Hace veinte años dos tipos cruzaron el Atlántico en coches flotantes

Más de cien jornadas y 5.000 kilómetros para cumplir un insólito sueño.

Hace veinte años dos tipos cruzaron el Atlántico en coches flotantes
Hace veinte años dos tipos cruzaron el Atlántico en coches flotantes

Giorgio Amoretti tenía un sueño. Una meta en la vida. Tan extraña y excepcional que cada vez que trataba de poner su idea en marcha, encontraba nuevos e inconcebibles problemas logísticos o económicos. Su loquísimo plan era el siguiente: sellar un par de viejos coches, ponerles unas velas y navegar en ellos desde las costas de Canarias hasta el Caribe, a 5.000 kilómetros de agua y horizontes indistinguibles de distancia. Por qué os preguntaréis... pues porque el ser humano es una maquina infatigable de crear, imaginar y, sobre todo, encontrar nuevas formas de libertad. Lamentablemente, en 1999 Giorgio fue diagnosticado con un cáncer. Le quedaban entre tres y seis meses de vida. Lejos de hundirse en la desesperación, su familia se puso manos a la obra. Con 24 años, su hijo Marco Amoretti, sus dos hermanos y un amigo de la familia, Marcolino De Candia, lanzaban el insólito proyecto.

"Mi padre tenía una personalidad muy especial", recuerda Marco. "Un sueño es un sentimiento humano extraño, pero toda su vida la pasó buscando la libertad, la fantasía, algo que se saliese de los límites normales del mundo". Demasiado enfermo para unirse al viaje, Giorgio acabó falleciendo cuando sus hijos estaban en plena travesía, pero se marchó a los confines de la vida sabiendo que su sueño había cristalizado en uno de los viajes recreativos más fascinantes y épicos que se recuerdan en el Atlántico.

Marco Amoretti, sus dos hermanos y Marcolino De Candia pasaron todo tipo de penurias durante la extraña singladura. Solo diez días después de partir, los coches flotantes eran golpeados por una inmensa tormenta. Los hermanos de Marco tuvieron un terrible presentimiento sobre el viaje, solicitando un rescate en helicóptero, y dejando solos a su hermano mayor y a De Candia para el resto de la travesía. Aún les restaban más de cien jornadas para alcanzar su destino y habían perdido al único miembro de la expedición con conocimientos de ingeniería, resultando en situaciónes tan dramáticas como cómicas: Marco, por ejemplo, tuvo que pasar dos meses de intensa batalla con el teléfono satelital roto hasta lograr repararlo. "Como el teléfono había dejado de funcionar, no sabíamos que mi padre había empeorado mucho en el hospital. Una vez que recuperamos las comunicaciones, mi familia decidió no contarnos nada ya que podía provocarnos muy malos sentimientos, algo que pondría en peligro aquel sueño en proceso de convertirse en realidad. Solo durante la última semana de travesía, mi madre se atrevío a decirme que mi padre ya no estaba en este mundo. Esa última semana viví constantemente en una contradictoria línea entre la felicidad y la tristeza".

Tras 119 días de severa navegación, la pareja llegaba a la isla de Martinica. "La gente podría pensar que este tipo de experiencias son un aburrimiento, pues pasas muchas jornadas similares en un espacio reducido", sigue rememorando Marco. "Pero esto no es como estar en casa, donde el suelo no se mueve y puedes hacer de todo. En los coches cualquier cosa llevaba el doble de tiempo. Solo para cocinar y mantener todo en funcionamiento ya necesitabas todo el día. En realidad, no tuvimos nada de tiempo libre". Por las mañanas, Marco escribía un rato en su diario, el resto de la jornada la dedicada a sobrevivir.

Hace veinte años dos tipos cruzaron el Atlántico en coches flotantes

Su plan original pasaba por llegar a Martinica, continuar hacia Cuba y después conseguir un motor para seguir en ruta hacia Nueva York, pero los fondos se habian agotado y tras un mes en el dique seco, el dúo decidía regresar a Italia. Pensaron en escribir un libro, recaudar fondos y concluir la aventura, pero el impulso del momento había pasado. "Cuando regresamos perdimos un poco ese sueño. Volvimos a nuestra vida normal, a casa, y todo había cambiado. Ahora me arrepiento un poco de haber regresado, si nos hubiésemos quedado más tiempo en Martinica, quizá hubieramos terminado todo el viaje".

Veinte años después, sin embargo, el viejo sueño vuelve a brillar. Marco finalmente se ha puesto frente a las páginas en blanco para escribir y está en busca de un productor para rodar un documental sobre su expedición. "Simplemente quiero contar esta historia de la mejor manera. Hicimos que la fantasia fuese real, pero no supimos venderlo adecuadamente".

Bien contada, o sólo recordada, lo que es incuestionable es que esta aventura cambió a Marco Amoretti para siempre. "La ruta normal es ir al colegio, trabajar y casarse. Mi padre quería romper con todo ese sistema, aunque no es algo fácil si vives inmerso en nuestras sociedades. El sistema quiere que sigas en esa vida normal. Pero este viaje, esta aventura, esta inmensa experiencia, me sirvió para ser mucho más fuerte a la hora de afrontar el mundo normal".

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