La Antártida no es precisamente famosa por su estrellas Michelin: nadie viaja al Polo Sur pensando en lo bien que va a comer allí. Hay hielo de sobra para granizados: por lo demás, los recursos siempre han sido limitados. Y no hay supermercados a mano. Quienes guisaron para Shackleton, Amundsen o Scott se tuvieron que apañar con un puñado de carencias y otro de necesidad. Fueron auténticos héroes de la exploración polar, aunque llevasen delantal. Su gesta: llenar estómagos famélicos de ánimo y fortaleza en uno de los medios más hostiles del planeta. Donde el crujir de tripas y el de un glaciar sonaban más o menos igual. Repasamos la historia de la cocina antártica con Meritxell-Anfitrite Álvarez Mongay, experta en grandes historias y anécdotas de aquellos tiempos dorados de la exploración.
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