Doug Scott, descenso a los infiernos

El Ogro. Y siete jornadas de lucha por la supervivencia.

Jorge Jiménez Ríos

Doug Scott y el descenso a los infiernos
Doug Scott y el descenso a los infiernos

Una pequeña bandera británica ondea con el aire enrarecido de los casi 7.300 metros donde reposa. Hasta allí han escalado Chris Bonington y Doug Scott, dos vanguardistas del sueño vertical, sólidos, hechos de carne, hueso y el hielo suficiente para mantener la cabeza fría cuando todo te dice que lo mejor es perderla. No han hecho cumbre en una montaña cualquiera: han hollado el Ogro, un colmillo del Karakorum de paredes oceánicas en cuya cima nunca se había puesto un pie.

Era el 17 de julio de 1977 y sus compañeros, Mo Anthoine y Clive Rowland, habían agotado sus energías antes del ataque definitivo, por lo que Bonington y Scott, dos de las más espléndidas criaturas que han conocido las montañas, iban a emprender una severa ascensión, de 15 horas ininterrumpidas, para doblegar los bastiones superiores del crudo y nebuloso Baintha Brakk. Doug Scott y el descenso a los infiernos

Doug Scott, tras el accidente, descendiendo del Baintha Brakk.

La alegría de ese momento irrepetible, en el que el nombre de la cumbre se enlaza para siempre con los suyos, pronto se va a diluir ante la amenaza de la noche, que llega rápida y sin tregua. El descenso va a ser una sucesión de desgracias que terminarán conformando uno de los relatos sobre perseverancia más memorables del alpinismo.

En el primer rápel, y debido al cansancio, Doug Scott sufré una caída que pretende solventar con un péndulo de recuperación, maniobra en la que vuelve a cometer un error, impactando contra las rocas. Se fractura los dos tobillos y quiebra los cristales de sus gafas. Su primer pensamiento fue “hasta aquí hemos llegado".

7 días en el infierno

Ha sucedido por encima de los 7.000 metros. Con escasas expectativas de salir de la montaña, los dos alpinistas emprenden un lento y agónico descenso que durará siete jornadas. Scott, arrastrándose literalmente por la montaña, demuestra un tesón incombustible que, unido a la solidaridad de Bonington y a sus propias capacidades alpinas, les sacarán de aquel infierno de roca y nieve hasta el que han acudido voluntarios.

Ante el trágico correr de los días, el resto de la expedición les da por fallecidos e inicia la retirada de la montaña.

Scott persiste en su lánguida huida: se lacera las rótulas y las muñecas avanzando como un muñeco de trapo. Por si las penurias fueran pocas, la montaña no ha dicho su última palabra y les arroja una tormenta de dos días, condenándoles a refugiarse en una cueva de hielo. Como resultado: pulmonía para Bonington, que enfermo e impreciso sufre un accidente en el que se rompe un par de costillas.

Doug Scott y el descenso a los infiernos

Bonington y Scott.

Como ánimas despojadas de cualquier recuerdo de su humanidad, con sus miembros alimentados por una energía externa, persisten en el interminable descenso.

A pesar de todo, y gracias al apoyo de Mo Anthoine y Clive Rowland en los últimos tramos de la bajada, alcanzan un campo base en el que ya habían llorado su desaparición. En el limbo de sus energías ven aparecer finalmente el helicóptero de rescate. Y cuando todo parece haber terminado, el aparato se precipita al vacío con ellos dentro... sin víctimas afortunadamente.

El Ogro había sido sometido, pero ciertamente la montaña había mostrado unas credenciales que, hasta hoy, han mantenido a la mayoría de alpinistas bien lejos de sus paredes.

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