Héctor Salvador en la última frontera

Primer español en descender a la Fosa de las Marianas, pura exploración de los últimos confines de nuestro planeta

Héctor Salvador, primer español en descender a la Fosa de las Marianas
Héctor Salvador, primer español en descender a la Fosa de las Marianas

Decía Paul Éluard que hay otros mundos pero están en éste. El poeta francés estaría feliz de poder charlar con Héctor Salvador (Lugo, 1983), que se convertía el pasado 18 de abril en el primer español en descender a la fosa de las Marianas, concretamente al Abismo de la Sirena, que custodia sus secretos a una profundidad de 10.730 metros. "Fue sobrecogedor poder contemplar el lugar más sagrado de nuestros océanos", describía Héctor su viaje en el DSV Limiting Factor, batiscafo ya célebre por haber visitado el punto más profundo de cada océano. Una máquina de descubrimientos que va a llenar de dichas y sorpresas a la comunidad científica. Nunca antes la humanidad había dispuesto de un vehículo como este Tritón 36.000/2, capaz de explorar los rincones más íntimos del planeta y revelar algunos de los grandes enigmas de esas oscuras inmesidades, antes indescifrables.

Héctor Salvador no solo es un curtido piloto de sumergibles, también es el director de operaciones de Tritón Submarines, la empresa que construyó el batiscafo para Caladan Oceanic. Tras años de investigación pionera e interrogantes, su ingenio está empezando a cambiar las cosas. Junto al australiano Tim MacDonald, Héctor se ha apuntado algunos récords de profundidad, pero además -como buen científico- llevaba su trabajo hasta las últimas consecuencias, cumpliendo el cometido para el que se programaba tan extraordinaria inmersión: recuperar un módulo cuya pérdida habría puesto en jaque toda la temporada de investigaciones. Y ya sabemos el resultado de sumar curiosidad geográfica con interés científico: exploración pura y dura de las últimas fronteras de nuestro planeta. Avances primordiales que nos remiten a viajes primigenios. Cook, Nansen, Elcano o Ross, cuyas singladuras han ejemplarizado nuestra sed de conocimiento dejando una estela inextingible en nuestros oceános. Heredero de ese afán, Héctor tiene también una misión reservada a las nuevas generaciones de exploradores; concienciarnos sobre la necesidad de proteger nuestro pequeño punto azul.

Estamos al principio de una nueva era de nuestra relación con los océanos.

La primera pregunta es inevitable: ¿cómo te sientes ahí abajo?
Lo cierto que es que tenía mucha tensión por la misión, que era muy compleja, tener que ubicar un módelo cuya pérdida significaría cancelar todas las misiones científicas que venían a continuación. Y no teníamos ni idea de lo que nos íbamos a encontrar. Estás tan centrado en la misión que casi no te das cuenta de donde estás hasta que te detienes un momento y piensas "madre mía, donde me he metido...". Era parte del trabajo, de mi responsabilidad... Sientes cierta incertidumbre, pero dura poco porque te das cuenta de que viajas en una máquina que has diseñado, con la que has practicado cientos de veces y todo está mirado al detalle. Como humano ahí abajo no hay mucho que puedas hacer, así que dependes al cien por cien de la máquina. En ese punto ya te confías y sabes que todo va a ir bien, que la máquina va a cuidar de ti.

Hablando de la máquina... ¡menudo invento!
Te pongo en antecedentes: hablamos de un viejo sueño de Patrick Lahey, el fundador de Triton Submarines, construir un vehículo que pudiera descender hacia los puntos más profundos de todos los océanos. Él siempre lo ha definido como su obra final, la Capilla Sixtina de su vida. Pero no había nadie interesado en un proyecto así, hasta que apareció el explorador Victor Vescovo. Victor quería batir el récord de descender al punto más profundo de cada océano. Y de hecho lo que él nos pedía era un submarino súper básico, una esféra sin siquiera ventanas, para descender, batir el récord y volver a subir. Pero Patrick le convenció de que si construían algo debían aprovechar para que fuese útil para la comunidad científica: que tuviese ventanas de observación, con un brazo robótico que pudiese tomar muestras... algo que realmente fuese relevante para el progreso científico. Así que se juntaron dos sueños. A nosotros como ingenieros casi nos sonaba a locura. Había muchos componentes que desarrollar de cero, pues no hay intereses industriales detrás de bajar a esas profunidades. Descubres muchísimas cosas que no sabes. Pero fueron unos años preciosos, el proyecto de nuestras vidas para muchos, crear un vehículo que cambie nuestra relación con los oceános. Y eso se notaba en el trabajo: todo el mundo se volcó y fueron, como se suele decir, una milla más lejos. Una experiencia preciosa, donde todo todo el mundo arrimó el hombro. El resultado es un submarino con el que puedes acceder a cualquier punto de cualquier océano.

Sumergible DSV Limiting Factor. Foto: Triton Submarine
Sumergible DSV Limiting Factor. Foto: Triton Submarines

Una revolución científica y exploratoria...
En nuestra industria, esto es casi equivalente a la Nao del siglo XV. De repente hay una nueva máquina de exploración, un vehículo con el que aún estamos aprendiendo qué cosas podemos llegar a hacer. Desde arqueología, como las investigaciones que estamos realizando con los pecios del Titánic, a geología, biología -descubrimos cuatro o cinco especies nuevas en cada inmersión-. Estamos al principio de una nueva era de nuestra relación con los océanos.

¿Y cómo es el mundo a esa profundidad?
Lo que yo me esperaba era un entorno completamente esteril y hostil. A partir de los doscientos, trescientos metros, ya estás en zona de oscuridad total, pero hay que tener en cuenta que cuando no llega la luz del sol tampoco hay organismos fotosintéticos, por lo que la claridad del agua aumenta mucho. Cuando enciendes los focos del submarino es como estar sumergido en una botella de agua mineral, es realmente sorprendente hasta donde alcanza la visión. En el fondo, al principio no ves vida, pero poco a poco empiezas a ver muchas señales de ella, desde anfípodos que pasan de vez en cuando por delante tuya, marcas que dejan en el sedimento basuras humanas, que dejan unas líneas muy características, típicamente plásticos. Cuando viajas hacia el talud de la placa de las Marianas, en la zona de subducción, encuentras estas formaciones de rocas basálticas, afiladas, que están siendo arrancadas por un proceso de destrucción del lecho marino, el más antiguo que queda en nuestro planeta. Había un gran interés por tomar muestras de estás rocas, donde encuentras los minerales en su forma más pura. Fue emocionante ver como estás rocas están colonizadas de vida; cubiertas de anémonas, hay larvas de medusa... me impactó mucho hallar esas formas de vida en un entorno tan hóstil, y no solo vida que se ha adaptado a estas condiciones, sino algunas que se podrían haber creado en ellas y cuyo estudio podría revelar muchas cosas sobre el origen primigenio de la vida en la tierra.

Héctor Salvador (izquierda) junto a Tin MacDonald
Héctor Salvador (izquierda) junto a Tim MacDonald. Foto: Triton Submarines

Solemos hablar del espacio como esa última frontera de la exploración, ¡pero aún queda mucho por conocer en nuestro mundo!
Efectivamente, eso marcó mi trayectoria. Cuando empiezas a interesarte por esa gran exploración, por las nuevas fronteras, inmediatamente te fijas en el espacio, por eso estudié ingeniería espacial y comencé a trabajar en la Agencia Espacial Europea. Hasta que te das cuénta de que hay dos tercios de nuestro planeta de los que no sabemos prácticamente nada, y tampoco se está haciendo mucho por explorarlos.

Supongo que ya devorabas historias de exploración de pequeño...
Las del siglo XV me apasionaban, desde Colón a Magallanes, Elcano, gente que se adentraba en un territorio desconocido. Incluso desde nuestra mente contemporánea es difícil imaginarse en aquellas situaciones en las que te internabas en un océano del que ni siquiera sabías si tenía límites. Y aún así abrieron el camino. Héroes de la exploración que pocas veces más se verán en la historia.

Mencionabas antes que hay señales del impacto humano a diez mil metros de profundidad... ¿Hay esperanza para nuestro planeta?
Desde luego hay mucho trabajo por hacer. Es descorazonador observar huellas de basura humana en cada inmersión, no importa en qué océano o a qué profundidad. Es realmente triste, por muy lejos que te vayas... Recuerdo estar en la fosa de las Sandwich del Sur, en la Antártida, y ver pasar flotando un guante de cocina... incluso en un entorno tan prístino ves huellas de la actividad humana. Creo que el camino es la educación, por eso es muy importante hablar de lo que hacemos, realizar documentales, seguir lo que decía Cousteau y concienciar a la gente para que ame los océanos y los proteja. Aún hay esperanza, porque sabemos lo impresionante que es la naturaleza a la hora de recuperar su territorio. Si le damos una oportunidad, si minimizas la presión humana, está a tiempo de recuperarse. Pero todo empieza con la educación.

El brazo robótico del batiscafo recogiendo una muestra del fondo marino. Foto: Col Héctor Salvador
El brazo robótico del batiscafo recogiendo una muestra del fondo marino Foto Col Héctor Salvador

Seguro que te has quedado con el gusanillo de volver a bajar...
¡Siempre! Nuestro trabajo es adictivo. Cuándo bajas más allá de trescientos metros de profundidad cada roca que ves, cada formación... ¡es la primera vez que las contempla un ser humano en la historia! Hasta hace dos o tres año,s hasta que construimos este vehículo, no había posibilidades de hacer esto. Pero cuando estás ahí abajo no puedes parar, aunque esté todo el mundo esperándote para que regreses a cargar las baterias del submarino. Es como explorar otro planeta dentro de nuestro propio planeta. Como si te dejasen caminar por Marte, si te gusta la exploración nunca te detendrías. Aquí además vas en una esfera amplia, con aire acondicionado, con música... ¡te podrías echar ahí todas las horas del mundo!

 

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