero respetuosos, respetuosos de verdad. Yo andaba mucho con grandes figuras como Antonio Moreno, Moncho Somoza, Agustí Faus (que si no le conocéis a él, conoceréis sus libros)… Todos los del GAM, vamos.
¿Cuándo abandonó usted el Grupo de Alta Montaña?
Cuando me casé.
¿Por qué?
¡Pues porque tenía cuatro hijos y la mayor era de cinco años! No tenía tiempo para escalar.
¿Y cómo le sentó este cambio de vida?
Pues me fastidió. Luego, cuando los niños estuvieron crecidos, había una gran diferencia respecto al momento en que yo había dejado la escalada: antes bajábamos los rápeles con un anillo de cuerda y un mosquetón, los arneses no existían; y yo nunca había usado cuerdas de nylon, las mías eran de cáñamo, ¡aunque cuando llovía y se mojaban parecían de alambre!
¿Su marido no era montañero?
No. Era senderista pero poco, sin hacer muchos kilómetros.
¿No le hubiera gustado casarse con un peñalaro?, ¿no había alguno que le gustara?
¡Sí, claro! Claro que había algunos que me gustaban, ¡y que yo les gustaba! Pero no vamos a estar ahora dándole vueltas, cuando la mayoría de ellos ya se han muerto. No sé. Ya me da igual. Cuando llegas a los noventa ves las cosas de otra manera. Y yo me lo he pasado muy bien en la montaña.
«El tiempo ha pasado, pero el recuerdo me queda dulce y alegre, no como un sueño que al despertar de él deja un vacío en el corazón, sino como la satisfacción de haber vivido una realidad tan maravillosa. Precisamente porque esta maravilla reside en la realidad misma», escribía Isabel Izaguirre un año después de su ascensión indeleble al Mont Blanc, en una crónica publicada en el número 318 de la revista Peñalara.