Cada montaña es especial, por lo menos eso pensamos los montañeros cuando miramos sus formas, alturas y dimensiones. Consideramos que cada cumbre es la reunión de un grupo de aristas, espolones, circos, crestas y laderas que se juntan por capricho de la naturaleza para crear una escultura geográfica con unos determinados valores geológicos, porque sin la ciencia nos costaría entender algunos elementos de los paisajes montañosos con los que estamos constantemente conectando emociones y experiencias. Las montañas son como son y están en los lugares que deben estar, después los seres humanos, con sus culturas, costumbres, hábitos y tradiciones construimos nuestras sociedades de montaña entre ellas.
El Alto Atlas marroquí me atrae de una forma especial porque la conjunción entre las cordilleras, las cimas, los valles y los pueblos que habitan en ellos forma un escenario con una autenticidad muy especial, es un lugar fantástico para el ciclomontañismo de alforjas, y si además pongo alguna cumbre en el camino las sensaciones son completas, el viaje perfecto. El plan en el macizo del Mgoun, en el Alto Atlas central, era precisamente hacer en bici de montaña la aproximación desde Marrakech, alcanzar pedaleando la mayor cota de altitud posible, que estaba en tres mil metros cerca del Tizin Ait Ahmed, y después recorrer la cresta de la cordillera hasta el vértice más alto, que lo tenía marcado en el mapa con el nombre Oumsoud (4.068 m).
Los dos primeros días del viaje fueron muy bien. En el aeropuerto de Marrakech monté la bici con todos los trastos y salí pedaleando directamente hacia Demnate sin entrar en la ciudad roja, para llegar al Atlas por el Valle de Bougamés en dos o tres días. La carretera de Demnate es una recta de cien kilómetros por el desierto que siempre pica subida, poco a poco, pero no se puede dejar de dar pedales y el viento siempre sopla desde algún lado. A finales de julio las temperaturas pasaban de cuarenta grados y parecía que estaba en el desierto más caliente del planeta, era horrible pero estaba entero, era el primer día de la aventura. Entre Demnate y Tabant hay dos opciones, sin considerar el rodeo por Azilal. La opción más cómoda sigue la carretera de Ait Lahsene, aunque tiene repechos considerables y varios puertos de montaña, pero siempre es asfalto. Yo elegí la variante más larga por Tirsal, con mayor desnivel positivo, todo el firme de tierra y más lenta, territorio ciclomontañero auténtico. El desvío estaba unos kilómetros después de la cascada de Imin Ifri, en una bajada rápida la pista entraba en un laberinto de valles, aldeas, barrancos y montañas que lentamente me fueron engullendo. El calor era el principal enemigo, necesitaba beber constantemente y el agua la conseguía en los pozos del camino, que casi siempre estaban rodeados de niñas llenando cacharros que llevaban después a las casas de las aldeas en asnos enanos, el asno del Atlas. Con tanta sed y las pulsaciones por las cumbres de las montañas no tenía sensación de hambre, en realidad no podía comer, y así no necesitaba buscar comida, siempre hay que encontrar el lado positivo.
El primer puerto (tizin) duro fue el Tizin Amarskine. En realidad la dureza de estos puertos del Atlas es por la distancia, no tienen repechos muy fuertes pero algunos son eternos. En la salida de la última aldea, antes de la subida final, apareció un pozo y me salvó la vida, cargué tres litros de agua para los diez kilómetros que faltaban hasta el paso y aguantar el calor muy despacio. Era mediodía y la sensación térmica pasaba de cincuenta grados. El collado era muy chulo, con un tropel de cedros retorcidos que daban algo de sombra para recuperar energías con unas barritas de Namedsport que llevaba desde Madrid. La tarde fue mucho más agradable, recorrí unas aldeas bereberes por un valle precioso hasta Tirsal, en plena subida del Tizin Tighist, la última tachuela del día antes de bajar al Valle de Bougaméz. Tenía intención de llegar esa noche cerca de Agouti o Tabant, pero me quedé antes, en los vergeles de las huertas de Taghoudit.
Y allí cambió la suerte y el destino. En el último tramo de la bajada saltaron los trinquetes del núcleo y con el tirón del bloqueo del casete tuve una avería importante. Esa noche decidí dejar la avería tal cual y por la mañana intenté solucionar el problema, pero fue imposible, no tenía herramientas ni repuestos. La única solución fue volver hasta Marrakech a piñón fijo por la carretera y allí intentar arreglar. Y hubiese podido cambiar las piezas rotas con tiempo, en Marrakech hay al menos una tienda que trabaja con las marcas habituales y en unos días tendría el problema resuelto, pero no tenía tiempo, debía volver a Madrid por compromisos. El primer intento de recorrer el macizo del Mgoun en bici de montaña ha sido una buena experiencia, sin cumbre, conociendo el terreno para volver de nuevo ahora y hacer el segundo intento. En un par de semanas regreso de nuevo al Atlas, esta vez con un amigo, y juntos compartiremos una nueva aventura. Espero que los dioses bereberes sean benévolos y estén de nuestra parte. Nos vemos por segunda vez en el reino bereber del Ighil Mgoun.