"El éxito no significa necesiarmente alcanzar la cima, más bien es vivir según mis propias expectativas". - David Lama
Tuve la suerte de conocer a David Lama cuando aún no se le podía llamar alpinista. Era un adolescente imberbe que subía por las húmedas paredes de la Cueva de Baltzola. Escalaba como si no le supusiese ningún esfuerzo negociar las dificultades sostenidas de ese laboratorio de la deportiva, abarrotado en aquellos mágicos Dima RockMaster que se celebraban en la localidad vizcaína. Apenas había vivido quince primaveras pero ya era el talento más destacado de su generación. Para un joven periodista de montaña, ver al austriaco escalar cuando yo aún sudaba tinta en rocódromos apenas desplomados suponía contemplar casi una fantasía, una capacidad inalcanzable. Una destreza descomunal al servicio de la vertical. Lama era un chico tímido que se recluía en su cabaña mientras el resto aprovechábamos la noche previa a la competición para liquidar los suministros de los bares de Dima. Y cuando el amanecer nos amenazaba con una jaqueca colosal, Lama se había despertado pronto para devorar los últimos vídeos de alpinismo. Daba igual que ganase o no, contemplar su danza insólita era un privilegio. Pero solía ganar. Por aquel entonces ya había sido el mejor en los campeonatos europeos, y era capaz de ganar pruebas del mundo tanto en deportiva como en búlder en el mismo año. El panorama internacional ya estaba a sus pies. Sólo había una cosa que podía pararle: su propia curiosidad. Y así fue, cumplió con el comprometido proceso de pasar de escalador deportivo a alpinista y acabó por convertirse en el futuro encarnado de una disciplina ávida de sucesores de los Messner, Bonatti y Kurtyka. Un príncipe en busca de la corona del alpinismo mundial, aunque la fama y los titulares le importasen un comino.
Lama, Hasjörg Auer y Jess Roskelley desaparecían este abril tras ser engullidos por una avalancha en el Howse Peak, una montaña implacable de las Rocosas canadienses. Habían formado una cordada de precisión suiza, de mirada vanguardista y de fuerza incontenible. Pero el riesgo inherente del alpinismo se ponía de manifiesto y le arrebataba a la disciplina a tres de sus más queridos y excepcionales figuras. Una cuchillada directa al corazón del montañismo, roto ahora como un rosetón maravilloso e inimitable, cuyos cristales se esparcen a los pies de una cumbre ya horrenda para siempre. "El alpinismo que practicaban Lama, Auer y Roskelley era fascinante". Palabra de Reinhold Messner. Messner, junto a Peter Habeler, llevaba a cabo en 1978 una de las ascensiones más impecables de siempre: coronar sin oxígeno el Everest. Una muerte en vida para cualquiera al que le preguntases por aquel entonces. Y exactamente por rebatir la opinión general y legar una nueva cota para la matemática de los sueños, se convirtieron en leyenda. Fue Habeler precisamente, amigo de la familia, quien más influyó en David Lama para dejarse agasajar por las bondades del alpinismo. Observó en él un fuego inusual, una inquietud eterna. Y Lama respondió firmando algunas de las escaladas más asombrosas del nuevo siglo. “Estaban llevando el arte de escalar a nuevas dimensiones. Pero a esos niveles también es un juego increíblemente peligroso", continuaba Messner en su reflexión. “Su pérdida es una enorme tragedia".
Al contrario que Lama, al que hasta le costaba hablar con las chicas a pesar de haber heredado los mejores rasgos de sus padres (él nepalí y ella austriaca), Hansjörg Auer y Jess Roskelley eran dos tipos extrovertidos y desenfadados. Cada uno con sus talentos, juntos formaban un equipo que podía acometer cualquier objetivo, por improbable que pareciese. Incluido el Howse Peak (3.295 m). Tras la recuperación de sus cuerpos por las autoridades canadienses, en el teléfono móvil de Roskelley aparecía una fotografía que confirmaba la cumbre. Los tres sonrientes, amigos, frente a un cielo azul en una jornada de montaña espléndida. Habían doblegado la vertiente este, uno de los mayores desafíos sobre hielo y mixto que se le podía meter a alguien entre las cejas. “Se trata de una actividad en la que debes contar con las condiciones perfectas o puedes encontrarte en mitad de una pesadilla. En este caso, se vivió la pesadilla", se lamentaba John Roskelley en una entrevista para el periódico local de Spokane, donde vivían él y su hijo. John conocía la montaña. La escaló en la década de los setenta, quizá cuando disfrutaba de sus mejores ímpetus. Se le consideraba uno de los alpinistas americanos más eficaces y atrevidos de su generación, capaz de escalar por primera vez la Gran Torre del Trango (1997), junto al fotógrafo más sobresaliente de los lienzos salvajes, Galen Rowell; o de ascender una línea atrevida y de altísimo compromiso en el Nanda Devi. Para John, el Howse Peak es uno de esos terrenos donde se miden los mejores en su mejor momento, siempre peligroso, siempre audaz. “Ha sido terrible para mí y para mi mujer, pero lo es aún más para su esposa. Habían planeado toda una vida juntos y esto le afectará durante el resto de su vida. Creo que es importante decir que Jess estaba totalmente enamorado de su esposa". Quizá más que de las montañas, aunque nunca renunció a su llamada. Su hijo Jess siguió sus pasos y no hay desconsuelo en ello, sólo un vacío gigantesco. John Roskelley podrá recordar momentos supremos, como cuando ascendieron juntos el Everest en el año 2003. Por aquel entonces, Jess era la persona más joven que hollaba los 8.848 metros.
Y nos quedará esa imagen. Los tres, un 16 de abril al mediodía, en la cima del Howse Peak, arrepintiéndose de nada.
"Las montañas me ayudan a entender que es lo realmente importante. Son capaces de equilibrar el caos de una vida ordinaria. Vivo y respiro en ellas". - Jess Roskelley
VIEJA Y NUEVA ESCUELA
“Ningún hombre debería abandonar la búsqueda de la felicidad y ningún montañero debería dejar de ir a las montañas, ese oasis de libertad, para complacer a quienes no entienden y desean que estés en casa, como espectador. Cada escalador siempre hace todo lo posible para proteger el precioso regalo de la vida, cada decisión se toma principalmente por la propia seguridad y sólo en segundo lugar, por la acción. Pero el hombre es parte de la Naturaleza, no es su gobernante y creador y acepta desde el principio que la habilidad, la experiencia, los trucos y la prudencia pueden no ser suficientes para impedir el riesgos y evitar incluso lo peor. Pero podemos decidir si existir solo para vivir, o vivir tratando de dar sentido al regalo y la suerte de haber existido". Estas palabras pertenecen al alpinista David Goettler, otra de las promesas cumplidas del alpinismo moderno, una máquina de triturar desafíos en el Himalaya, como aquella rápida y furiosa ascensión a la muralla suroeste del Shisha Pangma. “Pierdo a tres amigos, el mundo pierde a tres protagonistas y mentores de cómo vivir una vida respetuosa y saludable con una sonrisa. Nuestras mochilas también deben estar llenas de su equipaje humano; transmitirles debe ayudarnos a quienes las hemos amado y conocido, a vivir y actuar de una manera mejor. Aún estamos viviendo el viaje de la vida intensamente, al igual que nuestros tres hermanos que han desaparecido".
David Goettler también pertenece a esta generación, punta de lanza de un alpinismo de vanguardia comprometido con la ética y el estilo, pero sin menospreciar los regalos del tiempo, como los avances en las rutinas de entrenamiento. Ser más rápidos, más fuertes, más feroces. Eran poetas guerreros de la nueva y la vieja escuela. Hansjörg Auer, por ejemplo, era capaz de todo. De hacer noveno grado en deportiva, de firmar una de las ascensiones sin cuerda más memorables de siempre, la de la cara sur de la Marmolada (Dolomitas), o de liberar grandes paredes como El Niño (900 m, El Capitán), de inaugurar rutas en sietemiles del Himalaya o atreverse con los laberintos de hielo de las moles de Alaska. Un alpinista completo y versátil, tan bueno que sus actividades se encuentran en ese núcleo de ascensiones asombrosas que raramente llegan al gran público. “Siempre hemos dicho que nunca nos hemos encontrado a nadie más fuerte que Hansjörg Auer. Era el alpinista con más calidad con el que nos hayamos encordado nunca. Lo que todo el mundo entendería como un fuera de serie". Los hermanos Pou han sido tanto compañeros de cuerda como de vida del austriaco. El golpe de su desaparición ha supuesto un devastador mazazo para los vitorianos. “Dejará un hueco muy importante en nuestras vidas". Can´t find a better man, como cantaba Eddie Vedder, vocalista de Pearl Jam. And waiting for the world to come along. “Esto va mucho más allá de escalar o esquiar, se trata de conexiones humanas, creadas en este largo viaje en el que hemos labrado algunas de las amistades más profundas de mi vida", se despedía Hilaree Nelson, de reciente (y merecida) fama mundial por su descenso de la codiciada Dream Line del Lhotse, la cuarta montaña más alta del mundo. “Auer era el auténtico alma de la escalada, pero más allá de eso echaremos de menos su forma tan honesta de aproximarse a la vida", cierra sus pensamientos la americana.
"El alpinismo es una pasión que siempre se mueve entre la cordura y la locura. Y me encanta vivir esa pasión". - Hansjörg Auer
David Lama era igual de carismático pero mucho más mediático, sobre todo a raíz de la ascensión de la siempre controvertida Ruta del Compresor en el Cerro Torre de Patagonia. Más de un kilómetro vertical nunca escalado en libre antes, con documental incluido, prendían la mecha de un futuro brillante que cuajaba en 2018 con la primera ascensión en solitario del Lunag Ri (6.907 m), una hercúlea pirámide a caballo entre Tíbet y Nepal. Fue Roskelley quien le mostró una fotografía de afilada cima, capaz de provocar un infarto al corazón, literalmente, al paradigma de aventurero americano: Conrad Anker. Esa temporada, Lama estaba más fuerte, más ágil y más atrevido que nunca. “David era tímido, callado e introvertido, y quizá por ello sacaba todo su poder mientras escalaba. Y era esa clase de persona que se pararía en mitad de la carretera, en plena tormenta de nieve, para ayudar a alguien a cambiar una rueda", describe Anker. “Era humilde, estaba motivado y tenía la capacidad más natural que he visto nunca para moverse sobre cualquier tipo de terreno vertical". David tenía dos caras, una que asociarías al típico adolescente que prefiere jugar al ajedrez que salir de copas. La otra se mostraba cuando se calzaba las botas: calculador, racional, sabio y visionario. Así lo describe el fotógrafo y realizador Corey Rich: “Incuestionablemente, ha sido uno de los alpinistas todoterreno más importantes de todos los tiempos".
Con el trágico y precipitado final de Lama, Auer y Roskelley el alpinismo pierde tres miembros de una generación llamada a establecer los nuevos parámetros del futuro. Un futuro ahora perdido que tardara en cerrar su herida. De ella brota sangre y nieve, pero también la inspiración inmortal que nos dejaron. Aquí lo dejamos, mientras la llama sigue ardiendo, con palabras de David Lama. “Creo que los alpinistas tienen una relación muy abierta entre el riesgo y sus miedos. Realmente siempre pensamos en todo lo que puede salir mal. Obviamente es realmente importante permanecer vivo, pero también sería bueno que la gente en general pensara más en las consecuencias y recompensas de sus actos, tal y como hacemos los escaladores".
“Elegimos jugar bajo las reglas de las montañas porque son nuestra vocación. Aceptamos la pérdida a cambio de los lazos de amistad que creamos al experimentar la vida en la majestuosidad de la naturaleza". - Conrad Anker