Deslizarse suavemente por el fiordo al alba, con la bruma que apenas deja entrever las siluetas de antiguas casitas de madera, es solo el prólogo de una experiencia cargada de historia y modernidad en Trondheim. Esta ciudad, otrora capital medieval de Noruega, se despliega ante el viajero como un tapiz vivo: gélidas aguas salpicadas de gaviotas, callejuelas adoquinadas que susurran leyendas vikingas y un pulso cultural que late con fuerza escandinava. Y aquí os contamos algunas cosas que hacer durante vuestra estancia en la ciudad, una de las paradas más interesantes de los recorridos que ofrece el Hurtigruten.
Despertar junto al Nidelva
Al desembarcar, el primer encuentro es con el río Nidelva, que describe un arco perfecto alrededor del casco antiguo. Un paseo —o mejor, un lento deambular— por la orilla sur otorgará vistas inigualables de la icónica Puerta de Ciudad Vieja (Gamle Bybro), con sus vigas de madera roja y blanca que enmarcan el reflejo del agua. Bajo sus tablones cruje la historia: aquí se acogían comerciantes y se forjaban contratos con mirada fría y firme.
Cúpulas y capillas: la grandeza de Nidaros
Pocos enclaves rezuman tanta solemnidad como la catedral de Nidaros. Su fachada gótica, esculpida con delicadeza en piedra gris, se alza imponente frente al fiordo. Atravesar su pórtico es adentrarse en un murmullo de siglos: las vidrieras filtran la luz boreal, tiñendo de azul y verde los bancos de madera, mientras los arbotantes sostienen un cielo pétreo. Subir a las torres ofrece una panorámica única de tejados rojos y chimeneas humeantes, y la vista se pierde en el horizonte nítido, donde el fiordo se funde con el cielo nórdico.
Entre las galerías de Bakklandet
Al caer la tarde, Bakklandet —el barrio ribereño— invita a refugiarse en sus coquetos cafés y tiendas de artesanía. Las fachadas, pintadas en tonos pastel, reflejan la luz dorada del sol poniente. Allí, un café con esa espuma espesa y poderosa, acompañado de un trozo de kanelbolle (rollo de canela), reconforta antes de explorar las pequeñas galerías de arte contemporáneo. Es fácil perderse entre lienzos abstractos y cerámicas de autores locales, descubrir ediciones limitadas o una joya de diseño escandinavo para llevar de recuerdo.

El pulso verde de Bymarka
Para quien busca alejarse del murmullo urbano, Bymarka ofrece un respiro natural. Senderos que se adentran en bosques de pinos y abedules, alfombrados de musgo, sumergen al caminante en un silencio casi sacro. En primavera, el deshielo despierta riachuelos que fluyen nerviosos; en verano, los lagos son espejos que invitan al baño; y en otoño, la paleta de ocres y rojos cubre el paisaje con un manto cálido. No es raro toparse con ciclistas locales o pescadores que, pacientemente, esperan la picada.
Sobre las alturas de Kristiansten
Elevándose sobre la ciudad, la antigua fortaleza de Kristiansten vigila desde 1681. Ascender sus empinadas murallas recompensa con una vista 360°: de un lado, el caserío y el río; del otro, los picos nevados que recortan la línea del cielo. Al pie de las almenas, pequeñas placas explican cómo este bastión defendió a Trondheim de invasiones; hoy, ofrecen el mejor escenario para contemplar el ocaso, cuando los tejados centellean al calor de la última luz.

Sabores del norte en el mercado de pescadores
Ninguna estancia está completa sin probar la riqueza marítima de Trondheim. En el mercado de Ravnkloa, los puestos exhiben el salmón más rosado, el bacalao recién curado y los mejillones que, aún humeantes, descansan sobre hielo. Es el reino de la madre Noruega: aquí se charla con los vendedores, se degusta una suppe fisk (sopa de pescado) y se compran conservas artesanales como souvenirs comestibles.
Rockheim y vida nocturna
Al caer la noche, Trondheim no se duerme. Rockheim, el museo nacional del rock y pop noruego, fusiona pantallas interactivas con vinilos que giran en bucle, narrando historias desde los años sesenta hasta hoy. Después de atravesar sus pasillos repletos de ritmos y memorias, no hay que buscar lejos para continuar la velada: pubs con cerveza de barril y cervecerías artesanales bullen de conversación y música en vivo, recordando que el espíritu escandinavo sabe alternar la contemplación con la celebración.

Más allá de su perfil histórico, Trondheim seduce por su armonía: el agua que besa sus muros, las calles que guardan ecos de clanes vikingos, la moderación de sus gentes y el oleaje cultural que renace en cada estación. Para el viajero que arriba mecido por el fiordo, esta ciudad es un cofre de experiencias: basta recorrerla despacio, respirar su aire frío y dejarse guiar por la curiosidad.