Gertrude Bell, convenciones desiertas

Una de las grandes viajeras de siempre.

Jorge Jiménez Ríos

Gertrude Bell, convenciones desiertas
Gertrude Bell, convenciones desiertas

Desafiando los parámetros de la sociedad Victoriana, Gertrude Bell fue una mujer fascinante que se ganó el respeto del mundo árabe durante sus numerosos viajes por Oriente Próximo. Heredera de una gran fortuna y estudiante brillante que acabó en las aulas de Oxford –lo que llenó su juventud de un despreció machista a superar–, su fuerte personalidad hizo que escapase de la única tarea que a la que parecía obligada en aquel tiempo, encontrar marido y convertirse en madre. Hastiada de las convenciones de la época decidió buscar su propio camino muy lejos de casa… nada menos que en Irán. Sus primeros escritos sobre Persia fueron sólo el inicio de una carrera viajera que la llevaron a recorrer Europa y Oriente, en audaces expediciones como la que organizaba en el peligroso mundo nómada del desierto de Siria, una experiencia que recogería en el libro “The desert and the snow”.

Atravesó Arabia en seis ocasiones, recorrió Palestina y a partir de 1907 lideró campañas arqueológicas a lo largo del cauce del Eúfrates hasta que la irrupción de la Primera Guerra Mundial en el Viejo Continente despertó en ella la necesidad de ayudar a los desfavorecidos, alistándose como voluntaria de la Cruz Roja francesa. Ayudó a Lawrence de Arabia en sus negociaciones durante el conflicto con el impero Otomano y al oficial Percy Cox en sus diatribas políticas en Basora, gracias a su reconocimiento como una de las mayores conocedoras mundiales de las culturas árabes. Su intercesión sirvió para la construcción de nuevos países como Irak, además de encargarse de reunir lo que hoy constituyen las colecciones del Museo Arqueológico de Bagdad.

Pero todos estos éxitos no le sirvieron para lidiar con una personalidad que tendía a la depresión y acabaría falleciendo de una sobredosis de somníferos en su casa de Bagdad. En cualquier caso, Gertrude Bell ya se había convertido en una de las grandes viajeras de todos los tiempos, llegando a ser reconocida con la Orden del Imperio Británico, demostrando que las mujeres no eran mercancía a desposar sino un indudable baluarte del progreso global.