Verán, le sucedió a Walter Bonatti durante la primera ascensión histórica al K2. Los calendarios marcaban el 31 de julio de 1954 y unos bravos italianos, liderados por Ardito Desio, querían contemplar el mundo desde los 8.611 metros de pura belleza y puro terror de uno de los baluartes del Himalaya, quizá su mayor símbolo de dificultad. Quienes lo iban a lograr fueron Achille Compagnoni y Lino Lacedelli. Había pasado medio siglo desde los primeros intentos protagonizados en 1902 por el infame y genial Aleister Crowley, y por fin se había logrado. El estandarte de lo imposible se sustituía por la enseña transalpina. Pero el logro no iba a estar exento de polémica.
Durante el ataque definitivo a cumbre, desarrollado a través del Espolón de los Abruzzos, una línea afilada que recorre la arista sureste de la montaña, dos hombres se iban a quedar solos, sin oxígeno suplementario, ni tienda de campaña, improvisando uno de los vivacs más espantosos de la historia del alpinismo, por encima de los 8.000 metros y sin posibilidad de ayuda. Eran Walter Bonatti, para muchos el mejor alpinista de siempre –al menos el más elegante–, y su porteador el hunza Mahdi. Mientras que los hombres de cima aseguraban no haber tenido constancia de sus peticiones de ayuda y menos idea aún de lo ocurrido con las botellas de oxígeno que aguardaban en el último campo de altura –al que debían llegar Bonatti y su compañero–, sí que afirmaron que habían logrado la cima sin utilizar oxígeno artificial. La realidad, y la versión de Bonatti, es que ese último campo se había cambiado de ubicación sin previo aviso, posiblemente como seguro para que Walter no añadiese otro hito extraordinario a su emblemática carrera. Y que las botellas también habían llegado a cumbre, junto a los primeros conquistadores del K2. Así que mintieron. Habían usado oxígeno suplementario y habían dejado a Bonatti a su suerte, allí donde la suerte no sobrevive mucho tiempo. La versión de Walter tardó 50 años en ser confirmada y la primera ascensión del K2 se convertía todavía más en un ejemplo sobresaliente del espíritu humano, con todas sus luces y sus sombras.
El acoso de los medios a Bonatti, su lucha entusiasta por la verdad y la creciente competitividad en los terrenos alpinos que empezaba a despertar en los años sesenta, llevaron al italiano a pasarse al periodismo de aventura –en la revista Época– y abandonar su carrera deportiva (cuando alcanzaba la auténtica madurez… ¿hasta dónde habría llegado?), no sin antes dejar un último hito para la posteridad: la primera ascensión invernal y en solitario a la cara norte del Cervino.
Desde que hemos mirado a las montañas con curiosidad, el alpinismo se ha desarrollado al margen de otras disciplinas, combinando deporte, ciencia y, por qué no decirlo, filosofía. En esta última categoría se engloban asuntos nada baladí como el estilo de una ascensión (la ruta escogida, la utilización de más o menos medios artificiales, el número de expedicionarios…) y la forma en que ésta afecta al individuo y a la comunidad global. Y es por eso, y porque el ser humano se mueve siempre entre lo sublime y lo terrible, que las mentiras han prosperado en unos entornos donde la única verdad absoluta es nuestra insignificancia. Hemos llegado a tal punto en que se prohíben permisos a tipos que han “photoshopeado” su presencia en la cima del Everest o en que se ha manchado uno de los proyectos fundamentales que han dado forma a la cultura deportiva en los Himalayas, los 14 ochomiles –a la coreana Oh Eun-Sun no le validaron su ascensión al Kangchenjunga por lo que Edurne Pasabán se ganaba un merecido hueco en la historia alpina siendo la primera mujer en lograrlo–.
Si bien es cierto que con la tecnología de que disponemos hoy en día sería injustificable no aportar pruebas de una ascensión, sobre todo cuando esta tiene un impacto brutal en los medios (como casi cualquier otra cosa, por otra parte), es igual de cierto que tipos como Kilian Jornet, Simone Moro o Alex Txikon, por citar algunos de los alpinistas de vanguardia que han destrozado los límites conocidos en los últimos años, deberían ser respetados más allá de unas fotografías de cima. Su valentía, su tenacidad luchando allí donde el aire se fragmenta en átomos y el ser humano se rebaja a lo indispensable, debería ser suficiente para que su palabra sea tenida en cuenta. Aunque medios y patrocinadores estén detrás de sus actividades, su ética montañera va más lejos que ponerse una medalla. Nadie creería que Carlos Soria, uno de los alpinistas más inteligentes que han existido, fuera a mentir sobre una cima. ¿Por qué dudar de quienes están revolucionando nuestra manera de imaginar la capacidad del ser humano?
Es labor de los medios (y del público interesado) discernir cuándo una ascensión debe ser revisada y confirmada. Por supuesto. Pero también es nuestra labor mantener cierta pureza en la aventura. Si alguien como Kilian Jornet tarda unos días en subir su track hasta la cima del Everest es lo más lógico. Primero debe regresar a casa, a su gente, descansar de una actividad física y mentalmente agotadora y confiar en que quienes le han seguido y seguirán a través de sus redes crean en su ética. Por eso hemos asistido atónitos a la persecución (más bien cortita) que sufría Kilian la pasada semana cuando se le exigía desde medios franceses (¡sorpresa!) e incluso medios especializados nacionales, pruebas de su ascensión, hostigándole con titulares como “El tiempo corre en contra de Kilian Jornet”. Iba a tardar unas pocas horas en cerrarles la boca. ¿Alguien de verdad cree que Kilian iba a jugarse su carrera por una cima?¿Por el Everest?¿Por una marca? Este hombre, les recuerdo, abandonó sus intenciones (a pesar de los patrocinadores o, mejor dicho, apoyado por ellos) para ofrecer su ayuda tras el terremoto de Nepal en 2015. Ha servido de ejemplo a toda una generación… y las que quedan. Lo ha ganado todo. Incluido nuestro más profundo respeto. Tristemente es muy sencillo hoy en día buscar una polémica infundada, hacer unos cuantos “click baits” en redes sociales y ponerle una pátina sombría a la inspiradora y futurista doble ascensión al Everest. Por eso, cuando encontramos ejemplos auténticos de alpinistas, de esos que bregan con la montaña por el desafío interior, cuya única competición es con uno mismo, deberíamos ser cautelosos en nuestras exigencias. Lo primero que debería demostrar Kilian Jornet es que vuelve a casa sano y salvo para contarnos su historia. La cultura de la inmediatez, la vorágine de información en que vivimos cada día nos precipita tanto en nuestras valoraciones como en nuestras acciones. Respiremos más tranquilamente de vez en cuando. No es tan malo que sea el viento el que traiga las noticias...
En el verano de 2003 el escalador español Bernabé Fernández propuso el primer 9b de escalada con Chilam Balam: 82 visionarios metros que serpentean en una de las paredes de la escuela andaluza de Villanueva del Rosario. El encadenamiento de esta ruta, cuatro años después de ser equipada por él mismo, desembocó en tanta controversia, una vez más apoyada por los medios especializados, que se pidieron furiosamente pruebas de su ascensión. Cabe decir que Bernabé Fernández era, posiblemente, el escalador más aventajado del planeta en ese momento. Con sólo 14 años se convertía en el más joven en firmar una vía de 8a . Tres años más tarde se embolsaba el primer 8c nacional con Harakiri, poco después el primer 8c con Mojave y en años posteriores firmaba el primer 9a español (y cuarto del mundo) con Orujo, cuya variante también le serviría para llevarse el primer 9a . Ven la progresión lógica ¿verdad? La persecución fue tal que Bernabé se retiraba de los entornos públicos para que su actividad quedara en lo más íntimo y personal. No volvía a publicar, hasta tiempos recientes, nada sobre sus rutas de escalada. Obviamente un salto tan grande en la disciplina, una ruta que marcaría una época (ahora ya ha sido repetida y confirmada como 9b, el primero propuesto en el mundo), bien merecía algunas fotografías. ¿Lo merecía tanto como para pasar por encima del individuo que la había soñado y llevado a cabo? En ese caso, tanto el escalador como los medios actuaron con descoordinación y la historia quedó como uno de esos misterios, ahora exclusivo de los amantes de la vertical. Pero el relato podría haber sido muy distinto y Bernabé, sea como fuere, deberá aparecer entre los mejores escaladores deportivos de siempre.
Habrá hombres y mujeres que resplandezcan por encima de los demás, que despierten tantas pasiones como envidias, cuya imagen sea tan carismática que cualquier cosa que se saque sobre ellos arrojara miles de “likes”, océanos de tinta y conversaciones a pie de vía. Nuestra labor, como periodistas y aficionados, es siempre apoyar al deportista, confiar en su pericia y ética, y evaluar y comunicar sus logros cuando sean relevantes. Y en caso de duda, lo primero, preguntar al protagonista. No perseguirle por unas cuantas visitas de más. Es necesario, más que nunca, mantener algunos ejemplos de brillantez, solidaridad y certeza en sus palabras. Porque logros como los de Kilian Jornet son logros para todos. Porque la paciencia, ya lo saben, es la madre de un mogollón de cosas. Porque los hombres y mujeres valientes, honestos y capaces de hacernos imaginar nuevos mundos (aunque estén en éste) son los que han movido nuestra curiosidad y sed de conocimiento. Kilian lo único que tiene que hacer es correr, escalar, amar y suponemos que comer y dormir, aunque no sepamos muy bien de qué planeta viene. Confíen en Kilian Jornet porque es a las montañas lo que la nieve, la roca y el hielo, parte fundamental del concepto.