El alpinismo siempre ha sido sinónimo de libertad y sus practicantes son unos simpáticos tarados que prefieren enfrentar una muerte rápida en el esplendor de los últimos rincones salvajes del planeta que una lenta agonía en el burocrático mundo civilizado. Pero nunca la libertad ha estado tan cerca del alpinismo como en la historia protagonizada por Felice Benuzzi, Giovanni Balletto y Vincenzo Barsotti. Estos tres italianos fueron tomados prisioneros en 1941 durante la Segunda Guerra Mundial en el frente de Abisinia y deportados a un campo de prisioneros en Kenia, en una localidad llamada Nanyuki. Desde su prisión podían ver a lo lejos la silueta del monte Kenia, la segunda montaña más alta de África con 5.199 metros de altitud, escalada por primera vez en 1899 por John Mackinder, Cesar Ollier y Josef Brocherel. Durante dos años de confinamiento Felice, diplomático de profesión y apasionado alpinista, tramó la idea de escapar para escalar la montaña.
Después de un largo periodo buscando cómplices para su expedición encontró al doctor Balletto, con amplia experiencia alpina, y al marinero Enzo Barsotti. Durante meses siguieron un estricto régimen de entrenamiento y de pequeños hurtos para almacenar comida y fabricar el material necesario. Las cuerdas eran las que utilizaban para fijar las mosquiteras en las literas, trenzadas hasta completar una longitud de veintidós metros, los crampones fueron fabricados con pedazos de guardabarros de un coche desguazado y completados con los pinchos de las alambradas que rodeaban el campamento. Es paradójico que los pinchos que les impedían huir fueron los que les ayudaron a buscar un espacio de libertad en los glaciares. Martillos modificados hicieron las veces de piolets y la etiqueta de una lata de comida donde venía dibujada la montaña hizo las veces de mapa. Nunca una expedición había partido con tanta precariedad y con tantas ansias de alcanzar una cumbre.
A finales del mes de enero de 1943 dejaron una carta al comandante del campo antes de escapar. La carta comenzaba así: “Señor, no le hemos informado previamente de nuestras intenciones, ya que es seguro que usted hubiese tratado de disuadirnos. Hemos salido del campamento, calculamos estar de vuelta en catorce días…”. La aproximación a la montaña a través de la selva fue un duro encontronazo con la realidad del proyecto. Cargados con pesadísimas mochilas ascendían el curso de los ríos que descendían de los glaciares, constantemente mojados, durmiendo por el día y caminando por la noche, siempre alertas ante el ataque de búfalos, rinocerontes, leones o leopardos. Sus magras raciones de comida dieron título a la traducción británica de esta historia como No picnic on mount Kenia. El hambre fue su principal acompañante.
Barsotti salió enfermo del campamento y estuvo a punto de fallecer de agotamiento y mal de altura al alcanzar los bosques de senecios en la base de la montaña. Allí, todavía a una considerable distancia del comienzo de la escalada, decidieron establecer su campamento para no empeorar el precario estado de salud de Enzo. La exploración de la montaña con la ayuda del dibujo de una lata no fue nada fácil y con las escasas reservas de comida agotándose tuvieron que realizar un intento desesperado a través de la cara norte que les llevó hasta los cinco mil metros antes de ser atrapados por una tormenta de nieve.
Esta es una historia de esfuerzo y superación. Un historia rocambolesca que ahonda en la complejidad del ser humano capaz de abandonar una situación de confinamiento con las necesidades básicas cubiertas para rozar la muerte y sobrevivir en la más absoluta penuria y sufrimiento solo por el simple hecho de sentir la libertad de escalar una montaña. Pero Benuzzi, Balletto, Barsotti no fueron solo a escalar una montaña, sino que hicieron real una metáfora, un sueño, una paradoja y realizaron un viaje al origen de los seres humanos, capaces de enfrentarse a lo imposible para conocer, explorar y ahondar en el misterio de la vida.
Benuzzi, Felice. Evasión en el monte Kenia. Editorial Xplora. 2014.