Días felices en el Matterhorn

En recuerdo de Agustín Faus

Alfredo Merino

Foto archivo personal Agustin Faus
Foto archivo personal Agustin Faus

Fue el 12 de julio de 1990. Estábamos en la arista de Hornli, a 4.350 metros, a una corta tirada de la apreciada cima, sobre el hombro en el que los escaladores dan la vuelta al filo del monte, para asomarse a los heladores precipicios de la cara norte y agarrarse como posesos a las maromas que marcan el camino a la cercana cumbre. Descendía junto con Gianni Mazzola, uno de los guías de Zermatt con quienes llevábamos escalando unos días. Habíamos subido al Cervino en 2 horas 10 minutos desde el refugio y queríamos bajar igual de rápido para evitar al máximo la caída de piedras.

Estaba en Zermatt participando en los actos del 125 aniversario de la primera ascensión del Matterhorn, el 14 de julio de 1865, por Edward Whymper y sus compañeros. Junto con otros periodistas especializados en montaña de todo el mundo, había sido invitado a la celebración. Agustín Faus y yo éramos los únicos españoles. Llevábamos una semana en el Valais, donde habíamos hecho varias escaladas, con la que los guías quisieron conocernos y también que consiguiéramos la imprescindible aclimatación para subir al Matterhorn, objetivo dorado de un puñado de nosotros. Así estuvimos un día en el Gornergrat, donde conseguí que me dejasen subir en cabeza de cordada una vía entonces un tanto difícil, la Matador. Los días siguientes ascendimos un buen puñado de cuatromiles, estableciendo los guías nuestro rango para la escalada del Cervino. Subimos al Castor, al Polux, al Liskam, hicimos la travesía de los Breithorn y yo logré la cara norte del Breithorn, una escalada impensable para mí solo unos días antes. Así llegó el día del Matterhorn, que los guías decidieron fuese la víspera del aniversario, pues la jornada de la celebración iban a estar demasiado ocupados en unos actos, en los que estaba anunciada la escalada de la montaña por el mismísimo presidente de la Confederación Helvética. Tan importante es esta montaña para el país alpino.

Bajábamos de la cumbre del Matterhorn, ya digo, Mazzola y yo tan deprisa como subimos, cuando nos encontramos con Agustín Faus. Tenía entonces el montañero catalán 64 años y le recuerdo como un alpinista ya algo mermado en lo físico, pero con todo el vigor intelectual que le hizo escalar tantas montañas. Iba con un guía veterano que la organización de los eventos consideró era el más conveniente, un montañero añoso y tranquilo como él, con el que –me contaría más tarde el propio Faus– debatieron sobre los misterios que, todavía hoy, encierra la primera escalada de aquella increíble montaña. Nosotros seguimos nuestra cabalgada hacia el pie de la pared y ellos continuaron a su ritmo tranquilo de escaladas y palabras. No lograron llegar a la cima, pues el guía consideró que se les iba a hacer demasiado tarde. Nos lo comunicaron con los walkies, así que decidí esperar a mi camarada en el refugio, celebrando nuestra escalada. Mientras nos tomábamos unas cervezas, llegó un helicóptero a por Mazzola, quien tenía que ir a Zermatt para ultimar los preparativos del aniversario.

Antes de aquel viaje no conocía a Faus personalmente, pero sí conocía su historia y había devorado las decenas de artículos que había publicado en el As de sus aventuras por muchas montañas del mundo. Junto con sus libros fueron una referencia para la generación que le seguía.

Me invitó a bajar, pero yo le señalé mi intención de esperar al compañero catalán, aunque conseguí arrancarles que me dieran una vuelta aérea sobre la montaña. Apenas fueron cinco minutos en los que sobrevolamos la cima y visualizamos a las cordadas desperdigadas por toda la arista. No logré sin embargo distinguir a Faus ni a su compañero. Tras el regalo del vuelo, me dejaron en la plataforma junto al refugio. Me pareció mal marcharme y dejar que bajara solo hasta el teleférico.

Antes de aquel viaje no conocía a Faus personalmente, pero sí conocía su historia y había devorado las decenas de artículos que había publicado en el As de sus aventuras por muchas montañas del mundo. Junto con sus libros fueron una referencia para la generación que le seguía. Catalán de nacimiento, pronto vino a Madrid, donde le encantó la vida y decidió quedarse llevando la representación de algunos productos de montaña, como las chirucas. No tuvo problemas en hacerse amigo de la élite montañera madrileña de posguerra. Gente imprescindible como Teógenes Díaz, Ignacio Lucas y Antonio Moreno. Con ellos compartió cuerda y muchas primeras, como la vía Teo del Tercer Hermanito de Gredos y la que pudo ser primera invernal del Naranjo de Bulnes, donde con el último alcanzó la cresta cimera, aunque no la propia cima, al acabárseles la longitud de la cuerda que les ataba.

Fue en el inicio de los sesenta cuando comenzó a publicar sus impagables reportajes de las montañas españolas y del resto del mundo

Fue en el inicio de los sesenta cuando comenzó a publicar sus impagables reportajes de las montañas españolas y del resto del mundo. Tomó el relevo de otro gran montañero y escritor de montaña, Enrique Herreros, relevo que, con el tiempo, entregaría a su sucesor en los escritos alpinos: César Pérez de Tudela. Publicando en medios generalistas, Faus enseñó lo que era la montaña a un país que entonces carecía de la menor cultura alpina ni de cualquier medio de difusión montañera –Peñalara y las revistas de otras entidades montañeras como las del CEC catalán y la de la Federación Vasca de Montañismo eran lo único que había y estaban dirigidas a los propios montañeros, no para el resto de la sociedad–. Primero en el diario Madrid y luego como enviado especial del diario As, maravilló a sus lectores desde Alaska, los Andes, el Pamir, los Alpes y otras montañas que ni sospechában existieran. Sus reportajes tuvieron tal fuste, que se mantuvieron mucho tiempo en las rotativas.

Aquel verano del 90 estuvimos una semana larga en el Valais, donde coincidimos en algunas escaladas y congeniamos. Éramos los únicos españoles y hablábamos los mismos dos idiomas: el de escalar montañas y el de contárselo a la gente. El día del Cervino Faus tardó en bajar, reconoció que no estaba en forma, a pesar de lo cual llevaba varios días subiendo cuatromiles. Nos dio tiempo para regresar antes de que cerrase el teleférico que nos devolvió a Zermatt. Agustín bajaba triste por no haber podido alcanzar la cima. “Ya la había subido, lo hice hace mucho y llevando a un cliente", me señaló sacando músculo y reconociendo que, aunque fuesen mil veces, nunca le disgustaba repetir una cumbre.

Aquellos días felices alpinos en los cabalgamos crestas y laderas y nos sentimos afortunados como pocos, por ser montañeros y por poder contárselo a todos los que nos leían.

Acabaron las celebraciones y yo me quedé en Zermatt para subir con Mazzola la Norte del Cervino. Faus se marchó al día siguiente. No coincidí más con él. Le envié las fotos de las escaladas que hicimos juntos, nos escribimos, me invitó a su casa madrileña y también me contó su idea de hacer un refugio a la manera alpina en Pirineos, la Faus Hutte, que hizo realidad y mantuvo unos cuantos años. Cuando he sabido de su muerte, me han venido a la cabeza aquellos días felices alpinos en los cabalgamos crestas y laderas y nos sentimos afortunados como pocos, por ser montañeros y por poder contárselo a todos los que nos leían.