Hay veces que una montaña muestra una defensa numantina, sin importar el nivel de sus pretendientes. Que el Lunag Ri, una preciosa cima virgen de 6.907 metros que se levanta en la frontera entre Nepal y Tíbet, rechazara en dos ocasiones los envites de David Lama y Conrad Anker sólo significa una cosa: estamos ante una montaña sobre la que gravitan mucho más que unas dificultades estratosféricas. Como si estuviese viva, como si supiese cuando azotar con tempestades o presentar un semblante oscuro y vacío mientras sus laderas se desgarran en aludes. Pero como suele pasar, su resistencia es finita, no así el empuje del ser humano, ejemplarizado de nuevo por David Lama, el alpinista más talentoso de su generación y uno de los representantes activos del nuevo alpinismo de exploración.
Lama ha hecho cima en solitario, tras dos intentos infructuosos acompañado del mito americano Anker, exponiéndose al capricho de los Himalayas sin más compañía que el recuerdo de sus retiradas en 2015 y en 2016, cuando Anker debía ser evacuado al hospital tras un infarto que requirió cirugía. La exigencia de la altitud.
David ha regresado ya al campo base, sano y salvo, con un nuevo hito en su dilatada trayectoria, y pronto podremos conocer más detalles sobre su ascensión. Más números, más reflexiones sobre esos vivacs peliagudos, más sobre esa forma suya de escalar que es como un puñal directo al corazón de roca de algunos de los proyectos más codiciados e indomables del planeta vertical.