El Duque de los Abruzos a lomos de la Estrella Polar

El Duque de los Abruzos a lomos de la Estrella Polar

Jorge Jiménez Ríos FOTO PORTADA: El Duque de los Abruzos a lomos de la Estrella Polar

Reconstruimos la vida de un príncipe explorador consagrado a “investigar la felicidad de la humanidad".

Salitre y Roca

Por aquellos días cercanos al final del siglo XIX, las expediciones a los polos de la Tierra o la exploración y colonización de África tras la Conferencia de Berlín en 1885, arrojaban relatos conmovedores, efervescentes de valor y orgullo, ensueños fácilmente imperecederos en una mente joven como la del príncipe, a lo que se unía el definitivo desarrollo del alpinismo y del oficio de guía de montaña, logrando que Luis Amadeo pusiera sus ojillos curiosos en los colmillos y agujas de los Alpes, instigado probablemente por las historias de su tía Margarita de Saboya, brava escaladora (logró, por ejemplo, la Punta Gnifetti), que había quedado a cargo de Luis y sus dos hermanos huérfanos de madre.

Fue conociendo las montañas, primero agarrado a la sotana del fraile y científico Francesco Denza, después con más arrojados compañeros de cuerda como el irrepetible Guido Rey o Albert Frederick Mummery, quien le inspiró de forma contundente para definirse como alpinista. Luis comenzó con escaladas en el macizo del Gran Paradiso y el Mont Blanc, haciendo buenas migas con los guías que le acompañaban y que más tarde contrataría para sus complicados proyectos en Alaska, el Polo Norte o el Karakorum, como fue el caso de Jean Antoine Maquignaz, con quien ascendió las cumbres principales del Monte Rosa. Completó, en poco tiempo, un currículum audaz y abundante, haciendo valer el entrenamiento espartano y la disciplina militar, donde también destacaba –no se esperaba de él otra cosa– . Era nombrado guardia marina a los 16 años cuando se embarcaba en un viaje alrededor del mundo a bordo del Amerigo Vespucci, periplo durante el que tendría noticia del fallecimiento de su padre y en el que conocería a Umberto Cagni, fiel amigo y cómplice de fatigas durante el resto de sus días.

Ascendido a teniente segundo en el transcurso de la navegación, habiendo heredado el título de Duque de los Abruzos y tras atracar por primera vez en la Somalia que convertiría en su hogar, en 1894 se mostrará perfectamente instruido para asumir un objetivo tan severo como la arista Zmutt del Cervino, solo dominada en dos ocasiones, una de ellas a cuenta de Mummery. Este último repetiría la ascensión, junto al Duque y a John Norman Collie, logrando pisar donde había pisado por primera vez Whymper, la cumbre de esa montaña esbelta e idílica. Entre Luis y Mummery había nacido una amistad sincera, sin mayor interés que la misma escalada y la intrepidez de afrontarla, rasgo que el Duque siempre supo reconocer entre los hombres, lo que fue demostrando con cada uno de aquellos que escogió para compartir sus expediciones.

Pocos meses después de esta ascensión y de ser admitido en el Alpine Club de Londres, el Príncipe se embarcaría de nuevo una circunnavegación del globo, sobre la cubierta del Cristoforo Colombo. A su regreso le informarán del fallecimiento de Mummery, devorado por una avalancha mientras reconocía una posible ruta de acceso al Nanga Parbat, ochomil pakistaní que se cobraría un elevado canon de vidas antes de ceder a su conquista, más de medio siglo después.

Mientras Nansen, personaje fundamental en las futuras empresas de Luis Amadeo, evoluciona por el Polo para establecer un nuevo record de latitud norte, el Duque de los Abruzos conoce al guía Giuseppe Petigax y se promete escalar el Nanga Parbat, por su valor científico y deportivo y quizá también como venganza y tributo por el fallecimiento de su amigo, pero la inestable situación política de Cachemira le harán cambiar de planes. Los Himalayas habrían de esperar.

Salitre y Roca

Salitre y Roca
FOTO: Salitre y Roca
Salitre y Roca

Una primera en Alaska

Citamos a Filippo de Filippi, médico de Turín, que acompañó en calidad de observador científico al Duque en sus expediciones a Alaska, el Ruwenzori y el Karakorum: “La conquista de los Alpes se había completado virtualmente hacía años. Los picos más altos ya habían sido vencidos y los alpinistas ambiciosos dejaron sus hogares en busca de nuevos peligros y nuevas victorias, cada vez más lejos". Compartiendo dicha reflexión, Luis Amadeo de Saboya se unió a la creciente costumbre de patrocinar expediciones alpinas en regiones inhóspitas, poco conocidas o totalmente inexploradas, donde no solo contaban la técnica y la voluntad; se necesitaba de un vasto conocimiento del poder de la naturaleza, la perseverancia para ir más, todavía más allá y la capacidad de escrutar en el abismo interior de los hombres. El príncipe desenrollaría un mapa y repasaría con sus dedos las líneas del Gran Norte americano. Rumbo: Alaska.

El 17 de mayo de 1897, en una mañana clara y cálida, un centenar de personas se reúnen en la estación de tren de Porta Nuova, en Turín, para despedir al duque de los Abruzos y sus camaradas Umberto Cagni, Francesco Gonella, presidente de la sección turinesa del Club Alpino Italiano, Vittorio Sella, fotógrafo y alpinista, y Filippo De Filippi. No es un viaje a ciegas, tienen claro su objetivo: explorar y escalar por primera vez el Monte San Elías, el tercer pico más alto de América del Norte: 5.488 metros que dominan la frontera entre Alaska y el Yukón, intentada sin frutos hasta en cuatro ocasiones, la primera en 1886.

Luis Amadeo de Saboya planificó con celo cada detalle de la tentativa, planteándola como una expedición polar, en la que habrían de pasar semanas sobre nieve y hielo, con un clima enajenado, indiferente al ser humano. Contaría con el nervio de los guías italianos Petigax, Maquignaz, Lorenzo Croux y Andrea Pellissier. El Duque siempre compartiría todos los detalles con los miembros de su expedición, incluyendo el hecho de que, pocos días antes de la salida, se les prevenía de que el americano Henry S. Bryant estaba preparando una expedición con su mismo propósito. Para apoyar el caos logístico de la operación, se contrataría como jefe de los porteadores americanos al Mayor E. S. Ingraham, un hombre alto y robusto, de unos cuarenta años y de fuerte personalidad. A ellos se unirían indios nativos, que recuerdan como “de carácter honesto, incapaces de robar nada, siquiera la comida; veredicto que comparten todos los que los han empleado antes. Se sientan juntos, separados del resto, arreglando sus mocasines, o deambulando con caras sonrientes, mirando con curiosidad las tiendas de campaña y hablando de forma incomprensible con su lenguaje gutural. Daban vida y alegría a nuestro campamento".

El 13 de junio, tras extinguir los preparativos en ciudades como Seattle, Nueva York o Chicago, se mecen a bordo del City of Topeka con dirección a Sitka, la capital de una Alaska que según el último censo contaba con una población total de apenas treinta y dos mil almas. Navegaron esquivando los icebergs ocultos por la niebla, compartiendo paisajes cuando el sol los descubría, en una ínfima embarcación que los vomitaría en una esquina del mundo, salvaje, helada, implacable.

Una primera en Alaska

Una primera en Alaska
FOTO: Una primera en Alaska
Una primera en Alaska

A lomos de la Estrella Polar

El asalto al monte San Elías no era sino la puerta a mayores empresas y no existía un desafío superior que la conquista de los polos. Aprovechando su pericia marinera y la de Umberto Cagni, el Duque navega a las islas Spitzbergen para examinar las aguas del Ártico, preludio de su intento de alcanzar el Polo Norte al año siguiente.

En 1899 parten de Christiania (la actual Oslo), a bordo del Stella Polare, un ballenero antes llamado Jason, que reformaron imitando las características del Fram, el barco de Nansen. Su objetivo es navegar lo más al norte posible siguiendo la línea de la costa hasta encontrar un lugar adecuado para invernar y preparar una marcha en trineos tirados por perros, en la primavera de 1900, en pos de la latitud 90º N.

Aunque uno de los principales motivos de la conquista del Polo fuera enardecer a los hijos de la patria, Luis Amadeo no dudaría en contar con la ayuda de exploradores y marinos noruegos, curtidos física y mentalmente en las labores sobre el hielo y las aguas árticas. Seguirían los preceptos de Nansen, quien les ayudaría a pulir los últimos detalles de la expedición. El duque de los Abruzos, que ya había cumplido los 26 años, escribiría: “Aunque mi deseo de llegar al Polo es ardiente, no lo es tanto como mis ganas de permanecer, durante un tiempo, en estas solitarias y heladas regiones". Se optaría por una tripulación grande, con la desventaja de incrementar las posibilidades de accidentes y la ventaja de poder seleccionar, entre la amplia tripulación, a los hombres más fuertes y experimentados para el intento definitivo al Polo. A ello se sumarían gran cantidad de perros, provisiones ambulantes que terminarían contando con la admiración absoluta del Duque. Entre los miembros de la expedición destacaban el ahora capitán Cagni, segundo al mando, el teniente veneciano Francesco Querini, el doctor Achille Cavalli Molinelli, oficial médico, Julius Evesen, nombrado capitán del Stella Polare, y su amigo y guía Giuseppe Petigax. “Todos ellos vinieron como voluntarios, conscientes de los peligros a los que se iban a enfrentar y con ganas de vencer, a golpe de coraje, la fatiga y el misterio que rodean al Polo Norte, para enriquecer a la ciencia con nuevos descubrimientos". Durante los meses que duró su penitente exploración nunca cundió el desánimo, a pesar de las constantes dificultades con que les recibía cada nueva etapa. Buena parte de la culpa la tuvo Luis Amadeo de Saboya, quien llegó a decir: “Yo no tengo subordinados, tengo camaradas". El Duque volvió a demostrar su diligencia en los preparativos, supervisando personalmente desde las lámparas a los arneses de los perros.

El 8 de junio, poco antes de partir, el príncipe explorador visitaba al matrimonio Nansen. Admirado por el joven, el ilustre noruego vuelve a exhibir su carácter sencillo y alegre “ayudando con muchos de los preparativos, tan emocionado como si fuese él quien fuera a dirigir la expedición". Incluso les regala dos perros nacidos a bordo del Fram, un pequeño obsequio que se completará con otros 121 canes siberianos provistos por Alexander Trontheim. El 12 de julio sueltan amarras en las aguas de Christiania.

A lomos de la Estrella Polar

A lomos de la Estrella Polar
FOTO: A lomos de la Estrella Polar
A lomos de la Estrella Polar

Días de amor y muerte

El tiempo en el mar, en la montaña y el que pasaba sumido en su propio interior le fueron alejando cada vez más de la vida palaciega y sus intrigas, de la supuesta civilización del viejo mundo, habiendo abandonado toda idea de emular a sus ancestros y su carácter restrictivo y entregándose Luis Amadeo a sus pasiones: el automovilismo, el deporte, la ciencia… y las del mismo corazón: durante los primeros años del siglo XX, mantuvo un romance furtivo con Katherine Elkins, heredera del senador norteamericano Davis Elkins, hasta que, primero su primo Víctor Manuel III, sucesor en el trono de Italia, y luego su hermano Manuel Filiberto, le instaron a terminar su relación con una mujer tan alejada de la realeza. Este sería uno de los motivos por los que el Duque encontraría más sencilla, más conmovedora, la vida entre nativos africanos o entre glaciares del Karakorum, llegando a afirmar que prefería “que alrededor de su tumba se entretejieran las fantasías de las mujeres somalíes antes que las hipocresías de los hombres civilizados". Los allegados a Luis Amadeo debieron tener más en cuenta su determinación antes de minar sus encuentros con Elkins, pues el Duque, en sus últimos años, terminaría casándose con una mujer todavía más ajena a los pomposos requisitos de la corte: una somalí llamada Faduma Ali.

En 1903, Robert Peary entrega una medalla al duque en Nueva York, un reconocimiento a su trabajo exploratorio y científico, que se vería ampliado tres años más tarde cuando conduce su primera expedición a las montañas del Ruwenzori, en Uganda, estimulado por la última voluntad de Henry Morton Stanley, cuyas historias se habían petrificado en el espíritu de Luis Amadeo desde que el periodista galés iniciara sus misteriosas expediciones a África. Aquellas que le condujeron a encontrar al desparecido David Livingstone. En el Ruwenzori, a donde le acompañan camaradas habituales como De Filippi, escala una veintena de cumbres, incluyendo el Pico Margarita (5.125 m) el 18 de junio de 1906, que nombró en memoria de su tía. Comenzaba su total idilio con África, donde acabaría dirigiendo las explotaciones agrícolas en el curso inferior del río Uebe, explorando Somalia y buscando las fuentes del Uebi-Shebeli, en Etiopía, hasta fallecer en Jowhar, presa del cáncer.

Pero antes tendría que pasar por la guerra y, más en secreto, por el Karakorum, ha donde se dirige en 1909 y donde intentan la escalada del Chogolisa, montaña que posteriormente malograría al gran Hermann Buhl y que no sería conquistada hasta 1975. Llegan a los 7.498 metros antes de retirarse debido a las condiciones meteorológicas adversas, legando un record de altitud que no sería superado hasta que los británicos atacan el Everest en 1922. Para su expedición el Duque necesitó de 13 europeos y 360 porteadores, además de la ayuda teórica y los mapas de Sir Martin Conway, quien había escalado en 1892 el Cristal Peak y una cumbre del grupo del Golden Throne, que llamó Pioneer Peak, las dos únicas cimas que habían sido pisadas por el hombre –y además por el mismo– en el Baltoro.

Los siguientes años los dedica a comandar diferentes tropas en diferentes batallas, con ocasión de la Gran Guerra. Combate en Libia, se le pone a cargo del acorazado Regina Elena, asciende a Almirante y en 1915 recibe el mando supremo de las fuerzas navales aliadas en el Adriático, para un año después manejar el rescate de 160.000 soldados serbios. En 1917 se le releva del mando y puede dedicarse a su proyecto en el valle somalí de Shabeelle, con el soporte técnico de la administración fascista de Cesare Maria de Vecchi, donde comienza sus sistemas de plantación experimentales, impulsando la exportación de algodón, azúcar y bananas. Mientras Mallory e Irvine desaparecen en el Everest y aparecen en la historia, en 1924, a Luis Amadeo se le nombra senador del reino de Mussolini. En los siguientes años irán falleciendo aquellos hombres en los que más había depositado su confianza, como Petigax en 1926, su admirando Nansen en 1930 o Umberto Cagni y su hermano mayor Emanuele Filiberto. Para entonces ya se le había diagnosticado al Duque la enfermedad que le hará regresar a África para morir a los sesenta años, tras una vida entregado a los valores humanos y a las fantasías naturales, a la ciencia, sin llegar a ser un héroe por su propia modestia y, en definitiva y como lo definió el marino italiano Alejandro Malaspina, consagrado a “investigar la felicidad de la humanidad".

Días de amor y muerte

Días de amor y muerte
FOTO: Días de amor y muerte
Días de amor y muerte