El Atlas es una cordillera fabulosa, una frontera natural entre el cono costero de Gibraltar y el resto del inmenso continente africano. El Adra n Dern bereber, la “montaña de las montañas”, el Atlante de la mitología griega que soporta el peso del mundo, nombrado por Virgilio en el libo IV de la Eneida, es una construcción geológica extraordinaria con una longitud de 2.500 kilómetros por Marruecos, Argelia y Túnez, un territorio de montaña bello, desafiante y exótico, con un denso contenido cultural y etnográfico. Y alto, varias de sus cimas sobrepasan cuatro mil metros de altitud, un escenario perfecto para el ciclomontañismo y los deportes de montaña las cuatro estaciones del año.
Preparativos y primeros imprevistos
La primera vez que recorrí en bicicleta de ruedas gordas los caminos del Atlas marroquí fue hace treinta años. Llevaba alforjas y billete de ida, pedaleaba sin tiempo ni destino y en aquel viaje descubrí un mundo nuevo y fascinante para practicar mis deportes favoritos y vivir experiencias extraordinarias recorriendo hermosos valles de montaña repletos de pueblos bereberes, costumbres sorprendentes y paisajes maravillosos. En estas tres décadas he viajado varias veces por las cordilleras del Atlas, a pie, en bicicleta o para escalar, incluso he participado en algunas competiciones deportivas como la Titan Desert o el Maratón de Sables, y siempre que vuelvo a casa estoy deseando que llegue el momento de planear una nueva aventura en las montañas de Marruecos.
El desafío de la última aventura en el Atlas ha sido ascender y descender la cumbre del Ighil Mgoun (4.071 m) en bici para incluir esta preciosa cumbre en el proyecto de recorrer las grandes cimas del planeta con la máquina de dos ruedas. El Mgoun es el tercer macizo montañoso más elevado de la cordillera, después del fabuloso Toubkal (4.167 m) y del Ouanoukrim (4.089 m). Considerando las complicaciones técnicas de los territorios de montaña entre los dos mil y cuatro mil metros, desde el punto de vista ciclomontañero, es uno de los cuatro miles del Alto Atlas que ofrece mayores posibilidades de ciclabilidad, pero tenía que llegar hasta allí para comprobar si merecía la pena ir en bicicleta, cargando en las alforjas el equipo para varios días de travesía de alta montaña.
El primer intento fue en el mes de agosto, en solitario y soportando unas temperaturas desgarradoras. El segundo día, en la entrada del valle de Bouguemez tuve una avería importante en la bici y no pude seguir, era imposible continuar sin la bicicleta en perfectas condiciones y volví hasta Marrakech para regresar y poner a punto la Stevens en Madrid. En septiembre he vuelto con mi amigo Carlos, compañero de aventuras desde hace años, y juntos hemos vivido una experiencia irrepetible. El plan era el mismo, salir desde Marrakech pedaleando, pasar por Demnate y seguir por Tabant y Ait Ahmed para intentar la cresta oriental del Mgoun hasta la cima.
El primer imprevisto fue que no llegaron las cajas de las bicicletas en el mismo avión. El disgusto fue tremendo, en ese momento era difícil de creer aunque el encargado de equipajes repitiese cien veces que las cajas no estaban en el aeropuerto. El día de margen para asegurar la cima fue un día de incertidumbre y angustia en Marrakech, paseando por los zocos y las callejuelas, entre el chirriante tráfico y el bullicio comercial de la ciudad. Y sobre todo viviendo una inquietud desesperante porque sin las bicicletas el viaje no tenía sentido. En la oficina de reclamaciones dijeron que se quedaron en Madrid sin embarcar en nuestro avión por problemas de espacio y que llegarían al día siguiente. Y acertaron. Recogimos las cajas puntuales y salimos pitando hacia Demnate en un taxi para recuperar el día perdido. A las cinco de la tarde estábamos montando las bicis en las afueras de Demnate y tuvimos tiempo de recorrer unos kilómetros hacia las montañas. El viaje comenzaba por fin.
Valle de Bouguemez, el valle feliz
Entre Demnate y Tabant, la capital del valle de Bouguemez, existen dos caminos. Una carretera asfaltada por el bonito valle de Ait Bououli y otra opción por la ruta de Tirsal, que sigue pistas de tierra en buen estado y tiene dos duros pasos de montaña, el más alto alcanza 2.400 metros de altitud. Nosotros elegimos la ruta montañera, la misma que había llevado en el viaje anterior, con más distancia y desnivel positivo que la carretera pero el ambiente merecía la pena por valles y montañas grandiosas, auténticos pueblos bereberes y laderas multicolores pobladas de cedros centenarios. El desvío de la carretera principal estaba después de la cascada de toba de Iminifri, en una bajada hacia un amplio valle de aldeas dispersas rodeadas de colinas rojas. Era temprano y de frente venían furgonetas que iban recogiendo gente por el camino hasta que no cabía nadie más, ni dentro del habitáculo ni en la baca. La mayoría eran hombres que se dirigían a Demnate para pasar el día en los zocos de la ciudad.
La primera subida seria fue el Tizin Amarskine (1.950 m), con un acogedor tropel de cedros desgastados en el paso y unas vistas magníficas. La bajada fue bastante más corta que la subida y enseguida comenzamos a remontar un valle con una vega repleta de plantaciones agrícolas y nogales gigantes. Un estimulante cordón verde que se retorcía entre ásperas montañas de colores por los pueblos de Ait Tououtline hasta las rústicas aldeas de montaña de Tirsal. En Tagassalt, uno de los pueblos altos del valle, estaban celebrando una fiesta bereber. En una de las terrazas de la ladera unos jinetes vestidos con trajes tradicionales cabalgaban muy juntos a toda velocidad disparando ráfagas de pólvora con el típico arcabuz bereber. Elegimos una curva del camino para ver el espectáculo entre la gente del pueblo pero al sacar la cámara de fotos un tipo de bastante edad, que debía ser importante en la comunidad, hizo aspavientos muy claros que significaban “nada de fotos”. Eso sí, los niños rodearon las bicis y teníamos que estar más pendientes de ellos que de los jinetes bereberes.
Saltamos el paso del Tizin Tirlist (2.400 m) cansados y contentos y entramos en el hermoso valle de Bouguemez, el valle feliz, rodeado de las primeras cadenas de tres mil metros del Atlas central, soleado, fértil y perfectamente diseñado por la naturaleza para que durante siglos haya sido uno de los mejores lugares habitables del gran Atlas marroquí. Los torrentes llegan hasta el valle desde las cumbres por cañones descomunales y mediante un cuidado sistema de acequias el agua riega todos los rincones fértiles de cada pueblo. Las aldeas de adobe forman parte del paisaje, están fundidas en el ambiente y tenemos que frenar constantemente durante el descenso para admirar cada estampa y cada contraste. Los edificios más llamativos son los típicos graneros fortificados (ighrems) usados por los pueblos bereberes desde hace siglos. Pasamos por el lugar donde tuve la avería en el viaje anterior y rompimos el hechizo, el descenso fue fabuloso, mil metros negativos que nos metieron en el alma del valle por la carretera asfaltada que llega directa desde Demnate.
El sol del atardecer iluminaba el valle con una luz sublime y cualquier lugar era una invitación para pasar la noche. La diferencia de altitud entre el fondo de la cuenca de montaña y las altas cimas desmenuzaba los rayos del sol en miles de matices y contraluces. Seguimos hasta la confluencia de los ríos Bou Guemez y Lakhdar para salvar la última subida del día y llegar hasta Agouti, punto de partida de algunos tekkings que se dirigen al Mgoun por Arous y el paso de Terkedit. En una “gîte de etape” de Agouti coincidimos con un grupo de montañeros. El guía conocía bien los caminos de mulas del Mgoun y nos habló de las opciones de ciclabilidad de cada uno, valoramos la información y decidimos seguir el plan inicial. La ruta directa por Arous no presentaba suficiente ciclabilidad para que mereciese la pena portear las bicicletas con el peso del equipo.
Valle de Oulilimt, el valle de los pastores nómadas
El día amaneció claro y despejado en el valle de Bouguemez. En Tabant lucía el sol y durante la larga subida del Tizin Ait Imi (2.900 m) empapamos completamente las camisetas de sudor. En el paso vimos por primera vez la silueta del macizo del Mgoun, entre nieblas y brumas grises, lejana e inalcanzable en un ambiente tormentoso y triste. El clima estaba cambiando y llegaban tormentas y precipitaciones, algunas previsiones anunciaban nieve en las cumbres. También vimos la cresta de Tamgoumart, el largo y desolado filo oriental del Mgoun por donde pretendíamos llegar hasta la cima principal del macizo desde el Tizin Issouka.
Las primeras gotas de lluvia llegaron durante el descenso hacia Ait Ahmed, en la confluencia de los valles de Amougr Saln y Oulilimt, donde se forma la cuenca principal del río Mgoun que se dirige hacia el gran cañón del Mgoun y el célebre Valle de las Rosas. En la primera tienda del pueblo paramos para tomar un bocata de sardinas y unos tés mientras valorábamos la nueva situación climatológica. La ruta por la afilada cresta oriental de Tamgoumart implicaba una travesía de 15 kilómetros y mil metros positivos cargando las bicicletas en territorio agreste y desconocido, es la única vertiente de la montaña que no tiene ruta de trekking “oficial” y no cuenta con caminos de mulas, que son esenciales para desplazarse en las cumbres del Atlas. El plan era sugerente con una meteorología estable pero lloviendo y riesgo de nieve durante la noche decidimos cambiar la aproximación y remontar el valle de Oulilimt por el camino de mulas que llevaba hacia el Refugio de Terkedit. En el valle siempre tendríamos más posibilidades de encontrar refugio protegidos de la lluvia y la ventisca no azotaría con tanta furia como en la cresta.
El nuevo itinerario sumaba más distancia y desnivel positivo, aunque ahora teníamos la posibilidad de dejar el peso de las alforjas en el refugio y realizar los últimos metros positivos de ascensión con la bici “desnuda”. La travesía del bonito valle de Oulilimt salía de Ait Ahmed por el lecho del torrente, que estaba destrozado por los camiones que sacaban grava para las obras de reparación de la pista principal del valle. Pasamos unos vadeos sin complicaciones y cuando el torrente formaba una garganta estrecha y tenebrosa descubrimos en la ladera de la derecha el inicio del camino de mulas. La salida del cañón fue el tramo más duro, con los 20 kilos de la bicicleta a cuestas o empujando, cada uno con su técnica de “bicitrekking”. El sendero dibujaba los relieves del valle lejos de las fauces de la garganta principal y en bastantes tramos la ciclabilidad era buena, incluso con bajadas por sendas divertidas para salvar los barrancos laterales.
En las zonas de pastos aparecían cabañas de piedra de los pastores nómadas que habitan el valle con sus rebaños hasta que llegan las nevadas. Los niños se acercaban corriendo entre las piedras y las plantas espinosas para vernos de cerca, saludar y pedir un “bombón”, que debían ser las chocolatinas o las barritas que les suelen dar los montañeros de las expediciones cuando pasan por el camino. En nuestro caso la comida estaba más justa que la presión de las ruedas y para esa noche y el día siguiente contábamos con dos paquetes de comida liofilizada. Y unas barritas para el día de la cumbre.
La tarde se cerró en el valle mientras la lluvia aumentaba de intensidad, las cimas del Mgoun habían desaparecido de la vista desde el mediodía envueltas en unas tormentosas nubes negras y ya estábamos pensando compartir cabaña con algún cabrero cuando entramos en una zona abierta del valle, donde suelen montar los campamentos los trekkings porque hay un manantial de agua potable en un lateral del barranco. Aquella tarde las tiendas eran de un grupo de franceses pero no fueron muy hospitalarios y aunque tenían sitio para nosotros en la tienda comedor nos “recomendaron” buscar refugio en alguna choza de pastores. Y la encontramos en la ladera del valle, cerca del campamento, vacía y disponible, y sobre todo con tejado, aunque la lluvia se convirtió en tormenta durante la noche y aparecieron goteras. En un rincón de la cabaña hicimos fuego para calentar el agua de los liofilizados y salvamos la primera noche de mal tiempo en un lugar seguro. La estrategia del cambio de recorrido había salido bien.
Meseta de Terkedit, el oasis del Mgoun
El camino de mulas remontaba el valle de Oulilimt por paisajes de fantasía, las creaciones geológicas combinaban todo tipo de formas, chimeneas, estratos, repisas, acantilados y torrentes. Y encima, cerrando este reino exclusivo de fantasías geográficas, emergía una enorme fortaleza de paredes interminables hasta superar los cuatro mil metros de altitud, que no conseguíamos ver porque se clavaba en una enorme bóveda de nubes oscuras y amenazantes. En un momento dado aparecieron puntos rojos pintados en las piedras y pensamos que marcaban el camino principal hacia Terkedit. Aunque llevaba el track marcado en el Inreach Explorer de Garmin las marcas servían para confirmar desvíos, atajos y variantes que no indicaban los mapas del navegador satelital. Pasamos por un poblado de pastores a 2.800 metros y salimos del valle por el Tizin Agoumar (2.970 m), resbalando en la tierra roja de la empinada ladera que estaba húmeda por la lluvia. En este lugar perdido en el Atlas más profundo y lejano los niños cambiaban fósiles por bombones.
La “trampa” de esta ruta es que no asciende directamente desde el valle hasta la meseta de Terkedit. En el collado de Agoumar hay que descender unos 500 metros de desnivel hasta las fuentes del Arous, donde comienza el cañón de las Gorges de Arous, y después remontar el mismo desnivel para entrar en la gran planicie de Terkedit. Existe un sendero directo desde el Oulilimt hasta la cima del Mgoun que suelen usar los trekking de bajada, es tan empinado que en bicicleta con alforjas de subida es impensable. El descenso del collado era ciclable y espectacular pero la lluvia fastidió la subida desde las fuentes del Arous, fue una pena porque no pudimos disfrutar como se merecía uno de los lugares más bonitos de la aproximación.
Llegamos al Refugio de Terkedit (2.900 m) empapados y tiritando, menos mal que la ropa seca de repuesto y el saco estaban calentitos dentro de las bolsas estancas. El refugio es sencillo, pequeño y acogedor, no tiene muchas plazas pero la mayoría de los montañeros que hacen trekking en la zona usan sus propias tiendas y campamentos. Hablamos con el guarda y enseguida ocupamos uno de los dos apartados superiores que tenían literas, después de los dos últimos días de penurias ambientales parecía el lugar más confortable del mundo. La única preocupación es que se alejasen las tormentas y cambiasen las previsiones meteorológicas. El Mgoun estaba muy cerca y no queríamos renunciar.
Día de cumbre, emoción a cuatro mil metros
Elegí la cumbre del Mgoun porque decían que era una cima imposible en bicicleta y una locura meterse en las altas cordilleras del Atlas con las alforjas. Y realmente puede ser una locura, un desafío imposible, pero me gustan los retos que parecen imposibles. El amanecer en la meseta de Terkedit era extraño, el refugio estaba completamente soleado y las cumbres totalmente cubiertas desde los 3.500 metros por nubes muy negras. El viento soplaba fuerte y frío desde el sur y nosotros estábamos en la cara norte, era imposible adivinar el ambiente de la otra vertiente y decidimos arriesgar. Preparamos las bicis sin peso, en el porta bultos enganché una botella de litro y medio de agua y el impermeable. Y en el macuto la cámara de fotos y dos barritas. Los dos primeros kilómetros tenían buena ciclabilidad, con tramos alternados de “empuja bici” hasta los 3.600 metros, después había un muro infernal con la bici a cuestas y una travesía expuesta hasta conectar con la cresta. La idea inicial era subir por la ruta normal del collado de Iquandoul (3.640 m), pero elegimos una ruta más directa por la izquierda que alcanzaba la cresta cerca del Mgoun Oeste (3.980 m).
La tendencia de la cresta era subida, con dos cuatro miles por el camino y varias bajadas ciclables que aprovechamos para sentarnos en la bici, aunque el viento era muy fuerte y llegaban rachas que tiraban la bicicleta al suelo. En los pasos más peligrosos, donde los precipicios se hundían en abismos de mil metros de desnivel, no quedaba más remedio que caminar. El viento era un tormento pero sabíamos que también era la garantía de alcanzar la cumbre porque impedía que se formasen precipitaciones de lluvia. Los cuatro kilómetros que hicimos por el filo de la cresta fueron alucinantes, sin apenas visibilidad surgía el sendero según avanzábamos hasta que finalmente apareció el monolito de la cumbre más alta del macizo, a 4.071 metros, y llegamos pedaleando para cumplir el ritual, para sentir que somos ciclomontañeros.
En la cima estuvimos diez minutos, el tiempo justo de las fotos, con las bicis tumbadas para que no las arrastrase el viento. Y efectivamente había restos de nieve pero eran escasos. Las vistas deben ser extraordinarias pero las nieblas impedían contemplar el panorama. En el gps salieron cuatro kilómetros de cresta, que hicimos de nuevo para volver por el mismo camino y hacer uno de los descensos ciclomontañeros que no olvidaremos en la vida. La ciclabilidad era bastante alta en el filo de las cumbres, salvo algunos escalones rocosos. Y en el resto de la bajada dependía del atrevimiento de cada uno y de la técnica. El paso más complicado fue el empinado muro de piedra suelta sobre los 3.700 metros. A partir de ahí era un sendero fantástico hasta la puerta del refugio.
Valle de Tessaout, pueblos de adobe, vadeos interminables y montañas de colores
Para bajar de Terkedit elegimos el valle de Tessaout, rodeando la descomunal garganta de las Gorges de Tessaout, conocido también como el Cañón de Wandras. Primero empujamos las bicicletas hasta unas geografías lunares a tres mil metros de altura, donde encontramos una familia de pastores instalada en unas cabañas de piedra cerca de las puertas del cielo. Y después bajamos por un sendero espectacular excavado en las repisas de unos precipicios vertiginosos que llevaba hasta las primeras aldeas del hermoso y fértil valle de Tessaout. El encuentro de nuevo con el mundo bereber de las montañas fue reconfortante, las vegas verdes, el arbolado cerca del camino, las casas de barro, los olores de todo tipo, el agua embotellada y los niños correteando alrededor de las bicicletas. El Atlas esencial.
En Amezri apareció el asfalto en el camino y fue sorprendente tan pronto, en aldeas tan altas, pero la alegría duró poco, unos kilómetros después desapareció el asfalto y las rodadas seguían literalmente el lecho del cauce del río durante unos quince kilómetros que parecieron cincuenta. Las crecidas de las últimas tormentas habían inundado la cuenca fluvial y era necesario vadear la corriente docenas de veces, en algunos pasos con el agua por los tobillos y en otros por los muslos. El firme del camino era una costra de cantos rodados de todos los tamaños y el traqueteo de la bicicleta era constante y de alto riesgo para el equipaje, pero simplemente sufrimos un problema de presión en una de las ruedas por un golpe de una piedra contra la válvula.
Ese día cumplimos el plan previsto, bajamos de las cumbres y llegamos hasta Toufrine, en la carretera que comunica Ouazarzate y Demnate. Pasamos la noche en la casa de una familia bereber, disfrutamos un tayín delicioso, unos tés y dormimos como angelitos hasta el primer cántico del muecín. La siguiente jornada fue la salida del Atlas. En Ait Tamlil dejamos la carretera de Demnate y seguimos una pista de montaña que entró de nuevo en el valle de Tessaout y nos llevó hasta la presa de Ait Adel, en la puerta del desierto. En dos días y varios puertos de montaña el mundo había cambiado, la temperatura, el ambiente y los colores. Preparamos el vivac en los montes de Jbabra, cerca de la carretera de Marrakech, y llamamos al campamento la colina del escorpión porque mientras limpiábamos el suelo para extender el saco asustamos algún escorpión.
En Marrakech cerramos el círculo de la aventura ciclomontañera, en los jardines de la Koutoubia, donde diez días antes hicimos la primera foto del viaje, sin bicicleta y sin conocer nuestro destino. Y el destino se cumplió, estuvimos con nuestras compañeras de dos ruedas en las cumbres del Mgoun y volvimos para contarlo. Hasta siempre Atlas, sigue soportando el peso del mundo porque volveremos para pasear por la corona de tus grandiosas cimas de colores.