Thor Heyerdahl, rumbo al atardecer

Jorge Jiménez Ríos

Thor Heyerdahl, rumbo al atardecer
Thor Heyerdahl, rumbo al atardecer

"A veces nos encontramos en situaciones raras, sin saber cómo. Nos metemos en ellas paso a paso y del modo más natural, hasta que de súbito, cuando estamos ya enzarzados, el corazón nos da un vuelco y nos preguntamos cómo diablos pudo ocurrir aquello”. Sin apenas saber nadar y con cierta fobia al agua arrastrada desde la adolescencia, Thor Heyerdahl, que empieza con este párrafo el relato de su expedición a bordo de la Kon- Tiki, navegó 4.000 millas marinas para demostrar una idea. El espíritu humano es así, capaz de embarcarse en un viaje del gusto de Kavafis, largo, lleno de peripecias, de experiencias, buscando un horizonte que no alcanza a ver, hacia un sol que no lo conoce, en un mundo que no le cree, para librar una batalla contra sí mismo.

Thor teorizó que para los antiguos pueblos el mar no fue un obstáculo sino un camino. A raíz de sus trabajos en las islas Marquesas de Polinesia, donde había encontrado numerosas similitudes con las culturas sudamericanas precolombinas, al otro lado del Pacífico, aseveró que hubiese sido posible la colonización de estas islas de Oceanía desde el continente americano y no desde Asia como ha sido (y sigue siendo) mayoritariamente aceptado. Su pronóstico: que a merced de los vientos alisios y de la corriente ecuatorial una pequeña balsa de madera podría realizar un prodigioso viaje que la comunidad científica definía como un suicidio.

El año en que pasó 101 días a bordo de su mínima embarcación, construida con nueve troncos de la selva de Quevedo, en Ecuador, era 1947. El 28 de abril, junto a un loro, un cangrejo y cinco compañeros, impulsados por una vela con la imagen del dios sol Tiki -y por el puro coraje-, partieron de la bahía de Callao (Perú), hacia un periplo incierto, al océano abierto, donde se olvidan las fronteras.

Con escualos y peces voladores fritos como base de su alimentación, lograron encallar en los arrecifes de Takume y Raroia, en una isla deshabitada y de acceso harto difícil, desde donde dieron noticia de su hazaña, al principio considerada una broma por radio. Un centenar de habitantes de la isla vecina, la población completa, acudieron en su rescate y poco después la goleta Tamara les puso rumbo a Tahití. “Pero nosotros seis en cubierta, de pie junto a nuestros nueve troncos queridos, sentíamos gratitud por haber salido todos con vida. Y en la laguna de Tahití flotaban, solitarias, seis guirnaldas de flores blancas, yendo y viniendo con las olillas de la playa”.

El documental que Thor grabó durante su expedición fue premiado por la Academia americana. Una historia en la que seis hombres habían vuelto a poner en duda la levedad del ser humano, los límites del conocimiento, y mostraban como el pensamiento puede tomar otra dirección.