Atreverse a cambiar en algunas ocasiones la “posición” en la que colocamos nuestras prendas puede resultar más inteligente de lo que aparenta. Y te lo argumentamos con razones de peso.
¡LAS TRES CAPAS!
El sobradamente conocido sistema de tres capas para vestirnos en montaña, ideado en los años setenta en Noruega y popularizado en España en los noventa, es generalmente la forma más adecuada de conseguir protección ante la humedad, el frío y el viento. Cada prenda tiene una función muy específica y así tenemos una primera capa en contacto con la piel y que transporta la humedad de la transpiración hacia fuera, otra capa o prenda intermedia que nos aísla del frío y una tercera o exterior que protege de la lluvia y del viento. En condiciones de mucho frío también se superponen cuartas o quintas prendas para reforzar el aislamiento térmico. Sin embargo, ocasionalmente nos puede interesar cambiar el orden de la vestimenta, para conseguir prestaciones muy concretas.
¿QUÉ PRETENDEMOS?
Alterar el orden convencional de las prendas, nos puede posibilitar:
- Mayor aislamiento térmico. Si la prenda más exterior comprime en exceso la intermedia, nos conviene alterar ese orden. Por ejemplo, un forro polar que comprime demasiado un chaleco de pluma, debería pasar dentro. También hay casos en los que un cortaviento muy transpirable puede mostrarse más caliente en pleno movimiento cuando se utiliza como capa intermedia en vez de exterior.
- Más movilidad. Si alguna prenda no resulta lo suficientemente amplia para permitir a las situadas por debajo una buena movilidad durante una actividad técnica o comprometida, debemos alterar el orden.
- Proteger puntualmente una prenda. Supongamos que voy a atravesar una zona muy agresiva para el textil –por ejemplo un zarzal o matorral alto con ramas puntiagudas- y no quiero enganchar mi nueva chaqueta impermeable ultraligera… ¡tiene sentido cubrirla temporalmente con el forro polar, no?
- No desvestirnos en momentos críticos. Cuando comenzamos a enfriarnos, puede darnos tanta pereza quitarnos una prenda exterior para meter debajo la de refuerzo térmico que va en la mochila que quizá no lo hagamos, bien sea por no detenernos, porque estamos en un terreno peligroso del que deseamos salir rápida, porque nuestros/as compañeros/as nos recriminarán la acción o con viento fuerte por la posibilidad de que se vuele nuestra chaqueta. El ejemplo más técnico en el mundo del alpinismo es la denominada “chaqueta de reunión”, que es una prenda de fibra lo suficientemente holgada como para echársela rápidamente encima de todo lo que llevamos puesto, sin tener que quitarnos la chaqueta impermeable para superponerla (algo que sólo haremos si está lloviendo pero no por frío o viento).
OTROS EJEMPLOS PRÁCTICOS
En ocasiones las molestias concretas con la ropa durante una actividad pueden solventarse rápidamente alterando el orden establecido de ponerse primero las capas más finas y luego las más gruesas. Un buen ejemplo lo tenemos en las camisetas: si la más fina incluye una etiqueta que te molesta en el cuello durante la actividad , puedas colocarla encima de otra más gruesa que te resulte más suave.
También hay personas en las que la utilización durante más de uno o dos días seguidos de una camiseta técnica de poliéster puede ocasionarles picores o enrojecimiento de la piel, por lo que les puede interesar tener a mano una camiseta de algodón orgánico para emplazarla debajo; el algodón tiene un secado tres veces más lento que el poliéster y a menudo se le considera “prohibido” en actividades de montaña, pero para individuos con alergias y momentos concretos resulta útil.
Es interesante probar en condiciones benignas éstas y las anteriores propuestas, para asegurarnos de que no nos crearán problemas de condensación, movilidad entre capas o una disminución excesiva de prestaciones frente a una lluvia fuerte o frío extremo.
Experimentar aumenta nuestra capacidad de resolver problemas, pero requiere un periodo de tiempo suficiente para validar el viejo y eficaz método de prueba-error.