Que buena parte del material de montaña dure menos que antes es preocupante para muchos consumidores, pero… ¿realmente se ha fabricado así para vender más y aumentar los beneficios?
Hace 6 años que un excepcional documental sobre la fabricación malintencionada de productos para que durasen poco, divulgó en nuestro país el concepto de obsolescencia programada. Esta investigación, que le supuso 3 años de investigación a Radio Televisión Español y Cosina Dannoritzer, aún puede visionarse en internet.
Con la popularización de diferentes debates en grupos de redes sociales, parte de los consumidores descontentos con las prestaciones del material moderno para actividades en la naturaleza acusan a los fabricantes de obsolescencia programada. ¿Qué hay de cierto en ello?
Qué es obsolescencia y qué no
Existe obsolescencia programada cuando se disminuye intencionadamente la vida de un bien de consumo para que tenga que ser reemplazado por otro. Los diseñadores crean un artículo que satisface las necesidades iniciales del consumidor, pero no hacen nada por mejorar la longevidad del producto, buscando una duración limitada y la imposibilidad de repararlo. El ciclo de comprar-usar-tirar, comprar… se vuelve imparable y este engaño al consumidor también perjudica el medio ambiente.
Crear productos duraderos y reparables no es actualmente una prioridad de muchos fabricantes, porque puede perjudicar su ligereza, estética, flexibilidad, volumen, precio o competitividad. En esto tampoco somos inocentes los consumidores, pues en el momento de la compra a menudo valoramos esas cualidades por encima de la longevidad.
No es obsolescencia programada que una chaqueta de 300 gramos te dure la cuarta parte que una de 1.000 gramos (el peso estándar de una prenda impermeable de montaña en los años 90) o que unas zapatillas de trekking de menos de 800 gramos/par no alcancen los 2 años de uso. Pero sí es obsolescencia programada seguir vendiendo linternas frontales de bajo coste cuyos diodos mueren a los pocos meses (en vez de alumbrar durante las 11.000 horas de media que alcanzan los productos de calidad correcta) o no cambiar el tinte de la piel de un calzado que la envejece prematuramente, sólo porque es un color distintivo de la marca. No existe obsolescencia programada en mochilas de 20 o 30 litros que en sólo un par de temporadas presentan el tejido fuertemente desgarrado por ramas o zarzas o cuyas hombreras han quedado demasiado finas, pero sí dejadez del fabricante por externalizar su producción a talleres de bajo coste o incluir materiales de calidad dudosa, mientras que por su precio final debiera ofrecer superior longevidad.
Si tus botas tienen un agarre excepcional porque se ha utilizado un nuevo tipo de goma (procedente de pies de gato para escalada) que aporta en mayor seguridad, pero que dura la tercera parte respecto a las gomas tradicionales de caucho, no te encuentras ante un caso de obsolescencia programada, pero sí ante un producto de longevidad limitada y que has elegido tras informarte a conciencia… ¡o no!
Casos concretos
En escalada, la aparición de productos de seguridad de primer precio (como ciertas cuerdas o mosquetones muy finos) ha provocado que algunos consumidores vean fraude donde no lo existe. Paralelamente, casi todo el textil de bajo coste para realizar senderismo no está bajo sospecha, pues su uso ocasional o incluso su rotura prematura no suele entrañar grandes problemas al consumidor.
La mejora del I D i (Investigación Desarrollo innovación), la incorporación de materias primas de alta tenacidad (¿nos suena la cada vez menos utilizada Cordura?) y la aparición de leyes que obliguen a fabricar productos más duraderos–como las aprobadas en Francia- pueden evitar a medio plazo que arrojemos a la basura demasiado rápido productos que hasta hace no mucho alcanzaban el triple o el cuádruple de vida.
Como consumidores y ciudadanos debemos exigir a la administración o puntos de venta/fabricantes un cambio de tendencia hacia un ciclo más sostenible.
