El mundo en manos de Nellie Bly. Cuando en enero de 1890 la americana regresaba triunfal de dar la vuelta al planeta en 72 días, algo ya había cambiado para todos: la mujer no era una comparsa de la historia, tenía en sus manos la pluma para escribir algunos de los pasajes más brillantes de la aventura humana.
Texto: Jorge Jiménez Ríos Ilustsraciones: César Llaguno
La muchedumbre se arremolina en el andén de la estación de trenes de Jersey City. Aguardan, agitados, la llegada de un pasajero concreto. Entre el hormigueo, una figura espigada permanece estática, limpiando sus anteojos con un pañuelo, nervioso, consciente de la magnitud del momento. Trata de atusarse el pelo, achicarse los huecos de su americana, como si aquellos gestos fuesen la mayor muestra de respeto hacia la persona que está a punto de pisar el andén. Es Joseph Pulitzer quien así actúa, tratando de parecer impecable, movido por la admiración, por el asombro. Hace poco más de dos meses que el dinero de su periódico, el New York World, financia una expedición cautivadora que ahora toca a su irreversible conclusión. El tren asoma en la lejanía, comiéndose los raíles con paciencia, como si tuviese la intención de prolongar el instante definitivo. Se detiene, pacífico, acallando su rugido. Una joven se levanta de su asiento y deja que su silueta se vaya derramando por las ventanas ante los ojos expectantes del exterior. Parece estirarse el vestido de tweed, ajustarse el sombrero. Cuando Nellie Bly finalmente pone un pie en tierra la multitud se detona en vítores. Solo Pulitzer se mantiene hierático, incapaz de una reacción acorde. ¿Acaso puede hacer algo más que contemplar? El reloj de la estación marca las 15:51 del 25 de enero de 1890. Han pasado 72 jornadas desde que Nellie se lanzara a dar la vuelta al mundo. La realidad ha superado a la ficción. El récord novelesco de Phileas Fogg ha sido asaltado por una mujer. Nellie Bly ha vuelto a casa. Y sólo había hecho falta una chispa para que esta resuelta mujer de Pensilvania dinamitase las concepciones de una época.
Como cuando te besa la chica que te gusta. Que te gusta mucho. Luego todo puede cambiar. Puede que las huellas del camino se separen. Que los cuerpos no se enardezcan más. Pero vives en ese destello germinal, el resucitar de cierta magia. Estimulante, inexplicable… que para algo es magia. Dejar de adivinar, de prever, mantenerse en ese segundo fugazmente imperecedero, la llamarada primordial. Elizabeth Jane Cochrane, conocida después como Nellie Bly, encontró esa chispa en 1885, cuando llegaba a sus manos un denigrante artículo del Pittsburgh Dispatch titulado “¿Para qué sirven las chicas?". Y ese momento, exactamente ese momento, iba a cambiarlo todo.
Pionera del feminismo y el periodismo
Cuando nació Elizabeth Jane Cochrane la hoja del calendario mostraba un 5 de mayo de 1864. Sus primeros chillidos se escuchaban en Cochran´s Mills, una de esas aldeas de Pensilvania fundadas a base de tesón y whisky, con un pionero principal, su padre Michael Cochran. De raíces irlandesas, Michael no era muy dado a al autocontrol, siendo Nellie su decimotercera hija. Contaba con apenas seis años cuando su padre se marchaba de los espacios terrenales, suponiendo un dramático golpe para ella y para la economía familiar. Su madre encontraba un nuevo esposo, de esos que vuelven a una niña agria con el mundo y con el otro sexo. Maltratador y abusivo, Nellie desarrolló ante la adversidad casera esa personalidad rebelde, capaz de luchar por una injusticia y, más aún, cambiarla.
Mientras pasaba años de penurias, y se trasladaba a Pittsburgh con su madre para regentar una pensión, Nellie empezaba a ver como en sus entrañas se iba acomodando una idea. En este mundo algo no estaba funcionando bien. Bueno, muchas cosas, pero a ella le interesaba concretamente una. Fue con 18 años cuando abría un día cualquiera el Pittsburgh Dispatch y se encontraba con la afilada pluma del escritor Erasmus Wilson, conocido en aquellos tiempos como “el observador silencioso". El caso es que mucho no debía observar, y de hacerlo más le habría valido quedarse callado del todo. Su artículo reclamando que el papel principal de la mujer era servir en casa, describiendo a la mujer trabajadora como “una monstruosidad", despertó en la incipiente aventurera la fiereza suficiente como para poner por escrito una ácida réplica que llegaba al escritorio de George Madden, editor del diario. Tras leer el punto y final, George decidía de inmediato ofrecerle un puesto de trabajo como periodista a esa chica indómita, díscola, con la imprudencia de la juventud y una visión que empezaba a pulsar teclas en las sociedades modernas, el feminismo, apoyado por ensayos como los de la sufragista francesa Hubertine Auclert.
En 1885 cobraba cinco dólares semanales, firmaba bajo el pseudónimo de Nelly Bly, en honor a la canción de Stephen Foster, y dedicaba la mayor parte de su trabajo a poner de relieve las fatales consecuencias de las ideologías sexistas y a bregar por los derechos de la mujer. Una labor que terminó siendo contraproducente, ya que terminaba destinada a la sección femenina del periódico, con lo que se dedicó a buscar nuevos horizontes profesionales. En 1887 se buscaba la vida en la efervescente Gran Manzana, recalando en el New York World, el diario de Pulitzer. Una pequeña maleta, un libro de Julio Verne y Estados Unidos como territorio moral a conquistar.
Verán, uno puede dejarse llevar por el estruendo de la humanidad, quedarse ciego por la polvareda de una estampida imparable hacia el progreso. Seguir hacia adelante sin tener muy claro si esa es la dirección correcta, perseguir sombras. O bien puede uno detenerse , y respirar. Exclamar “¡Eh, listillos, yo voy por libre!", o algo parecido. Nellie, antes de convertirse en una pionera de la aventura humana, iba a serlo también del periodismo. En una de sus primeras asignaciones se infiltraba en la institución mental para mujeres Blackwell´s Islands para mostrar las condiciones de asilo, haciéndose pasar por interna durante diez severos días. El reportaje que nacía de la experiencia iba a ser un absoluto éxito. Denunció los abusos físicos y negligencias a los que estaban sometidaslas pacientes, obligando a toda una investigación a gran escala y logrando cambios necesarios en los sistemas de salud mental, como un mayor control sobre los trabajadores, aumento de fondos y nuevas regulaciones. Su trabajo acabaría en forma de libro, “Ten Days in a Mad-House", publicado en Nueva York ese mismo año.
Y después vino el mundo.
Pionera del feminismo y el periodismo
A vueltas con Verne
"Es difícil a veces explicar cómo surge una idea... En este caso, un domingo, como era mi costumbre, estaba pensando en algo que ofrecerle el lunes a mi editor y no me salía nada, así que, cansada, me dije: 'Ojalá me encontrara ahora en el otro lado del globo...". La raíz de un deseo expulsada a borbotones desde su interior. Sólo unas jornadas después, el 14 de noviembre de 1889, se levantaba el vestido y sus botines trotaban alegremente sobre la pasarela del Augusta Victoria, un barco de vapor que la esperaba mansamente en el astillero de Hoboken. Eran las 9:40 de la mañana y nadie le había dado ninguna directriz en especial. Tenía todo el planeta por delante y 80 días para regresar. Sólo habían pasado 15 años desde que Julio Verne lanzase a su Phileas Fogg a la popularidad. Era tiempo de demostrar porque el autor tenía fama de visionario. A caballo, en rickshaw, en burro, globo o barca, pasando las fronteras de lugares todavía remotamente conocidos como Ceilán o Malasia. 72 jornadas, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos, toda una marca teniendo en cuenta que perdía un par de esos días visitando al matrimonio Verne en su residencia de Francia. Visitó una leprosería de China, se compró un mono en Singapur y le ganó la carrera a Elizabeth Bisland, periodista de Cosmopolitan que se lanzaba a competir con ella por ser la primera en dar la vuelta al mundo. La Bisland no había escogido acertadamente a su rival.
Pocos meses después de que el «Miss Nellie Bly Special», un tren bautizado especialmente para la ocasión, la recogiese en San Francisco para llevarla en su última etapa de vuelta a casa, George Francis Train iba a batir su récord, tachando sólo 67 días del calendario. Pero, oye, para eso son los pioneros, para que otros los sigan después inspirados por esa ingenuidad que mueve a hacer cosas impensables. El libro "Around the World in Seventy-Two Days", recoge las peripecias de Nellie Bly en su singladura global. Para cuando se publicó ya la conocía todo el planeta. Incluyendo un empresario millonario, Robert Seaman, de quien terminaría enviudando.
Nellie renunciaría y volvería a sus labores periodísticas en distintas ocasiones hasta que una neumonía se la llevaba tras vivir 57 inviernos. ¿Cuánta gente ha seguido o seguirá los pasos de Nellie Bly? ¿Cuántos han soñado con embarcarse a conocer territorios ajenos? Recorrer, explorar, vivir. ¿Cuántos esperan su chispa fundamental? Y ¿por qué esperar?
A vueltas con Verne