Nacho Dean: soñar a lo grande

La vuelta al mundo a pie y a nado

Nacho Dean: soñar a lo grande
Nacho Dean: soñar a lo grande

Soñar a lo grande. Muy a lo grande. Es –sin lugar a dudas- uno de los requisitos para lanzarse a dar la vuelta al mundo caminando, como hizo el aventurero Nacho Dean en 2016 al embarcarse en una aventura que le llevó durante tres años a recorrer cuatro continentes, treinta y un países y treinta y tres mil kilómetros a pie y en solitario.

Pero, decía un tal Shakespeare que un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto. Y quizás temiendo el paso del tiempo, Nacho volvió a soñar con nuevos retos: durante la vuelta al mundo caminando, cada vez que alcanzaba un océano tenía que coger un medio de trasporte para ir al siguiente lugar que no llegaba andando. Eso le hizo crear una deuda con los océanos y fue así como nació su siguiente aventura: “La expedición Nemo". El 8 de junio de 2018, Día de los Océanos, Nacho se embarcaba en esta expedición que consistía en unir nadando los cinco continentes, cruzando en un año el Estrecho de Gibraltar, la travesía Meis-Kas, el Estrecho de Bering, el Mar de Bismarck y el Golfo de Áqaba. Se convertía en la primera persona en la historia en dar la vuelta al mundo andando y nadando. Ahí es nada.

La cultura en la que vivimos valora el confort y la seguridad por encima de otros valores como puedan ser la libertad o la pasión de vivir

Nos reunimos en un agradable día de finales de mayo en la cafetería de la agencia de viajes Pangea, con un gran mapamundi en la pared recordándonos lo pequeño del mundo, y lo grande de su gesta. Con ustedes, Nacho Dean.

¿Qué significa ser libre y salvaje?

Ser libre significa desprenderte de todo lo material. Para poder emprender una vuelta al mundo caminando, tienes que quedarte con apenas cuatro cosas, que son con las que vas a sobrevivir. Tienes que desprenderte también de tus miedos y todos los frenos y lastres mentales que siempre nos impiden embarcarnos en una aventura así. ¿Qué será de mí? ¿Volveré?…. Y luego está la cultura en la que vivimos que valora el confort y la seguridad por encima de otros valores como puedan ser la libertad o la pasión de vivir. En ese sentido tienes que hacer un verdadero ejercicio de desprendimiento y de libertad. Y salvaje porque aflora un instinto de supervivencia, pasas 24 horas al día en contacto con la naturaleza, a la intemperie día y noche, caminando bajo la lluvia, con calor, con humedad, caminando por una gran diversidad de ecosistemas… y se va desarrollando ese olfato, ese instinto, esa parte animal que todos tenemos que en un estilo de vida más civilizado están más en segundo plano, pero que en una aventura así es el motor y la razón para sobrevivir.

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¿Cómo llegaste a la decisión de que tenías que emprender un viaje así?

Pues fue un proceso largo, no fue una decisión de un día para otro. Podría decir que ha sido un proceso de toda la vida. Me gusta viajar. Me gusta el deporte. Me gusta la aventura. Había hecho el Camino de Santiago por algunas variantes, había estado por encima del Círculo Polar Ártico, la Transpirenaica desde el Cabo de Creus hasta Irún… y me encontraba tan a gusto, me sentía tan bien caminando, en contacto con la naturaleza y llegando a los sitios por mi propio pie que me dije, ¿por qué en vez de un viaje de unos días o unas semanas y volver a casa, no echar a andar y dar la vuelta al mundo caminando? Pero como siempre digo una cosa es tener ideas y otra diferente es llevarlas a la práctica, apostar por ello. Pero luego me doy cuenta de que no es sólo tener la idea, fue más bien una evolución desde muy temprana edad.

La incertidumbre es algo con lo que lidias en el día a día. Sabes dónde te levantas pero no dónde te vas a acostar, cada día es completamente nuevo, diferente

He vivido en muchos sitios, por la profesión de mi padre que es marino, y cada poco tiempo estábamos a acostumbrados a movernos de sitio, lo que hace de ti una persona desarraigada y desprendida de las cosas. Y esa facilidad por cambiar de lugar, unida al gusto por la naturaleza, hace que de una manera natural un día pues se te ocurra. A otros se les ocurre montar una empresa, formar una familia o estudiar una carrera; a mí se me ocurrió dar la vuelta al mundo caminando.

No cualquiera se lanza a una aventura así. ¿Qué tipo de cualidades hay que tener para lanzarse a ello?

Sólo lo hemos hecho cinco personas en el mundo, lo que es una señal de que no es algo muy común. En primer lugar tienes que ser una persona soñadora. Por supuesto, te tiene que gustar caminar, te tiene que gustar viajar, conocer el planeta en el que vives, la aventura… Tienes que ser capaz de estar viviendo mucho tiempo con muy poco, sin apego a lo material. Y también una valentía para llevar esos sueños a la práctica…

Y para lidiar con la incertidumbre…

Por supuesto. La incertidumbre es algo con lo que lidias en el día a día. Sabes dónde te levantas pero no dónde te vas a acostar, cada día es completamente nuevo, diferente. ¿Qué ocurre? Que eso que parece difícil, incluso un inconveniente –porque nos gusta tener certezas- al final también es muy estimulante, porque hace que cada día no sepas a los problemas que te vas a tener que enfrentar, qué gente vas a conocer. Lo que me lleva a decir que desde luego tienes que tener espíritu de superación, de querer ponerte a prueba. Es algo que te ayuda a ver de lo que eres capaz, empujas tus límites… y eso es muy estimulante también. Has de ser una persona humilde, porque vas a ver infinidad de realidades y culturas muy diferentes a las de tu lugar de origen. Y en Europa tendemos un poco al etnocentrismo, creemos que somos una cultura superior y muchas veces desde esa posición juzgamos al resto del mundo. Pero cuando viajas a pie, estás totalmente desprotegido, y si vas con una actitud de superioridad… has de respetar los lugares a los que vas, no creerte mejor.

¿Cómo cambia la visión del mundo cuando lo recorrer caminando?

Viajar a pie es la mejor manera de conocer los lugares. Siempre tenemos prisa: queremos viajar rápido, ver mucho en poco tiempo; viajamos en avión, en tren, en moto… Pero andando vas a cinco kilómetros por hora. Sientes el lento girar del planeta bajo tus pies. Es la mejor manera de conocer las culturas. Comer en los puestos callejeros, hablar con la gente, ver las nubes, escuchar el canto de los pájaros, dormir bajo las estrellas… Es la mejor manera de conectar con el mundo y a la vez contigo. Es otro tiempo y es otro espacio. Y a la vez eso hace que sea también arriesgado, sobre todo en regiones delicadas por la fauna o por la delincuencia. Lo que hace que tengas que estar muy alerta, planificar muy bien las jornadas: las zonas que vas a atravesar, las vacunas, avisar a las embajadas de qué itinerario vas a seguir, dónde vas a pasar la noche, qué comerás… ¡tienes que ir muy alerta!

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¿Qué lugar del mundo que hayas conocido, sería donde te gustaría retirarte a vivir?

Espero que quede mucho tiempo todavía… Pero aunque me han gustado muchos lugares y países el primero que me viene a la cabeza es Australia. Es la aventura libre y salvaje. Si te gusta la naturaleza Australia es espectacular. Pero también me gustó mucho Alaska, otra tierra salvaje. Y te podría hablar muy bien de Costa Rica: un país pura vida, que rebosa biodiversidad y felicidad, además de ser un país seguro. Me costaría quedarme con alguno.

¿Por qué lugar del mundo, no volverías a pasar ni aunque te pagasen?

Por ninguno. Volvería a pasar por todos, a pesar de que ha habido algunos en los que te juegas el tipo… (India El Salvador)

La soledad ¿es buena compañera?

Para mí sí. Yo creo que en general es buena, pero hay que encontrar un equilibrio entre la soledad y la compañía. Creo que la gracia de la vida está en compartir las cosas. Yo convivo bien en soledad, aguanto días, semanas… Y creo que es muy interesante porque nos pasamos los días conectados a una pantalla, pero desconectados de nosotros mismos. Y en soledad, conectado con la naturaleza, te vas deshaciendo de todos esos ruidos, esas capas… y vas accediendo a cosas interesantes. En definitiva creo que hay que encontrar un equilibrio.

Antes hablabas de la capacidad de desprenderte de cosas materiales, pero en el caso de un viaje así en cierta medida también hay que saber desprenderse de las relaciones humanas…

Desde luego. Es difícil llegar a los sitios, pero muchas veces es más difícil marcharse, porque te encariñas de las cosas, de la gente, de las comodidades… es un verdadero ejercicio de desprendimiento. Y una de las cosas difíciles es estar lejos de los tuyos, en los momentos buenos y en los malos.

¿Has hecho muchos amigos? ¿Nos cuentas la historia de alguno de ellos?

He conocido mucha gente. Me viene a la mente Simon Ibrahil, de Siria. Un gran chico, un buen amigo, que su casa en Alepo había sido bombardeada, y estaba refugiado con su familia en Ereván, en Armenia, y tuve la fortuna de conocerle y que me abriera las puertas de su casa y me sentara a la mesa como uno más de la familia. Este viaje ha sido una lección de humildad: cómo gente que tiene poco lo comparte todo… La travesía por India fue muy dura, porque las condiciones ambientales son muy difíciles: las comidas, las pernoctas, regiones de jungla, el peligro de contraer enfermedades como la malaria o la fiebre tifoidea. Y fue muy duro hasta que conocí a Mr. Udayan Barmar. La India es una sociedad de castas, y cuando conoces a alguien de una casta influyente… se me abrieron las puertas en el resto de poblaciones por las que iba pasando. O mi amigo Javier de Malasia, Khan Rul de Bangladés... De muchas personas podría hablar.

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El mundo ¿es tan peligroso como lo pintan los medios?

No. En absoluto. Viajar a pie es el medio de transporte más lento y expuesto que hay. Si la humanidad fuera mala, como se expone en las noticias, mi viaje hubiera sido imposible. No habría llegado ni a Francia. Y he pasado solo, caminando, con un carrito, por infinidad de lugares. ¿Qué ocurre? Que las malas noticias hacen más ruido, y parecen más abundantes. Y entonces da miedo salir de casa. Y más aún a pie. Mucha gente se echaba las manos a la cabeza cuando les contaba que iba a viajar solo caminando.

¿En qué momentos se te plantean más dudas?

Desde antes de empezar. Fueron un año y medio casi dos para tomar la decisión. Pero esto tiene que ser algo inevitable. Creo que es un milagro estar vivos, y eso fue lo que me empujó a tomar la decisión. Luego también el viaje no lo hace sólo quien se va, lo hace el que se queda. Y las personas que se quedan sabes que su preocupación es tu preocupación. Y ahí hay que hilar, hay que saber llevarlo bien, y en mi caso han sabido hacerlo, porque me han sabido dar la libertad y el espacio como para que yo pueda volcar al cien por cien todas mis energías en un viaje tan exigente.

La vida es un camino, y escojas el que escojas va a haber siempre dificultades

Y dudas… muchos días. Días que estás mojado, que no has comido, que estás dentro de la tienda de campaña, pasando penurias y piensas ¿quién coño me mandaría a mi meterme en esto? O que te asaltan, o enfermas, o hay atentados… y te preguntas cosas. Pero bueno, son las dificultades del camino. La vida es un camino, y escojas el que escojas va a haber siempre dificultades. Y el miedo es animal, un reflejo ante situaciones de peligro, incertidumbre, y hay que lidiar con él.

¿Qué es lo que nunca falta en tu mochila?

Agua. Al final las cosas materiales, técnicas… es cierto que hay avances que vienen muy bien, pero en ocasiones nos apoyamos demasiado en la tecnología en detrimento de una fortaleza física y mental. Nos olvidamos de que el ser humano ha estado haciendo cosas increíbles durante siglos sin grandes medios materiales o técnicos. Yo me he dado cuenta de que al principio sí usaba un buen calzado. Cuando llevas miles de kilómetros, no te importa tanto. Y lo mismo con la tienda, el saco, el equipo… es cierto que cuanto más ligero, menos ocupe o más impermeable sea pues mejor, pero no sirve de nada sin una buena base de entrenamiento físico y mental. Si me das a elegir quizás una tienda de campaña. Pero son cosas secundarias. Así que agua e ilusión.

Todo viaje supone una transformación. ¿En qué cambió el Nacho de antes con el después del viaje?

Pues llegó un Nacho mucho más delgado. Perdí doce kilos. Hay una transformación física: fortaleces las piernas pero pierdes en el tronco y las extremidades superiores. Y por supuesto aparte de los cambios físicos los hay interiores. Vuelve una persona muy agradecida con la vida, afortunada. Consciente de ser afortunada. Del milagro que es estar vivo. De lo valioso que es el tiempo. Consciente del mundo que nos rodea. De tus deseos. Ha sido también una lección de humildad. Atraviesas regiones y países que tienen muy poco y te lo dan todo.

Yo he recorrido el mundo a pie, lo he visto con mis ojos. Tengo una noción de sus dimensiones. Y es más pequeño de lo que parece

Una lección de austeridad: tres años viviendo con lo que cabe en un carrito. Lavando tu ropa a mano. Durmiendo en el suelo. Duchándote con agua fría, si la hay… Cuando regresas aprecias todo muchísimo más. Apretar un botón y que se encienda la luz. Un grifo y que salga agua potable. Cosas que damos por sentado. Y creemos tener derecho a ellas. La seguridad. Pasear por la calle y que sea seguro. Ir a un hospital y que te atiendan. Hay muchísimos países en los que no es así. Y esto te ayuda a apreciarlo y trabajar para mejorarlo. Y somos muy expertos en quejarnos y no hacer nada, que nos den las cosas hechas. Y por supuesto también una noción de las dimensiones del planeta. Yo he recorrido el mundo a pie, lo he visto con mis ojos. Tengo una noción de sus dimensiones. Y es más pequeño de lo que parece.

¿Hay que tener mucho dinero o un colchón para hacer un viaje así?

Hay un proverbio árabe que dice que cuando quieres algo encuentras un medio, y cuando no quieres hacer nada encuentras una excusa. Somos expertos en excusas: no tengo dinero, no tengo tiempo, me duele un tobillo… cuando no quieres hacer algo encuentras una excusa. Yo comencé la vuelta al mundo con un presupuesto muy ajustado. Sin patrocinadores, seguro o asistencia…

¿Cuánto dinero llevabas contigo al salir? ¿Con cuánto llegaste?

Partí con poco más de tres mil euros. Llegué sin nada.

¿Trabajaste en el camino?

Nunca. Si hablamos del concepto de trabajo remunerado, nunca. Con otro concepto, muchísimo. ¿Cómo he financiado la expedición? Aparte de con ahorros personales, a través de donaciones. Quise que el viaje sirviese para documentar el cambio climático, y gente que simpatizaba con el reto deportivo o el mensaje medioambiental me aportaba donaciones. Y por supuesto la valiosa ayuda de la gente del camino: un plato de comida, una cama, una ducha… Porque también ocurre que queremos todo ya y a todo trapo. No. Las cosas hay que trabajarlas desde abajo. Y esto ha sido una demostración de que no hay nada imposible, de que cuando quieres algo, y trabajas por ello lo consigues.

¿Cómo surgió tu deuda con los océanos?

Qué ocurre: que tres cuartas partes del planeta son agua. Entonces tenía una espinita con los océanos. Había dado la vuelta al mundo caminando, pero había dejado una parte importante del planeta por recorrer. Una vez que escribí el libro “Libre y Salvaje" dije ¿y por qué no unir los cinco continentes a nado? Era como cerrar el círculo, hacer nadando lo que me había quedado pendiente para además mandar un mensaje de conservación de los océanos. Casi a diario escuchamos noticias sobre el calentamiento global, el aumento del nivel del mar, la contaminación con plásticos, pérdida de biodiversidad… así que creo que es un mensaje necesario. No somos conscientes de la importancia de los océanos para la salud del planeta.

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¿Cómo te has entrenado para un reto tan exigente?

Yo sabía flotar, pero yo no era nadador. Y de ahí viene la dificultad y el aliciente. Tenía que entrenarme. Y lo primero que hice fue comprarme el bono de la piscina municipal de veinticinco metros, y empezar a nadar. Porque hasta la aventura más larga empieza con un primer paso ¿verdad? Me propuse ir todos los días, empecé con mucha disciplina, sin entrenador, que este es otro tema: coach, nutricionista, psicoterapeuta… bueno, está bien, pero yo no los he tenido. Y tienes que suplir esas carencias con otras cualidades.

¡Pero la natación es un deporte muy técnico!

Efectivamente. Pero he sido autodidacta. He leído libros, visto vídeos, he contactado con nadadores de aguas abiertas y largas distancias. Al principio con cuatro largos ya me dolían los hombros, era terrible. Es muy curioso porque el agua es un medio totalmente diferente, y todo lo que sabía de montaña, de escalada, de supervivencia ¡no me valía para nada! Y unas piernas fuertes en el agua se hunden y te hacen de lastre. Fue un camino muy interesante porque un gran porcentaje de nuestro cuerpo es agua, y una gran parte del planeta es agua, es un elemento que está en la vida, en todas partes. Pero como dices es un deporte que es mucho de técnica, de sensaciones. No es de estar muy fuerte. Un tipo muy fuerte de gimnasio se va al fondo en la piscina. Es más de tener una buena hidrodinámica, minimizar tu resistencia al avance, tener brazada lo más eficiente posible, coordinar la patada… Un dato: nadé dos mil quinientos kilómetros entrenado, para preparar una expedición que han supuesto setenta kilómetros, sumando cada cruce. Una vez que empecé a notar que tenía mejor técnica, empecé a entrenar en aguas abiertas. Me empecé a apuntar a carreras, en Altea, en el Navia, sin ánimo de ganar ni batir ninguna marca, y poco a poco empecé a aumentar la distancia: 5, 7, 10 kilómetros… que diez kilómetros nadando en el mar me sonaba como algo muy lejano; hasta que poco a poco fui interiorizando como una distancia normal nadar diez y doce kilómetros. Luego aprender el nado de avistamiento, porque en una piscina tienes una línea en el fondo, tienes corcheras, un bordillo al final… en el mar no hay nada con lo que guiarse, y tienes que aprender a usar referencias, como los cabos.

No somos conscientes de la importancia de los océanos para la salud del planeta

La expedición Nemo la comencé en junio de 2018, y de enero a mayo diseñé una gira por el litoral español haciendo travesías en aguas abiertas: en Hendaya, San Sebastián, Gijón, La Coruña; y luego por el Mediterráneo, en Barcelona, Tarragona, hasta Málaga. En cada lugar me ponía en contacto con nadadores locales, o piragüistas que me daban cobertura. Gracias a esa gente he podido entrenar. Gente que de modo altruista me ha dado su tiempo y ha creído en este proyecto, quizás por su amor por la aventura, por los mares, me han dado cobertura. Los meses de invierno en el Cantábrico, no es que no hubiera nadie en la playa, es que no había nadie en la calle. Con frío y lluvia estábamos cuatro locos en el mar nadando, entrenando con el oleaje, nadar contra corriente, mantener la calma en el mar. Porque a veces te pone nervioso no saber qué hay en las profundidades, no tienes donde agarrarte y hay que saber mantener la calma.

De todos los aprendizajes ¿cuál dirías que te ha costado más?

Desarrollar una técnica lo suficientemente buena como para ser capaz de estar nadando durante horas.

Nadar da para pensar mucho… ¿en qué concentras tus pensamientos? ¿Tienes algún “mantra" que te ayude a superarte?

Nadar es un auténtico ejercicio de meditación. Caminando es cierto que piensas en ciertas sensaciones físicas, pero te puedes ausentar. Nadando no: estás aquí y ahora. Piensas mucho en cada brazada, que sea lo mejor posible. Y después de una, otra. Una, otra, otra… Pero hay veces que estás reventado y naves ni cómo vas a dar la siguiente. O te pican medusas, o te fallan las fuerzas, o que tienes que parar para los avituallamientos. Y una cosa es cruzar el Estrecho de Gibraltar, donde está la ACNEG (Asociación para el Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar), con muy buena logística y veinte años de experiencia; y otra cosa es el Estrecho de Bering, donde el agua está a tres grados y te da cobertura un inuit con una embarcación. O en Papúa donde los barcos son tan grandes que no llegas ni a coger la botella para beber.

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¿Cuál ha sido el más duro?

El de Papúa. Sin duda. Ocurre que cuando hice el de Gibraltar era el más duro que había hecho nunca. Son aguas muy revueltas, muchas corrientes, vientos… ves África al fondo y te dices ¿cómo voy a llegar yo allí? Pero una vez que cruzas Gibraltar te das cuenta de que Bering es mucho más difícil, porque el agua está muy fría, es casi hielo… Y una vez que nadas en Bering y vas a Papúa te das cuenta que no, que es mucho más duro… lo cual no quiere decir que Bering haya sido fácil. Pero la más difícil fue Papúa. Fueron dos días de viaje hasta allí. Que ya cansa un poco. Llegué y estuve diez días tramitando todos los permisos con las autoridades locales, consulados, policía marina, armada, para poder cruzar una frontera, que al ser intercontinentales suelen ser delicadas políticamente, y no siempre las embarcaciones de un país pueden cruzar al otro lado, lo que hace que te tengan que estar esperando en la frontera las embarcaciones del otro país. Y después de esos dos días de vuelos, más los diez de gestiones, con unas condiciones para nada perfectas, porque la comida por allí deja mucho que desear, y encima en época de monzones, con mucho calor… Días en los que piensas ¿o cruzo ya o el día que tenga que hacerlo voy a estar reventadísimo. Y cuando por fin llega el día de nadar pues ocurren varios percances. El agua está a treinta grados, son aguas muy cálidas, hay fauna marina peligrosa, tiburones, cocodrilos de agua salada… razón por la que nadé dos kilómetros mar adentro, evitando la zona de manglares. Y para colmo hay está la medusa irukandji, con un veneno tan potente como el de la serpiente cobra, y tienes que tener un dispositivo de emergencia por si te pica para que la embarcación te lleve a costa y allí te espere una ambulancia que te lleve directo al hospital.

A veces te pone nervioso no saber qué hay en las profundidades, no tienes donde agarrarte y hay que saber mantener la calma

Y estaba atravesando la desembocadura del río Moratami, un río del norte de la isla que baja de la jungla lleno de troncos y de barro, un agua muy turbia que se adentra varios kilómetros mar adentro, y de repente me picó algo en la cara. En ese momento paré, levanté la mano para que estuviesen atentos, y sobre todo yo mismo prestar atención de si eso iba a más o no. El caso es que fue a menos y pude continuar la travesía. Me hice un plan de cuarenta y cinco minutos para los avituallamientos, pero era tal el calor que tuve que hacerlo cada veinte. Me estaba deshidratando. Luego además eran embarcaciones muy grandes, el oleaje las empujaba, y al querer llegar hasta ellas para coger la botella me costaba un triunfo. Y luego ocurrió un percance: me dijeron dónde estaba la frontera, había cuatro cabos –el primero lo ves, el segundo un poco menos, y el tercero y el cuarto sólo los intuyes en la distancia- y me dicen que la frontera está en el primero. Me hago una referencia visual y me digo que puedo hacerlo, son más o menos diez kilómetros, unas tres horas… Pero después de lo del río, la picadura, los avituallamientos, van y me dicen que se han equivocado: que la frontera no es en el primer cabo, es en el cuarto. Mentalmente me mata. Había pasado dificultades, no veía el momento de salir, y cuando por fin lo veo me dicen que me quedan diez kilómetros…

¿Fue uno de esos momentos en los que piensas en rendirte?

Fue la primera vez que me planteé abandonar. Estaba ya sin fuerzas, sin saber si avanzaba… Ocurre que lejos de costa las referencias avanzan muy lentamente. Llevas media hora nadando y parece que ese monte sigue en el mismo sitio, que no terminas de pasarlo. Fue duro. Se tuvieron que tirar miembros de mi equipo a nadar conmigo, no te digo más.

Ahora mismo ¿prefieres caminar o nadar?

Depende donde. Me encanta nadar. Antes entrenaba por un objetivo, y ahora entreno de un modo menos exigente voy menos y entreno más en seco. Que me he tirado tres años mojándome casi tres horas diarias.

¿Qué fronteras te quedan por romper?

El mundo son doscientos países, y no sé cuántos he recorrido pero me quedan muchos por conocer. Y nuevos retos… en otra disciplina. Siempre me han gustado los desafíos con mi propio cuerpo y los menos intermediarios posibles. Queda navegar, queda remar, pedalear… Queda Nacho Dean para rato.

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