Antártida: un viaje hacia el continente helado

Un continente de superlativos.

Kris Ubach / Fotos: Roberto Iván Cano

Antártida: un viaje hacia el continente helado
Antártida: un viaje hacia el continente helado

Un continente de superlativos: el más frío, el más remoto, el más deshabitado...será nuestro hogar de acogida durante doce días de intensas emociones. Nuestro buque de exploración nos llevará a esos lugares donde los animales viven sin temer al hombre, donde los volcanes aún están congelados y en los que la noche es eterno crepúsculo.

Texto: Kris Ubach
Fotos: Roberto Iván Cano

Aquí terminan los mapas

Probablemente se pueda viajar más lejos. Pero al poner pie en tierra antártica después de dos días entre vuelos y esperas de aeropuerto, y cuarenta horas más de navegación a través del temible paso de Drake, constatamos que difícilmente se podría viajar a un lugar mucho más remoto. Antes del desembarco, Tessa, una de las responsables de la expedición, nos ha hecho un briefing sobre las medidas de seguridad: hemos aprendido a usar los trajes secos, y nos ha enseñado los protocolos a seguir para embarcar y desembarcar del MV Fram, el buque de expedición que será nuestro hogar durante los próximos diez días. En Antártida no existen puertos de amarre, por lo que el Fram permanecerá relativamente alejado de la costa, y nosotros tomaremos tierra en pequeñas lanchas diseñadas especialmente para navegar en aguas heladas: los Polar Cirkle boats. Nuestra primera toma de contacto con Antártida es Neko Harbour, una bahía natural en la península antártica protegida por las cercanas islas Rongé, Danco y Cuverville. Una vez en tierra, despojados ya del chaleco salvavidas, A pesar del amenazador aspecto de las ingentes cantidades de hielo que cubren la superficie de la bahía, y del uniforme manto blanco que lo envuelve todo, la temperatura apenas baja de los -4º C. Hoy estamos de suerte, el viento además ha dado tregua, y la marcha resulta de lo más confortable.

En nuestro descenso hasta la playa donde nos espera la lancha, atravesamos un par de colonias de papúas, una de las seis especies de pingüinos que habitan en estas gélidas latitudes. La Antártida -que por cierto es tres veces mayor que Europa- es un lugar protegido internacionalmente por el Tratado Antártico y por el Protocolo de Madrid, que la consagran como santuario natural y de uso exclusivo para fines pacíficos. Gracias a su completo aislamiento y a su tan elevada protección, aquí los animales viven tranquilos y sin darle importancia a la presencia del ser humano, a quien no consideran un depredador. Los simpáticos pingüinos nos contemplan como preguntándose a qué especie animal pertenecemos, y algunos, incluso, se acercan a observarnos más de cerca. Eso nos pone en nuestro lugar. Efectivamente en Antártida la especie exótica somos nosotros.por primera vez nos sentamos en la nieve y contemplamos conmocionados todo lo que nos rodea. Estos son los últimos dominios vírgenes del Planeta, un lugar donde el hielo y el viento imponen su mandato, y en el que nos asalta la certeza de cuán frágil y pequeño es el ser humano ante una naturaleza de características tan implacables. La belleza del entorno no admite adjetivos. Ante la convicción de haber llegando a un terreno que muy pocos han pisado hay quien incluso se emociona visiblemente.

Tras las primeras lágrimas contenidas, nos centramos en nuestro objetivo de hoy, que es acercarnos tanto como nos sea posible hasta el frente del glaciar Deville. Pero las elevadas temperaturas del último mes -y que nos encontramos en pleno verano austral- nos muestran un Deville enormemente fraccionado; las colosales grietas y los desprendimientos constantes (contemplamos tres en menos de una hora) nos llevarían sin duda a un desenlace fatal. Steffen, el jefe de la expedición, decide que no será posible caminar sobre el glaciar, por ese motivo ascendemos sin demasiada dificultad un desnivel de unos 400 m que nos permite rodearlo y contemplarlo desde arriba.

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La noche más austral

Tras dos días navegando a bordo del MV Fram y un par de visitas a las bases científicas de Esperanza y Port Lockroy (a quienes hemos llevado suministros en forma de fruta fresca y verduras), los miembros de la expedición se reúnen para decidir sobre nuestra siguiente jornada rumbo al frío. Cuál será nuestro próximo destino es algo que se decide a diario, ya que son el hielo y el estado del mar quienes nos dicen dónde podemos o no desembarcar. Hay zonas donde los icebergs son muy abundantes y voluminosos, y el capitán tiene que poner toda su pericia sobre el timón para moverse con seguridad por estas aguas antárticas. Tras abortar nuestra intención de acercarnos a Paulet island -una gruesa capa de hielo cubre la superficie del mar frente a la isla- ponemos de nuevo rumbo Sur para intentar cruzar el famoso Lemaire Chanel. Las últimas luces de la tarde bañan esta estrecha franja de agua que separa la península antártica de la isla Booth, y las condiciones del hielo nos permiten cruzar sus once kilómetros a bordo de los Polar Cirkle boats. Ello nos permite contemplar de cerca la magnificencia de unos icebergs superlativos en tamaño y caprichosos en forma, y casi tocar con la mano sus superficies azuladas. Es un instante mágico, único, y describirlo en palabras sólo se quedaría a las puertas de lo que ha significado esta experiencia para cada uno de nosotros.

Aún inmersos en nuestra ensoñación ponemos pie en tierra en Petermann Island donde, como ya viene siendo habitual, nos espera un comité de bienvenida formado por varios cientos de pingüinos y algunos elefantes marinos. Las favorables condiciones atmosféricas -apenas ocho grados bajo cero- y la ausencia de viento, animan a los miembros de la expedición a pasar la noche acampados aquí. Así que aprovechando ese eterno crepúsculo que nos brinda la noche del verano antártico, nos ponemos manos a la obra para levantar el campamento en una zona suficientemente llana y al abrigo de los aludes. No resulta tarea difícil, y en menos de una hora las ocho tiendas están listas para enfrentarnos a la acampada más austral del mundo, en la latitud 65º 10’ S. Podríamos contar que se levantó una ventisca infernal y que el termómetro cayó en picado durante la madrugada, pero lo cierto es que las condiciones no han podido ser mucho más favorables teniendo en cuenta dónde nos encontramos. A 13º C en el interior de las tiendas, hemos tenido incluso que desprendernos de los trajes térmicos y de alguna que otra prenda de abrigo durante la noche. Todos coincidimos en que, a pesar de encontrarnos en el lugar más frío del Planeta (en la base rusa de Vostok se registró la temperatura más baja de la historia de -89,2 ºC), hemos llegado a pasar mucho más frío en nuestras rutas por el Pirineo, sin ir más lejos.

Tras recoger el campamento y, por supuesto, no dejar ni traza de que una vez estuvimos allí, decidimos explorar a pie el perímetro de Petermann island para maravillarnos con su extraordinario entorno congelado. La isla fue descubierta en 1905 por una expedición alemana cuando las flotas balleneras de medio mundo buscaban en este remoto lugar su particular paraíso pesquero. Afortunadamente desde 1966 no se permite esta actividad en Antártida, por lo que el grupo de ballenas jorobadas que nos acompañan durante nuestro regreso en lancha hasta el MV Fram, tampoco se asustan de nuestra presencia. Se acercan tanto que nos vemos salpicados, incluso, con su respiración.

La noche más austral

Deception Island

Los días se suceden a bordo del MV Fram navegando entre paisajes de hielo infinito, cumbres coronadas de niebla -la más alta del continente es el monte Vinson, de 4.892 m- y colonias de pingüinos cuyo peculiar estilo de vida ya ha pasado a formar parte de nuestra rutina diaria. Les hemos fotografiado anidando en las rocallas de Brown Bluff (para lo cual tuvimos que ascender escarpadísimas pendientes de nieve virgen), plantando cara a los skúas en Hope Bay y robándose entre sí piedras de los nidos en Astrolabe island.

Nuestra última jornada en tierras antárticas la reservamos para tomar tierra en la mítica Deception island, una isla volcánica en forma de herradura cuya caldera colapsó en el mar dando lugar a uno de los puertos naturales más bellos (y recogidos) del planeta. Varias erupciones a lo largo de los años forzaron a las diferentes bases científicas instaladas en ella a abandonar el lugar en pos de otros puntos más seguros, y hoy solo dos enclaves humanos -la argentina base Decepción y la española Gabriel de Castilla- la habitan durante los meses de verano. Nuestro objetivo aquí es alcanzar Bayley Head, hogar de la mayor colonia de pingüinos barbijos de la península antártica, para lo que necesitaremos cruzar la isla a pie rumbo Norte; una marcha que, a buen ritmo, nos llevará unas cuatro horas aproximadamente. Nos ponemos en marcha acompañados por la doctora del MV Fram, y un equipo de radio que nos permitirá ponernos en contacto con un retén de personas que se queda en playa para asistirnos en caso de emergencia. De nuevo el verano austral nos regala una tarde sin viento, por lo que la ascensión resulta ser una experiencia extraordinaria. Pero si hay algo más allá de lo narrable es el regreso. Cansados y algo congelados, pero con nuestras fotos de los pingüinos grabadas en la tarjeta de la cámara, observamos cómo la tarde ha teñido la bahía de un cálido color rosado.

Antes de abandonar Antártida, detenemos el ritmo y nos sentamos simplemente a contemplar lo que este confín del planeta nos ofrece. Nuestra última jornada en el continente blanco, termina con un reto lanzado por los miembros de la expedición: bañarse en el mar sin traje seco ni neopreno, sino en ropa interior. No es un desafío para pensarlo dos veces: nos deshacemos de las varias capas de ropa que nos protegen del frío y nos tiramos a un mar que marca exactamente 1 ºC. Tres segundos son experiencia suficiente y al salir el agua se congela literalmente sobre nuestra piel. Unos minutos, varias capas de ropa y un té caliente más tarde, contemplamos el morir del día junto a pingüinos que también se acicalan tras el baño. Ya echamos de menos estar aquí antes de habernos ido.

Deception Island