Francesc Bailón: inuit, los poetas del Ártico

Charlamos con Francesc Bailón, antropólogo especializado en la cultura inuit, que nos desvela algunos secretos, derrumba algunos mitos y nos da a conocer el estado actual de un pueblo tan entrañable como desconocido.

Jorge Jimenez

Charlamos con Francesc Bailón, antropólogo especializado en la cultura inuit, que nos desvela algunos secretos, derrumba algunos mitos y nos da a conocer el estado actual de un pueblo tan entrañable como desconocido.

Francesc es el único antropólogo de nuestro país que ha convivido con los inuit, lo que dice mucho de su implicación para con ellos y con la ciencia. Es también un consumado viajero del Ártico a raíz de un laborioso trabajo de campo que no escatima en riesgos. En cualquier caso ha heredado la humildad del pueblo que estudia desde que salió de la universidad, igual que ha adoptado el cariño por los entornos helados donde moran estos guardianes de los hielos. Está a punto de publicar un libro, el primero en español sobre el tema, donde recoge la década de experiencias vividas junto a los inuit, además de repasar la historia de una comunidad que tiene mucho de misterio todavía, pero que ha sabido combinar los vertiginosos avances tecnológicos con sus tradiciones más arraigadas, manteniendo ese espíritu que les liga a sus paisajes y lo que contienen.

¿De dónde surge esa inquietud por la cultura inuit?
Ya cuando era pequeño me llamaban mucho la atención las historias del norte, como Papa Noel, o el beso de esquimal (como los conocía en aquellos tiempos), que luego resulta que no se besan, simplemente se huelen. Había leído algunos libros de expediciones al Ártico, como la de Franklin, que devoré con 14 años, y me fascinó. A pesar de ello lo veía como algo distante, como un sueño muy difícil de realizar. Cuando acabé la carrera de antropología todavía no me había planteado estudiar la cultura inuit como parte de mi trabajo de investigación. Por aquel entonces empecé el Servicio de Prestación Sustitutoria (la alternativa al servicio militar), y estuve destinado en el museo de Antropología de Barcelona. Un día una lectora se dejó un libro sobre la mesa. Su autor era Knud Rasmussen, uno de los grandes exploradores de todos los tiempos y el padre de la esquimología. Empecé a leerme el libro y descubrí una costumbre inuit que consistía en resolver los problemas de la propia comunidad mediante la improvisación de canciones o poemas satíricos. Los dos implicados en el conflicto se ponían uno delante de otro y ganaba el que hacía la mejor improvisación o perdía el que no soportaba la burla del contrincante. Eso demostraba que para los inuit era más importante restablecer la armonía que administrar justicia. Un pueblo que no recurre a la violencia física para resolver sus conflictos me resultaba algo interesantísimo y debía ser muy rico culturalmente.

Empecé a investigar y fue cuando decidí dedicarme a ello. También encontré una frase inuit que me animó mucho a seguir este camino: “La lengua es el único instrumento que se afila con su uso”. Al principio tenía miedo de ir al Ártico. En España, a parte de Larramendi, Naranjo o Ricardo López, la tradición polar no era muy extensa, nada comparable a Noruega o Dinamarca. Mi primer viaje al Ártico fue en 2002 a Groenlandia.

¿Cómo lo recuerdas?
Bueno, un año antes me fui a Laponia para ver que tipo de ropa iba a necesitar. Creo que estaba fascinado, alucinado por el paisaje ártico, por sus lagos, los renos, el mar helado… Así que fui en tejanos, con un jersey… me dije a mí mismo: “pues tampoco son tan terribles las condiciones”. Obviamente con una idea equivocada di el salto en 2002.

La experiencia que me lleve fue, primero, que no estaba preparado (fui en tejanos a una expedición en trineos de perros), pase un frío de muerte. Las botas que llevaba no eran suficientemente buenas (no es lo mismo andar que ir en el trineo), además la comida cruda no me sentó muy bien al principio, y mezclada con el alcohol fue aún peor.

En cuanto a la parte humana, aprendí mucho más sobre los inuit en cinco minutos que en el centenar de libros que había leído. Mucho de lo que había investigado no se correspondía con la realidad que yo estaba viendo. Yo tenía una imagen romántica y aluciné viendo el interior de sus casas, con televisiones, equipos de música… lo mismo que nosotros, pero aún así conservando sus tradiciones y estilo de vida. Ese contraste es algo fascinante. La convivencia con los inuit fue estupenda: es gente muy hospitalaria, muy humilde, encantadora y que les enorgullece que sientas interés por su pueblo. El sentido del humor que tienen, tan negro, es algo sorprendente. Se hacen bromas entre ellos que aquí en España serían ofensivas con seguridad.

¿Qué destacarías de la cultura inuit en comparación a la nuestra?
Sobre todo la convivencia con la naturaleza, el gran respeto que demuestran hacia su entorno y la espiritualidad que rodea cada acto inuit a la hora de cazar y pescar. Nosotros nos hemos olvidado de esa naturaleza, aunque podemos volver a aprenderlo. Son personas que lo comparten todo. Este verano estuve en el sur de Groenlandia y le regalé una bolsa de frutos secos a un niño. Este niño fue puerta por puerta por todo el pueblo para repartir sus frutos secos con todos los vecinos. Cuando regresó solo le quedaban dos kikos. Desde muy pequeños aprenden a compartir todo lo que tienen. Ellos son uno de los pueblos más afectados por el cambio climático, pero mantienen la confianza en su forma de vida y son capaces de mantener esa armonía entre el mundo tradicional y el moderno. Nosotros nos adaptamos a los avances tecnológicos y rechazamos muchas tradiciones. No tiene por que ser así. Los inuit no renuncian a los móviles, a las neveras… pero siguen siendo cazadores y pescadores.

Además tienen un concepto de comunidad auténtico y arrigado…
Hay que partir de una premisa. Los inuit no piensan individualmente, piensan colectivamente. En esta sociedad miramos por nosotros, por nosotros y si queda algo… es para nosotros. En su caso es todo lo contrario. Todo lo que hacen y piensan es por el bien de la comunidad. Se han dado cuenta de que deben adaptarse al mundo moderno: aprenden idiomas, estudian carreras universitarias… y después regresan a su hogar para ofrecerse a su comunidad. Han pasado de la edad de piedra a la era espacial en 50 años, algo que pocos indígenas del planeta podrían haber conseguido en tan poco tiempo. Una cosa que caracteriza a los inuit es su capacidad de adaptación. Ese sentimiento de comunión les ha llevado a encontrar su lugar en el mundo y a crear esos territorios autónomos, como en el caso de Groenlandia, que se va a convertir en un país independiente, el más joven del planeta. Han creado la Inuit Circumpolar Conference, que agrupa los distintos pueblos inuit, con lo que pretenden un avance común a pesar de las diferencias culturales y territoriales de cada pueblo inuit.

¿Hubiera sido posible la exploración del entorno ártico sin la aportación de los inuit?
Creo que los inuit ayudaron a los exploradores en dos cosas. Primero les ayudaron a salvar el problema del escorbuto que acababa con muchos exploradores. El zumo de limón no era suficiente y les mostraron la mejor solución: consumir alimentos frescos mediante la caza y alimentarse con piel de ballena, el matak, que es el mejor anti escorbútico del mundo. También les enseñaron que la mejor forma de desplazarse por el Ártico era con los trineos de perros, ya que estos animales además de grandes compañeros también podían servir de alimento en situaciones extremas. Además, claro, del conocimiento del terreno. Peary, Amundsen… los grandes exploradores necesitaron de su ayuda para poder orientarse en el Ártico. Las grandes tragedias de las exploraciones árticas coinciden con aquellas iniciativas que no tuvieron en cuenta a los inuit. Tampoco podemos olvidar que muchas veces los exploradores se portaron fatal con este pueblo, como el flagrante caso de Peary con los inuit del norte de Groenlandia, a los que utilizó pero con métodos horribles, viéndolos como esclavos practicamente. Peary en aquella zona es persona non grata. Por otro lado, los inuit no entendían mucho las ambiciones de estos exploradores. Su planteamiento era ¿para qué vas a ir al Polo Norte si allí no hay caza? Para ellos no tenía sentido. Pero colaboraron mucho. De hecho hay un inuit, Hans Hendrik (N.R. su nombre nativo es Suersaq), que participó activamente en la exploración de aquellos hielos desconocidos, inmerso en expediciones como la de Elisha Kent Kane o Isaac Israel Hayes. Fue el primero en escribir un libro de memorias, relatando su convivencia con estos exploradores. Los inuit han sido imprescindibles.

 

¿Y estos exploradores les reportaron algún beneficio?
Sería una pregunta que responderían mejor los propios inuit. Desde mi punto de vista, intento ser objetivo, creo que se les perjudicó más de lo que se les beneficio. A parte de la intrusión del alcohol, que es un problema muy serio allí, y la introducción de las armas de fuego por parte de aventureros y balleneros, lo que provocó que empezarán a cazar no solo por alimento, sino por pieles que luego intercambiaban por más munición, juguetes para los niños o útiles para las mujeres. Hoy en día uno de los grandes problemas de Groenlandia es que todo el mundo puede llevar armas de fuego, con lo que eso conlleva. Armas y alcohol: mala combinación. Por otro lado, y excepto en casos concretos, todos los nombres de tierras, islas, cabos... en el Ártico no llevan nombres nativos, sino de reinas, reyes, principes, exploradores… siempre de los países a los que pertenecían los descubridores, olvidando que este pueblo fue fundamental para que lograrán sus objetivos, siendo marginados en este aspecto.

Ciertamente es un pueblo muy desconocido en nuestro país, solo conocemos algunos estereotipos o mitos. Es curioso que seas el único antropólogo que estudia la esquimología en España…
Hay que partir de la premisa de que desgraciadamente en España hay mucho antropólogo de despacho. Opinan y escriben sobre pueblos sin salir de cuatro paredes. La antropología aquí ha perdido su romanticismo. Hay muy pocos antropólogos de campo y en este caso, el Ártico, está lejos y no es un lugar fácil y muy pocos están dispuestos a hacer trabajo de campo en unas condiciones extremas y con riesgo. Yo me he encontrado en situaciones en las que mi vida ha corrido peligro y muy pocos están dispuestos a algo así. De esto se extrae la respuesta de por qué soy el único antropólogo especializado en la cultura inuit. Tampoco España ha sido un país caracterizado por las expediciones polares. En Dinamarca o en Canadá tienen centros y universidades donde se estudia la cultura inuit exclusivamente. He conocido a gente que acabó la carrera y que me preguntaron para asesorarles sobre esta cultura, pero al final se queda en deseos más que en realidad, en seguida bajaron los brazos. Además en nuestro país no es sencillo tener acceso a publicaciones serias sobre los inuit para las investigaciones.

¿Cuáles han sido tus principales referencias?
Cuando decidí estudiar a los inuit empezaba de cero. Eso significaba empezar a buscar las fuentes de información para obtener las primeras referencias. En este caso los diarios de los primeros exploradores. Hasta hace cien o cincuenta años la tradición inuit era oral, por lo que la información que podías tener difícilmente era de primera mano. Yo diría que ha habido tres exploradores que me han marcado. Peter Freuchen, un explorador danés amigo íntimo de Rasmussen, que fue el primer hombre blanco que se caso con una inuit. Fue una persona que a parte de escribir muy bien, fue capaz de explicar perfectamente como vivían los inuit de Groenlandia hace más de medio siglo. El valor de la información que transmitió es incalculable. Aprendió su idioma, convivió con ellos muchísimos años y siempre con mucho respeto.

El siguiente sería Rasmussen, no solo por ser un autodidacta y padre de la esquimología, también porque llevaba sangre inuit, ya que nació en Groenlandia, lo que le llevó a implicarse de tal manera que sus investigaciones, a pesar de haber pasado cien años, siguen siendo la base de los estudios sobre esta cultura. Yo diría que Rasmussen es el personaje más importante de la historia de Groenlandia.

El tercer personaje sería  Vilhjalmur Stefansson, explorador canadiense. Este hombre convivió con los inuit del cobre durante un año completo y obtuvo una información extraordinaria, siendo el primer hombre blanco que convivió con ese grupo.

¿Crees que se ha perdido un poco ese espíritu exploratorio en el que se utilizaban diversas ramas de la ciencia para ampliar los límites del conocimiento humano?
Hay que diferenciar las exploraciones del pasado con las actuales, y dentro de las actuales hay exploradores y exploradores. Para mí un auténtico explorador polar, hoy día, es aquel que no necesita ningún tipo de apoyo externo durante su expedición. Cuando aparece un helicóptero y te arroja unos víveres, o se mantiene en contacto con el mundo son su teléfono o su GPS, que sabes que si te ocurre algo te van a rescatar… eso no es un explorador polar en mi opinión, al menos como lo era antaño. Yo no me considero un explorador, por ejemplo, solo soy un antropólogo. En el pasado no digamos, no tenían forma humana de contactar con el “exterior”. Podríamos establecer diferencias entre un explorador y un expedicionario. Hoy lo que prima es ser el primero en hacer algo, siempre con una empresa mediática detrás, solo por alimentar egos y cumplir objetivos. Piensen en Franklin y los tres años que tardaron en obtener alguna pista sobre su destino. Las expediciones exploratorias deben tener un valor científico. Cuando a Amundsen le preguntaron por su éxito en el Paso del Noroeste, él respondió que lo más importante no había sido lograrlo sino todo lo que había aprendido por el camino, conocimientos esenciales para el futuro de las exploraciones en los hielos de la Tierra. Hoy no existe el anhelo de estudiar lo que encuentras a tu paso, solo la ambición de alcanzar tu meta.

Ahora publicas tu primer libro, “Poetas del Ártico”. ¿Qué pretendes con él?
Tres cosas. Dar a conocer el pueblo inuit y la historia de Groenlandia. También mostrar mis experiencias con ellos, no por impresionar a nadie, más bien como una crítica hacia otros antropólogos que hacían trabajo de campo pero no contaban absolutamente nada de sus experiencias. A un antropólogo siempre le pasa algo cuando convive con un pueblo, es importante que se sepa que esto implica un compromiso y una responsabilidad. Es esencial. También es una forma de mostrar el respeto hacia ese pueblo. Mi tercer objetivo con este libro sería mostrar como se sintieron los inuit cuando se encontraron con los expedicionarios del pasado.

 

¡Mucha suerte Francesc!