En este artículo os hablaré de cómo conseguir que nuestros hijos practiquen montañismo de la forma más eficaz y divertida posible (para ellos), en este caso, fuera de medios nevados. Intentaré hacerlo no sólo desde el punto de vista de un profesor, sino también como padre que soy, y que como tal he pasado por ello. El conjunto de recomendaciones que os doy aquí no sólo están pensando en la seguridad, sino también en que la montaña no termine siendo para vuestros hijos en un simple capricho que vino y se fue.
Hasta los años ochenta del siglo pasado, en España los jóvenes eran casi los únicos en echarse al monte por pura afición: no se concebía practicar el montañismo o el senderismo en el seno familiar. Pero han pasado muchos años, muchos matrimonios o emparejamientos y por lógica nuevas generaciones cuyos padres, que quieren seguir disfrutando de su actividad favorita, están ávidos por poder hacer partícipes a sus hijos de tales pasiones. Los psicólogos y pediatras dicen que una de las bases de la vida es tener un hogar con relaciones afectivas consolidadas, y el ocio en familia refuerza esos vínculos al niño. Ahora bien, lo que hace falta es que la progenie quiera, es decir, no hay que imponerles sino proponerles. ¡Atención, padres! no hay experiencia más desagradable para un niño que obligarle a hacer o estar cuando no quiere hacer ni estar donde vosotros pretendéis.
Por desgracia, desde el punto de vista de la seguridad, las estadísticas de estos últimos años ponen de manifiesto una tendencia a la excesiva relajación del deber de cuidado por parte de los padres, en el contexto que nos ocupa. Se dan especiales connotaciones con menores en este tipo de prácticas, y que sus tutores deben tener siempre bien presente. Para un montañero experto que acompaña a otros adultos más noveles en estas actividades, hay muchos aspectos que para aquel son tan obvios y evidentes, que olvida hacérselos notar a dichos adultos que le acompañan. Pero en el caso de niños, cometer este error sí puede traer consecuencias: se han dado muchos sucesos donde el experto y padre, a pesar de su obligación de estar alerta, obvió alguna fase del proceso: daba por supuesto que el hijo iba a hacer algo que finalmente no hizo. En cualquier caso, cuando se tienen hijos y la intención de aficionarles a lo que nos gusta, los padres deben de saber distinguir muy claramente cuándo van a realizar una actividad solo para ellos, como adultos, y cuándo lo van a hacer en familia, dedicando todo el tiempo a sus hijos.
Fases evolutivas
Desde un punto de vista físico, no olvidemos que los niños se encuentran en período de crecimiento. Caminarán por el monte con mucha más facilidad de lo que nos creemos, pero la falta de un equilibrio funcional y estructural, consolidado en la etapa adulta, puede propiciar la aparición de lesiones prematuras por sobrecarga tipo tendinitis, alteraciones óseas, etc. Lo primero que crecen son las piernas, luego el tronco y por último los brazos. El esqueleto no termina de desarrollarse plenamente hasta los 24-25 años. La capacidad respiratoria es inferior, con lo cual, a igualdad de esfuerzo con un adulto, la frecuencia respiratoria y cardiaca será también mayor. Igualmente, el ritmo de crecimiento del corazón es menor que el del resto de órganos y miembros. Por último, su sistema nervioso también está creciendo, y su capacidad de reacción ante estímulos está más limitada.
Tendremos que dosificar y controlar muy bien la frecuencia e intensidad de actividades para los “peques", que también oscilará en función de la edad:
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De lactante (primer mes) hasta 2 años: eso es cosa de los padres, porque lo van a llevar puesto en la mochila especial porta-bebes, de la que hablamos un poco más adelante.
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De 2 a 4 años: apenas llegará bien hasta los 3-4 km, y con frecuentes paradas. Empieza a correr, saltar, trepar, etc. Alcanza madurez en la comprensión del lenguaje, con lo que ya se le pueden explicar ciertas cosas.
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De 5 a 7 años: se le puede poner una mochilita con un poco de agua y algo de abrigo. Con un sentido del equilibrio bien desarrollado, nuestro infante diferencia izquierda, derecha, delante y detrás. Podrá hacer 5-6 km. sobre terreno fácil, y que beba agua cuando quiera, pero sin pasarse. También se le puede colgar del cuello un silbato, y acostumbrarle a que lo utilice si se encuentra solo. Todavía aprende jugando, y juega a imitar todo lo que oye y ve, especialmente las costumbres de los adultos.
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De 8 a 12: durante esta fase final de la infancia, podremos estar haciendo actividad con él toda la jornada, incluso con alguna cuesta, a condición de hacer no pocas paradas. Muestra un gran interés por el movimiento corporal, la habilidad y destreza físicas, etc. Tiene más disposición al aprendizaje de técnicas o actividades nuevas. Hay que empezar a hacerle ver que existe la posibilidad de que tenga problemas si no sigue de forma consciente ciertas pautas. No son recomendables recorridos de más de dos días (una noche fuera).
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De 13 a 16 años: ya podemos plantearnos con ellos rutas de más de dos días, suavizando mucho las etapas. Ahora más que nunca hay que velar porque se dosifiquen lo mejor posible... son adolescentes, y por lo tanto, invencibles. Las chicas pueden ser más precoces, ya que sus cambios hormonales y las modificaciones de los caracteres sexuales les llegan antes que a los chicos. De todas formas, dentro de poco van a empezar a querer irse con amigos... Éstos empezaran poco a poco a ocupar el lugar de la familia. La amistad empieza a ser algo realmente importante, porque ya no se basará en la vecindad, sino en las cualidades personales.
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Desde 17-18 años: hasta aquí, en mayor o menor medida, había que entretenerlos con juegos o distracciones para que no se aburriesen. A partir de esta edad, el joven empieza a darle un cierto sentido a eso de contemplar un paisaje, o caminar hasta un punto determinado. Puede empezar a apurar jornadas (más de seis horas de actividad) pero sin pasarse de vueltas con el peso que carga (aún va a seguir creciendo).
Si les damos a conocer muy poco a poco el mundo de la naturaleza, sus montañas y los secretos y misterios que en ella tienen lugar, desde un planteamiento de actividad más lúdico que físico-deportivo, les proporcionaremos la motivación necesaria para que después se sientan allí arriba casi como en su casa.
¡En marcha!
El simple hecho de caminar constituye un acto mecánico que realizamos de forma refleja y no consciente, es decir, no tenemos que pensar sobre los gestos que hemos de ejecutar a la hora de colocar un pie por delante del otro sucesivas veces para desplazarnos. No en vano, el homo sapiens lo aprendió hace mucho tiempo, cuando dejó de andar a cuatro patas. Sin embargo, ¿qué pasaría si llamamos a nuestro hijo de tres años para que acuda corriendo a nuestro encuentro? Las consecuencias de dicha iniciativa variarán notablemente si estamos con él en el patio absolutamente plano y cementado de la guardería, o si nos hallamos en la rústica parcela cuyo terreno acaba de remover el abuelo con el tractor. En el primer caso, el niño ejecutará de forma rápida y más o menos coordinada una serie de movimientos que le lleven a complacer nuestra llamada. Pero, desde un punto de vista mecánico, no piensa en lo que está haciendo, y su entusiasmada carrera terminará felizmente en nuestros brazos.
En el segundo caso, el niño intentará hacer lo mismo y de igual forma, es decir, sin pensarlo de forma consciente. Desgraciadamente, el resultado va a ser bien distinto: el niño tendrá mucha suerte si logra dar dos o tres zancadas antes de irse al suelo de forma tan descontrolada como inesperada para el propio crío. De este ejemplo podemos sacar dos conclusiones:
1ª) Por una parte, el niño estaba física y psíquicamente preparado para la acción que se le solicitaba. Sin embargo, en el caso de la parcela del abuelo, no había desarrollado aún las habilidades necesarias para poder correr sobre un terreno accidentado con los mismos resultados que en el patio de la guardería.
2ª) Por otra parte, nosotros mismos, que hemos provocado con nuestra llamada la carrera del niño, no hemos sabido analizar con la suficiente antelación las características del terreno o medio en el que nos encontrábamos. Si lo hubiéramos hecho, también hubiéramos podido prever las consecuencias de lo que ocurrió antes de que fuera tarde. Seguramente, hubiéramos ido nosotros mismos al encuentro del niño, en lugar de hacer que éste corriera sobre un terreno que no controlaba.
No hemos olvidado las bases del movimiento, pero el mundo de hoy y el bienestar que nos rodea nos impiden ejercitarlo. La montaña conlleva de forma inherente una enorme variedad de terrenos, cuyas características requieren adaptar en cada caso la correspondiente técnica o forma de progresar por ellos de la manera más cómoda y segura posible. No deberemos, o no podremos mover nuestro cuerpo de igual forma por un sendero amplio, llano y bien marcado en el fondo de un valle, que por una pedrera empinada e inestable que la Naturaleza ha puesto “inesperadamente" en nuestro recorrido de hoy. Y por qué no, en más de una ocasión tendremos que superar un obstáculo trepando, es decir, que la manera más segura de resolverlo será utilizando una técnica gestual propia de la escalada, como recurso de habilidad, y por tanto de seguridad, sin por ello tener que convertirnos en escaladores i no lo deseamos.
En términos generales, deberemos en cada paso intentar que el niño apoye toda la suela o la mayor parte de ésta. Así, obtendremos:
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Un mejor reparto de nuestro peso, que mejora a su vez el equilibrio dinámico.
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Un mejor agarre sobre el terreno.
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Una disminución en el agotador efecto de palanca, es decir, un ahorro de energía. Una suficiente libertad de flexión en los tobillos ayudará a conseguir dar un buen paso, sobre todo en ascenso.
Tampoco hay que olvidarse del ritmo de marcha, donde la economía de gasto energético ha de ser tenida en cuenta. Como regla general:
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Un ritmo adecuado es aquel que podamos mantener durante todo el tiempo que dure la actividad prevista.
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Caminaremos siempre a un ritmo que no dificulte la respiración; procuraremos que los pulmones no nos demanden más oxígeno que el que les llega desde las fosas nasales, es decir, que no necesitemos respirar por la boca. Si durante la primera media hora se respira correctamente, e incluso podemos mantener una sencilla conversación con nuestro pequeño acompañante, llegaremos muy lejos.
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¡Descansos! Estos deben ser más bien pocos que muchos; de lo contrario, nos romperíamos precisamente ese ritmo que queremos llevar. Sin entrar en mil y una razones que pudieran aconsejar otra cosa, lo deseable sería no parar al menos antes de la primera hora de marcha, hacer coincidir las paradas con el momento de comer y/o beber, así como no andar de forma continuada con los pequeños durante más de dos horas.
El flato por su parte constituye el mejor indicador de que llevamos un ritmo mayor del que deberíamos. Y precisamente los niños, no habituados a mantener un ritmo respiratorio equilibrado, son muy propensos a sufrir este tipo de molestias. Para que desaparezca, aunque puede tardar en hacerlo, hay que bajar la intensidad de la marcha de modo que permita respirar de forma más lenta y profunda. Conseguiremos así evitar una oxigenación entrecortada y forzada, obligándonos al mismo tiempo a llevar un ritmo de marcha más acorde con el de sus pequeños pulmones. En cualquier caso, al interrumpir la marcha, el dolor normalmente desaparece. También ayudará evitar consumir antes de la actividad alimentos flatulentos, como las legumbres, y bebidas gaseosas o efervescentes.
Recomendaciones para una marcha en ascenso:
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Reducir la longitud de la zancada con respecto al llano, para conseguir que apoye la mayor parte de la suela en cada paso. Se pueden abrir los pies un poco al exterior (pies de pato) para garantizar ese apoyo completo. Evitar a toda costa subir “de puntillas".
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Evitar una excesiva rigidez en los tobillos. En ascenso no es necesario apretar a tope los cordones de las botas.
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Para ahorrar esfuerzos, en pendientes muy pronunciadas, evitaremos la línea de máxima pendiente, donde ni los pies de pato funcionan ya. En su lugar, subiremos trazando diagonales más o menos amplias, según la inclinación del terreno.
Recomendaciones para una marcha en descenso:
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Bajando por pendientes pronunciadas, los niños tienen tendencia a resbalar y caerse de cuelo. Para evitarlo, hay que acostumbrarles a que inclinen ligeramente el tronco hacia delante. ¡Sólo ligeramente! de lo contrario, en caso de tropezón...
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Pasitos más cortos incluso que en el ascenso, manteniendo una ligera flexión alternada de rodillas.
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La toma de contacto de la suela con el terreno ha de ser claramente desde el talón, (apoyando primeramente el tacón de la suela), para luego flexionar el tobillo y llegar a tocar con los dedos.
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En pendientes muy pronunciadas, evitaremos la línea de máxima pendiente, para evitar desequilibrios y sobrecarga en las rodillas. Hay que recordar que en este caso nos desplazamos en favor de la fuerza de la gravedad, por lo que la caída es más fácil que se produzca respecto al ascenso. Bajaremos trazando diagonales más o menos amplias, según la inclinación del terreno. Aunque también podemos aprovechar esta gravedad para aumentar el ritmo y, de una forma divertida, coger al niño de la mano para bajar más rápidamente aprovechando la inercia que se produce tras cada zancada.
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No obstante lo anterior, habrá que extremar las precauciones ante un terreno húmedo y resbaladizo, por otra parte bastante frecuente en los parajes que solemos recorrer.
Orientación con niños
Normalmente, los niños pequeños empiezan como excursionistas pasivos, dejándose llevar por los conocimientos y autoridad de los adultos. Si cada vez que salen, recibieran una pequeña enseñanza acerca de la manera de saber dónde se encuentran, se convertirían poco a poco en activos participantes, no sólo por lo que han aprendido, sino también por propia iniciativa. Los más pequeños tienen mucha facilidad para desaparecer como por arte de magia, incluso a la vista del adulto más atento. Lo primero que tienes que enseñarle, si de repente se siente perdido, es que se pare, y no se mueva del sitio. Si nadie los encuentra en pocos minutos, debe hacer mucho ruido para llamar la atención (recuerda el truco del silbato, que sólo debe usar en caso de necesidad). De un año para otro, no van a recordar todas esas normas o trucos aprendidos. A modo de juego, tendréis que repasarlas juntos, algo que también te vendrá bien a ti.
Incluso los adolescentes, que ya están dejando de ser niños, no han desarrollado aún ese sentido adulto de la inseguridad ante lo desconocido. Pueden recorrer ya una larga distancia, persiguiendo a un compañero de juegos o a una mariposa, y no fijarse en cómo encontrar el camino de regreso. Hay que insistirles desde muy pronto en que observen para retener ciertas referencias de su entorno más inmediato. Aprovecha su insaciable sed de conocimientos para que se fijen en detalles de la realidad que ya pueden interpretar en el mapa, o que la nieve se ha ido de la ladera sur pero aún se mantiene en la vertiente norte, alguna característica de la fauna o flora fácil de reconocer en próximas salidas, etc. Tanto la lupa como los prismáticos constituyen un excelente recurso que estimula la capacidad de atención en los niños, ya sea para orientarse correctamente como para aprender jugando.
Para terminar con la orientación, sobre todo en actividades de varios días de duración, procura que siempre sepan dónde estás (muy importante), cómo ha de volver al campamento o refugio si lo pierde de vista, así como a tener más consciencia de la noción del tiempo.
Un sencillo juego para orientarse: Haz que el niño clave un palo recto en el suelo y lo más vertical posible. Ponle una marca en el extremo de la sombra que proyecte el palo. A partir de este momento la sobra empieza a desplazarse. Al cabo de quince minutos, volver a poner otra marca en el extremo de la nueva sombra: la línea que une la segunda marca con la primera indica la dirección E-O.
Protección solar
Los niños son mucho más sensibles que los adultos a los efectos de la radiación solar. A causa de la incidencia de la radiación ultravioleta sobre la piel, cuando se toma en exceso un “baño solar", pueden producirse quemaduras y otras alteraciones más graves e incluso irreversibles: envejecimiento prematuro de la piel, o cáncer cutáneo. Estas alteraciones pueden tardar años en manifestarse, cuando se sobrepasa una y otra vez la tasa solar permisible en cada caso. En términos médicos, se habla de un peligro a corto plazo (eritema), y a medio plazo (fotoenvejecimiento).
El mejor preventivo consiste en la aplicación sistemática de cremas dotadas de un filtro protector alto (factor 50), incluso cuando no hay nieve, pero la radiación es intensa (ejemplo: en verano, por encima de 1.500 m de altitud). Toda la cara, los labios, los brazos o cualquier parte expuesta, especialmente en altitud. Hay que tener en cuenta el factor de protección de la crema que vayamos a usar, para saber las aplicaciones que debemos darnos al día, las cuales deberán aumentar si sudamos demasiado.
La fotosensibilidad de la piel no posee lógicamente el mismo grado de incidencia en todas las personas, dependiendo éste del nivel de su pigmentación, alergias, o edad. Pero hay que acostumbrarse a que se apliquen la crema mínimo media hora antes de que que vayan a recibir la exposición.
Por otra parte, el gran problema que tenemos con la insolación reside en que suele manifestarse al final del día, una vez terminada la actividad. Por tanto, y obligatoriamente en verano, el niño siempre debe de ir equipado con gorra, y tocarle la cabeza para comprobar si no está demasiado caliente. Si es necesario, humedecer la gorra de vez en cuando.
Los pies
A pesar de que los adultos conocemos de sobra la importancia de llevar un calzado y calcetín adecuados, parece que como padres se da excesiva tendencia a olvidarnos de que nuestros hijos también tienen pies. Y lo que es peor, en plena actividad, ocurre con frecuencia que nuestros pequeños no suelen quejarse de que algo va mal en sus pies hasta que el mal está hecho, en forma de ampolla o de herida.
En cualquier caso, que lleve una buena bota no basta para asegurar un cuidado óptimo de sus pies: un mal calcetín puede amargarnos la jornada. Los esfuerzos tecnológicos realizados por ciertos fabricantes especializados para perfeccionar estas prendas ponen una vez más de manifiesto la importancia de cuidar muy bien los pies cuando se trata de caminar, y esa planta del pie suave y blanda propia de los niños también merece que no lleven cualquier cosa. Hoy en día, un calcetín o media para montaña es un sofisticado producto diseñado por ordenador, donde se han mezclado adecuadamente y con su porcentaje óptimo las distintas materias base que vienen empleándose, en función de la finalidad concreta a la que se vaya a destinar dicho modelo, ¿cuáles son los principales aspectos a tener en cuenta en lo que a diseño se refiere?:
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Superficie interior rizada.
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Mínimo de costuras, y que no sean gruesas (que no se noten excesivamente al tacto).
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Construcción diferenciada: diferencia de densidades según la zona del pie (aumento de amortiguación a cada paso=disminución de la fatiga).
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Amplio tallaje, con el fin de garantizar un correcto ajuste al pie.
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Acolchados de alta densidad amortiguan y protegen la planta del pie y el talón de las ampollas y rozaduras.
En los repuestos a llevar en la mochila, prever también calcetines en la ropa de recambio, ya que la humedad o el exceso de sudor contribuyen a la aparición de ampollas.
Niños y altitud
Estudios médicos han puesto de manifiesto que los niños nacidos por encima de 4.000 m de altitud suelen tener un peso y talla inferiores a la media de los que nacen a nivel del mar. No hay modificaciones en el tiempo de gestación ni esterilidad, pero sí se contempla una mayor mortalidad neo-natal.
En relación con la presencia de niños en altitud, no se conocen especiales contraindicaciones que pudieran afectar a un niño en buen estado de salud. Ahora bien, hay que tener en cuenta algunas particularidades:
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El riesgo de muerte súbita para un recién nacido y un lactante (hasta los 2 años) aumenta con la altitud.
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Tanto el lactante como el niño pequeño corren más riesgo de congelaciones o hipotermia por la inmovilidad que implica ser transportados en la espalda de los padres, con zonas comprimidas en muslos y brazos.
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El niño o adolescente (hasta 16 años) puede ser más sensible que un adulto al mal agudo de montaña.
Teniendo en cuenta lo anterior, algunas recomendaciones pueden ser:
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Evitar estancias por encima de 1.800 m de altitud a bebés con menos de 18 meses.
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Con niños y adolescentes aumentaremos sensiblemente el número de paradas, que aprovecharemos para que no dejen de beber.
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Estar especialmente vigilantes para que anulen al máximo la hiperactividad propia de su edad.
¿Y cuando todavía no andan solitos?
Si existen fabricantes de botas de marcha que incorporan a sus gamas modelos pensados para la infancia, también existe por fortuna otra buena oferta de los fabricantes de mochilas incorporando modelos porta-bebés para los padres que quieren que les de cuanto antes el aire del campo a sus retoños. Este curioso artilugio, cierto grado de sofisticación en su diseño, y un sentido tan práctico como elemental para lo que está pensado, posee dos partes esenciales: una estructura tipo mochila que actúa a modo de chasis, y un habitáculo con más o menos forma de silla. En el mercado, podemos encontrar diseños pensados para niños desde los seis meses hasta los tres años y 15 kilos de peso (los niños, no el porta), y un peso oscilando entre los 800 y los 2.800 gramos. Los modelos más sofisticados disponen de un diseño ergonómico pensado tanto para el portador como para el transportado, así como un soporte que facilita su estabilidad en el suelo una vez fuera de la espalda.
Con respecto a las partes textiles que están en contacto directo con el niño, son de un material absorvente y algo transpirable, para lo que se suele combinar el nailon, poliéster y algodón. En términos generales, debemos valorar:
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La estructura en su conjunto debe de poseer cuando menos un grado de rigidez mínima (estructura de aluminio o dural) que garantice un reparto uniforme del peso sobre la espalda por un lado, y por otro una estabilidad lateral y trasera aceptables del bebé dentro de su habitáculo. Se trata de que el bebé no vaya aprisionado contra la espalda del portador.
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El respaldo que sujeta al bebé por detrás no debe permitir que éste adopte una posición acostada en exceso, que le provoque ahogo si vomita o le incomode durante la marcha.
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Como tal mochila moderna que se precie, debe poseer hombreras y cinturón ventral de cierta calidad, así como las regulaciones habituales. La calidad de los materiales textiles empleados no debe ser inferior al de las mochilas de similar capacidad. La presencia de buenos compartimentos para albergar pañales, biberón, etc. no es nada superfluo, así como que el conjunto pueda ser plegable cuando no se utiliza.
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Importante es que el habitáculo se pueda regular absolutamente en todos sus puntos (altura y anchura), con el fin de que el niño esté cómodamente instalado con independencia del tiempo que tenga hasta, obviamente, el límite de edad de 3 años.
Tres últimas recomendaciones, desde el punto de vista de la seguridad del bebé:
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Antes de que sujete bien la cabeza, no utilizar la mochila (en torno a los seis meses). Se le puede sacar al campo, pero en un buen carrito por pistas adecuadas (los padres descubriréis una nueva dimensión de vuestras sierras habituales...).
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No os recomiendo en ningún caso utilizar el arnés ventral de ciudad para llevarle por la montaña.
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Nunca vayas sólo cuando lleves a tu bebé en la mochila: no le puedes controlar visualmente, no puedes bajártelo ni subírtelo cómodamente, y lo que es peor, cualquier contratiempo que tú pudieras sufrir, será también para el bebé.
Renunciemos a nuestro ego de padres en beneficio de nuestros hijos. Un niño no desea subir a una cumbre a cualquier precio, como pretendemos nosotros muchas veces. Hay que pensar dónde obtendrá más beneficio: en una interminable ascensión (y luego descenso) con terreno y ambiente hostiles, horas y más horas bajo el sol... o correteando por una pradera, jugando en un riachuelo, o boquiabierto ante la contemplación de un gran hormiguero en plena actividad.