“La sensación de estar allí arriba, de ver todas esas grandes cimas debajo nuestra, fue inolvidable. El sueño se había cumplido y casi no nos lo acabábamos de creer". A 8.611 metros, con el sol de junio inundando los valles del Karakorum, Mari Ábrego y Josema Casimiro se abrazan en la cima del K2. El verano de 1986 acaba de ponerse en pie y los dos navarros aprovechan una jornada bondadosa para firmar la primera ascensión nacional a la Montaña de las Montañas. Pasan cincuenta minutos en la cumbre, interiorizando el que sería uno de los grandes hitos de nuestro deporte. Sin usar oxígeno suplementario, con un estilo limpio y ligero, su ascensión todavía hoy compone un fascinante relato sobre la voluntad y la pericia de un montañero que acaba de entrar en los dominios de la memoria.
Mari Ábrego ha fallecido a los 73 años, en casa junto a su mujer e hijas, tras pugnar con una larga enfermedad, poniendo el punto final a uno de los historiales más deslumbrantes del alpinismo nacional. Nacido en 1944 en Los Arcos, Ábrego escribió páginas memorables en los gigantes de la Tierra, comenzando su andadura en los ochomiles junto a Kike De Pablo, con 40 años, en el Makalu. Desglosar su trayectoria alpina es un ejercicio que despierta la admiración. Su forma de afrontar los desafíos de las cumbres, impecable, influyó directamente en las generaciones que le siguieron, abanderadas por tipos brillantes como Iñaki Ochoa de Olza o Martín Zabaleta. Firmó la primera absoluta y en estilo alpino de la arista norte del Huamasraju (5.328 m), ascensión que imitaría en el Huandoy Norte (cara este) y en la tercera absoluta del Huascarán Norte, entre otros logros andinos.
Mari Ábrego, en la cima del K2, con la foto de uno de sus hijas.
Los Andes, precisamente, fueron uno de sus patios de recreo principales, donde trabajó como guía en el Centinela de Piedra, el Aconcagua, a cuya cima llegó en al menos 25 ocasiones. Acumuló cinco ochomiles en el Himalaya (Makalu, K2, Nanga Parbat, Broad Peak y Cho Oyu), además de intentar en cuatro ocasiones el Everest, que ofreció una testarudez insólita al empuje del navarro, al que pocas ambiciones se le resistían. El Jannu, en 1981, cedió ante su arrojo, así como el Denali, donde repetía la vía Cassin y el West Buttress.
Si le cortase las alas sería mío, pero ya no sería un pájaro. Y yo amo al pájaro. Así ora la letra de una de sus canciones de cabecera, Txoria Txori, que resonaba bajo las lonas de los campos base. Ahora que Ábrego vuela hacia nuevas montañas, esta troba clásica del euskera le aúpara con su canto a la libertad.
Frente a los caprichos del K2
En estilo alpino y sin oxígeno. Pocas veces se ha repetido esta hazaña alpina en una de las montañas más peligrosas del mundo. Casimiro y Ábrego lo conseguían hace más de treinta años. La montaña se mostró compasiva durante la ascensión, que les llevó cuatro días, pero cambió radicalmente en un descenso que se convirtió en una huida hacia adelante durante cinco jornadas extenuantes. “Aquel descenso fue un infierno. Un sálvese quien pueda. No se veía nada a 20 metros, pero nosotros íbamos atados y a nuestro aire, sabiendo que tampoco podías lanzarte hacia abajo a lo loco. Era mejor parar, reflexionar y pensar lo qué hacer. Era fácil tomar una decisión errónea", explicaba Casimiro con motivo del 25 aniversario de la ascensión.
Algunas congelaciones y más de un susto después, llegaban a un campo base que se acabaría tiñendo de drama esa temporada con el fallecimiento de 13 alpinistas, incluyendo a Julie Tullis, la compañera de Kurt Diemberger, celebridad mundial por sus valerosas primeras ascensiones del Dhaulagiri (1957) y el Broad Peak (1960). El mismo Diemberger recibía a la cordada a su llegada a las tiendas y escribía: “Mari y Josema, si no fuera por los ojos y la sonrisa, serían irreconocibles... están llenos de arrugas, tienen que haber perdido seguramente un cuarto de su peso, parecen ciruelas pasas ambulantes, de aspecto horrible, sin voz... y tan queridos por nosotros". “Fue la ilusión de mi vida”, reconocía Ábrego sobre la ascensión.
Josema Casimiro en la cima del K2, fotografiado por Mari Ábrego.
Ese año, su éxito en las afiladas estructuras del K2, le valía a Mari un trofeo al mejor deportista navarro (que ganaba por cuarta ocasión y tercera consecutiva). Entre sus galardones también aparecen una Medalla de Plata del Consejo Superior de Deportes y la Medalla de Oro al mérito deportivo del Gobierno navarro.
El alpinismo estatal honrará estos días a uno de sus pioneros, una referencia perenne para todos aquellos que entienden la montaña como una forma de medirse con uno mismo, sin trampa ni cartón, con los dientes apretados y un ojo en el compañero. Para los fieles del buen estilo. Para los conocedores del precio de ser pájaro. Goian bego, Mari Ábrego.