5 de julio. Una fecha que remite a efemérides exploratorias curiosas como la sucedida en 1859 cuando el capitán N.C. Middlebrooks, a bordo de un ballenero llamado Gambia, descubría el atolón de las Islas de Midway, en el Oceáno Pacífico, tomando posesión de ellas en nombre de los Estados Unidos y que pasarían a llevar su nombre: las islas Middlebrooks. También un 5 de julio, pero de 1986, el cosmonauta soviético Leonid Kizim batía un récord al tachar en el calendario su día 364 en el espacio. Y más relevante todavía, es la fecha en que fallecía el marino y científico español Antonio de Ulloa, allá por 1795 en Cádiz.
“No creáis que existe ninguna cosa más honrosa para nosotros o para la época que nos precedió que la invención de la imprenta y el descubrimiento del Nuevo Mundo; dos cosas de las que siempre pensé que podían ser comparadas no sólo a la Antigüedad, sino a la inmortalidad”. Esto lo escribía Louis Le Roy en 1579 y ejemplifica particularmente la labor del navegante español en las Américas.
El canto de sirena del Nuevo Mundo, desde su descubrimiento, despertó la curiosidad y la ambición de numerosos científicos españoles, sobre todo a raíz de las primeras peticiones reales, que datan del siglo XVI, sobre las tierras, costumbres, flora y fauna halladas por las expediciones transatlánticas. Estos informes cobraron especial importancia a partir del siglo XVIII cuando el interés por el aprovechamiento de los recursos naturales al otro lado del mundo alcanzaba su mayor efervescencia. El explorador y científico Alexander Von Humboldt llegó a afirmar que, de todas las naciones europeas con colonias ultramarinas, la corona española era sin duda la que mayor inversión había puesto sobre la mesa para estudiar la naturaleza americana. Investigadores como Alejandro Malaspina o Martín Sessé se pusieron manos a la obra en esta colosal campaña en pos del conocimiento geográfico y natural de unas tierras que todavía guardaban incontables incógnitas, contribuyendo al conocimiento científico de la realidad americana. Dentro de este grupo de estudiosos, Antonio de Ulloa desempeñó un brillante papel. El sevillano, nacido en 1716, empezó a forjar una fogosa personalidad con 19 años, en su primera misión, la que le llevaría a iniciar una andadura de más de veinte años en territorio hispanoamericano, siendo además de los primeros que contribuyeron a perfeccionar la impresión y encuadernación, y hasta el tipo de tinta, para legar sus conocimientos a las siguientes generaciones. La ciudad de Quito, por ejemplo, construyó su primera imprenta en 1741, con el andaluz presente en aquel momento.
El historiador Sempere le otorga además varios descubrimientos que ayudan a comprender la importancia de sus estudios. “Dio a España los primeros conocimientos de la electricidad y magnetismo artificial, que adquirió en Londres. El haber hecho visible la circulación de la sangre en las colas de los pescados y varios insectos por medio del microscopio solar de reflexión, recientemente inventado en Inglaterra. El haber dado a conocer la platina y sus propiedades. El haber descubierto reliquias evidentes del Diluvio Universal sobre las altas cordilleras de los Andes del Perú, en infinidad de conchas marinas petrificadas, de diferentes especies. Y las primeras noticias de los árboles de la canela de la Provincia de Quixos, y de la resina elástica del caucho, que se coge de los árboles que tienen el mismo nombre”. No fue en absoluto menor su difusión de las ciencias a través de los tratados especializados que escribió, como el “Tratado físico e historia de la aurora boreal”. Sus escritos fueron reimpresos de inmediato y traducidos a idiomas como el ingés, el alemán y el francés. Más de 40 obras científicas de toda índole componen la bibliografía firmada por Antonio de Ulloa. Funa y flora, minerales, rutas, climatología, geografía, vientos y corrientes, las costumbres nativas y la vida cotidiana de hispanoamérica se reflejan en las miles de páginas de su fértiles trabajos. Un auténtico representante de una época brillante para el conocimiento global, La Ilustración, que también despertaría a la actividad científica de la inmovilidad en que se había sumido bajo el gobierno de los Austrias.
Un hombre anheloso del bien común que llegó a ser nombrado socio de la Royal Society de Londres en 1746, miembro de las Academias de Ciencias de París, Copenhague y Estocolmo y al Instituto de las Ciencias y Bellas Letras de Berlín. En España, fundó el Museo de Historia Natural de Madrid y tuvo gran influencia en la creación del Jardín Botánico. Descubrió el elemento químico platino, organizó el primer laboratorio metalúrgico de España y creó en Cádiz el Observatorio Astronómico.