David Goettler: El arte de volver

Una conversación con uno de los alpinistas más coherentes del planeta

David Goettler: El arte de volver
David Goettler: El arte de volver

A los 45 años, David Goettler representa una rara mezcla de ética, sobriedad y modernidad en el himalayismo. Miembro del Athlete Team de The North Face y pieza clave en el diseño de la nueva colección AMK —la más técnica lanzada por la marca este año—, el alemán sigue fiel al estilo alpino más puro: ascensiones ligeras, sin oxígeno, by fair means como decían los viejos alpinistas británicos. 

Su logro más reciente —la ascensión de la cara Rupal del Nanga Parbat (8.125 m) por la histórica ruta Schell, en estilo alpino puro— representa la culminación de una obsesión de más de doce años, de al menos cinco intentos, de una paciencia casi poética.
La vertiente Rupal, con sus casi 4.600 metros de desnivel continuo desde el valle hasta la cima, es una de las paredes más grandes y exigentes del Himalaya.

En junio de 2025, junto a la alpinista Tiphaine Duperier y el esquiador Boris Langenstein, Goettler logró una combinación inédita: escalar sin cuerdas fijas, sin oxígeno suplementario y, además, completar el descenso con un vuelo en parapente desde los 7.700 metros. Duperier y Langenstein realizaron además un descenso completo en esquí por toda la cara Rupal, algo nunca antes logrado desde cumbre en esa vertiente.

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Para Goettler, este hito no es solo el logro de una montaña: es la síntesis de una filosofía personal, deportiva y estética. Y marca un antes y un después en su trayectoria, que incluye ya pasos emblemáticos por Everest, Dhaulagiri, Shishapangma y múltiples aperturas en los Alpes.

Desde esa cúspide, y desde ese vuelo hacia el valle, se vislumbra el alpinismo que defiende: limpio, exigente, sin concesiones —pero también abierto a la elegancia de la retirada, al diálogo con el miedo y a la belleza de lo desconocido.

“Fue un sueño largamente aplazado”, confiesa. “Había intentado la cara Rupal antes, pero esta vez todo encajó. Buenas condiciones, un gran equipo, y la serenidad de aceptar lo que venga”.

“El éxito empieza cuando todos regresan”



¿En qué momento sentiste que la expedición al Nanga Parbat se convirtió realmente en un éxito?
La verdad, no fue en la cumbre. Sentí alivio cuando mis compañeros regresaron sanos con sus esquís. Hasta entonces estaba tenso. Teníamos comunicación por Garmin y radio, pero hasta oír sus voces no me relajé. En el alpinismo, el éxito solo llega cuando todos bajan.

¿Hubo algún instante en que pensaste en darte la vuelta?
Este año todo fluyó increíblemente bien. Incluso en el día de cumbre, cuando parecía interminable, siempre tuvimos seguridad: llevábamos tienda, hornillo y aislantes, podíamos detenernos y estar a salvo. Esa diferencia nos dio margen mental. Nunca llegamos a un punto de desesperación; siempre había uno tirando del equipo hacia adelante.

Definiste esta ruta como un punto culminante de tu carrera. ¿Qué hizo la diferencia?
Una suma de pequeños factores. Las condiciones eran perfectas, el clima estable y el equipo funcionó sin fricciones. Éramos tres personalidades distintas, pero no gastamos energía discutiendo o convenciendo. Todo fluyó. Y eso, en una montaña como el Nanga Parbat, es oro.

El descenso en parapente fue insólito. ¿Qué te impulsó a hacerlo?
El vuelo sigue siendo lo que más me intimida. Llevo toda la vida escalando, pero en el aire aún me siento fuera de mi zona de confort. Me pongo nervioso, dudo de mis juicios… no puedes ver el aire. Por eso trato de no pensar en el parapente durante el ascenso. Decido solo en la cumbre. Esta vez hacía demasiado viento, así que descendí unos metros hasta un punto sin rocas y despegué desde allí.

El parapente pesaba apenas 1,2 kilos...
Sí, es increíble. Pensar que tu vida depende de un trozo de tela y unas cuerdas finísimas es una locura. Pero funciona.

 

Has escalado con Tiphaine y Boris en los últimos años. ¿Qué es esencial en un compañero de estilo alpino?
Todos tenemos ego, pero no debe dominarnos. Hay que ser un jugador de equipo, abierto con los miedos y las dudas. Crear un ambiente donde todos puedan expresar lo que sienten es la clave. Así funciona una cordada.

Has compartido montaña con leyendas como Ueli Steck, Hervé Barmasse o Gerlinde Kaltenbrunner. ¿Quién te marcó más?
De todos aprendo algo, sean famosos o no. Pero si debo elegir, Ueli Steck. Me cambió la manera de entender la montaña. Compartimos muchas expediciones; me llevó hacia una dirección más clara, más esencial.

¿Cuál ha sido la retirada más dura de tu carrera?
La de 2023 con Benjamin. No había excusas: simplemente tuve un mal día. Él podría haber hecho cumbre y tuve que frenarle. Fue durísimo para mi ego. Pero fue la decisión correcta. Si hubiese seguido, probablemente no estaría contándolo. En la montaña no puedes forzar más allá del límite: no es un maratón donde te detienes y alguien te da agua. Si te pasas, no hay vuelta atrás.

Has defendido siempre la ética de escalar sin oxígeno ni apoyo externo. ¿Cómo manejas esa filosofía en un mundo de patrocinios y medios?
Tengo la suerte de que mis patrocinadores entienden que dar la vuelta es parte del juego. En este estilo las probabilidades de éxito son bajas, y hay que asumirlo. Cuando estás en el Everest rodeado de gente que usa oxígeno y todos hacen cumbre, pierdes perspectiva. Te preguntas: ¿qué hago mal? Pero las reglas que elegí son distintas, y sus consecuencias también. Me doy la vuelta más veces que otros, sí, pero cuando logro la cumbre así, el valor es incalculable. No se trata solo de llegar, sino de cómo llegas.

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¿Cómo ha evolucionado tu relación con el miedo?
El miedo es parte del juego. No hay que reprimirlo. Es una luz roja que te avisa. Si lo escuchas, puede salvarte la vida. Hay un miedo paralizante, peligroso, y otro que te mantiene alerta. El secreto está en reconocerlo y hablarlo en el equipo.

¿Qué te queda por lograr como alpinista?
Mucho. Después del Everest la gente piensa que ya está todo hecho, pero hay tantas montañas… Me gustaría escalar un ochomil en invierno, abrir una nueva ruta en una gran pared, explorar picos de seis mil metros poco conocidos. Mi lista de sueños no tiene fin.

Formas parte del equipo de diseño de The North Face y has trabajado en la colección AMK. ¿Qué aporta tu firma a ese proyecto?
Es, sin duda, el mejor equipo posible para el alpinismo moderno. Desde los Alpes hasta el Himalaya. Estoy especialmente orgulloso del chaleco; abre muchas posibilidades y cambia la forma de moverse en la montaña. Espero que la gente lo sienta igual. Es una prenda que nunca dejo en casa.

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Esta entrevista tuvo lugar en la tienda Barrabés de Barcelona, durante la presentación oficial de la nueva colección Advanced Mountain Kit de The North Face, una línea desarrollada junto a los propios atletas del equipo, entre ellos el propio Goettler. Diseñada para rendir en las condiciones más extremas del planeta, la AMK representa la culminación de años de investigación en materiales, ergonomía y ligereza. En el encuentro, David compartió no solo su visión sobre el futuro del alpinismo, sino también cómo la experiencia en montañas como el Nanga Parbat ha influido directamente en el diseño de cada prenda: “Nuestro objetivo no es solo resistir la montaña, sino movernos en ella con elegancia y eficacia”.