Fuera del mapa: lugares inexistentes

Historias a pie de vía.

Simón Elías

Fuera del mapa: lugares inexistentes
Fuera del mapa: lugares inexistentes

Alastair Bonnett es un geógrafo que ha escrito un libro extraordinario sobre lugares extraordinarios. En su relato hay islas artificiales creadas por desperdicios, laberintos subterráneos donde se aventuran los nuevos exploradores urbanos o parajes agrestes de aparente poca importancia donde, al caer el sol, se desarrollan frenéticas orgías. Nadie mejor que un geógrafo, un hombre de ciencia, para hacernos soñar y explicarnos que los lugares no son otra cosa que lo que queremos que sean: ese callejón embarrado donde juegan los niños y que se puede convertir en un campo de batalla o en una catedral, esa rotonda insignificante rodeada de asfalto, cambios de sentido y puentes elevados, donde se encuentran los restos casi arqueológicos de una  antigua campiña. O esa ciudad inmensa que fue destruía en tan solo unos días y de la que solo queda un trazo de arena. Bonnett lo tiene claro: la geografía es un decorado donde se proyecta lo humano con todas sus vilezas, aciertos e infamias.

Siempre he soñado con un lugar tan efímero que roce la inexistencia. Estos no lugares, estos espacios anodinos que pasan ante la ventanilla, tan vulgares que  parecen estar siempre en movimiento, ofrecen un punto de vista privilegiado. Estos lugares tan casuales que parecen no existir pueden ser el germen de una experiencia extraordinaria. Pongamos que tomamos un avión y digamos que  aterrizamos en Denver en el estado norteamericano de Colorado, al pie de las Montañas Rocosas. Luego tomamos un autobús a través el corredor urbano del front range donde se acumula la mayor parte de la población del estado en una franja al este de las montañas que se extiende a lo largo de la carretera interestatal I-25, entre la localidad de Pueblo en Colorado hasta Cheyenne en Wyoming. Veremos desfilar la silueta de las montañas al oeste, recortándose sobre un cielo cargado de color, hinchado por el frío del otoño. Al este encontramos la monótona planicie que se extiende hasta Kansas, ese espacio en el que las carreteras parecen continuar hasta convergir todas en un punto del infinito. Las casas pasan por las ventanillas del autobús. Son casas de construcción apresurada como si viviesen todavía expuestas al ritmo atareado y urgido de los pioneros.

Todas esas casas parecen iguales. Se suceden en urbanizaciones que forman grupos de población donde todo parece repetirse y donde la demarcación viene dada por complejos de supermercados y cadenas de restaurantes de comida rápida, calcados los unos a los otros. Esta uniformidad del decorado exalta la individualidad inherente a esta gran tierra prometida que siempre ha sido América.

Se suceden los campamentos de trailers, los hospitales construidos en cartón piedra, las grandes mansiones de pladur. En esta América prometida todo es falso. La piedra no es piedra, el pan francés no es francés, las relaciones se hacen a través de una pantalla y la comida mexicana nunca ha llevado tanto queso. Los americanos han inventado una vida y un decorado apropiado para sustentarla, donde, como en Hollywood, la realidad es solo una parte más de la ficción. El autobús se para en un pueblo de espaciosas avenidas y casas bajas. En una librería hondea la bandera americana y también la bandera del movimiento homosexual. El letrero de un bar está iluminado: OPEN. Y el viento mece las plantas que escoltan la entrada de una iglesia evangelista. Hay que frotarse los ojos para entender que este lugar es tan real, tan anodino, que realmente no existe. Entro al bar para certificarlo.

Las seis televisiones del local muestran encuentros deportivos: fútbol americano, con sus jugadores maquillados como guerreros del siglo XXI. La camarera sonríe y es tan amable que, después de pasar media vida siendo insultado por camareros en Francia, me intimida. Pido una cerveza belga y dibujo garabatos sobre la superficie del vaso helado con gesto distraído mientras miro el culo enorme de la camarera bambolearse entre las mesas con dificultad. Aquí, pienso, en este lugar tan vulgar que no existe, se encuentra una historia extraordinaria, solo hay que buscarla con el ángulo correcto en la mirada. Somos los hombres los que construimos las historias y sus lugares.

“Fuera del mapa”. Bonnett, Alastair. Blackie books, 2017