Si no conoces a Carlos Soria puede ser por dos motivos: o no has tenido ningún interés por el mundo de la aventura en las últimas décadas, o te has visto devorado por ese mal endémico de nuestro país que es poner el foco en ejemplos deportivos que hoy en día no tienen tanto que ver con los valores como con los beneficios. En muchas otras partes del mundo, Carlos Soria sería una estrella de talla global, perseguido por los patrocinadores. Aquí, sin embargo, todavía lucha por conseguir el apoyo económico que le permita cumplir su sueño de escalar los 14 ochomiles de la tierra.
Y no es que le falte mucho. Carlos cumplía 81 años la pasada primavera con la vista puesta en el Dhaulagiri, su principal escollo, la montaña resplandeciente, que tanta resistencia ha presentado y una de las dos restantes para completar el gran proyecto alpino.
Puede pensarse que su reconocimiento se esconde tras unas cifras, como haber escalado 10 ochomiles tras cumplir 60 años, u ostentar el récord de ser la persona más veterana de la historia en ascender montañas como el K2, el Annapurna o el Kangchenjunga. Pero lo que revelan esos datos es que estamos ante un ejemplo de pundonor y tesón, que Carlos es una criatura que reúne las grandes virtudes del alpinismo, y que la fuerza del espíritu es suficiente para romper las cadenas del tiempo.
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