La Biblia en tapa dura

Remontando el Arve en un Ford Fiesta y con “El Macizo del Mont Blanc, las cien mejores ascensiones" en la guantera

Por Rafael Solana

La Biblia en tapa dura
La Biblia en tapa dura

No suelo organizar el trastero porque su condición natural es el desorden y, aunque su espacio tiene un límite, mi tiempo también, y por eso nunca me he puesto a ello en serio. Siempre había cosas mejores que hacer. En estas largas semanas de confinamiento e inactividad en que hasta soñar es difícil por lo incierto del futuro, nos queda el recurso de escanear diapositivas y ordenar los trasteros que viene a ser como refugiarse en el pasado. Que nos quiten lo bailado; con un poquito de nostalgia, pero sin ninguna melancolía. Así que he entrado a saco en el cuartucho y he empezado a revolver en el material de montaña dispuesto a deshacerme de lo inútil: viejas fijaciones de travesía pesadas como yunques, la cuerda de escalada con la que remolqué el coche, un arnés integral de color naranja ideal para el andamio, el desesperante infiernillo de fuel, frontales pesadas como focos de estadio, la mochila de cordura tapizada de moho, ay, mis primeros pies de gato Firé. Y empotradores, bong-bongs, tornillos sacacorcho, friends rígidos, un mosquetón de hierro, el viejo ocho mellado… clinc, clinc, clinc… Y al meter mano a la ristra de clavijas ha aparecido una vieja, oxidada y retorcida clavija Cassin. Merecedora de ira a parar, junto con todo lo demás, al contenedor del punto limpio… cuando pueda ir al punto limpio. Pero no, esta clavija la clavaré en un canto de río traído de algún lugar lejano y la usaré como pisapapeles. Como pensé hace muchos años.

En estas largas semanas de confinamiento e inactividad en que hasta soñar es difícil por lo incierto del futuro, nos queda el recurso de escanear diapositivas y ordenar los trasteros que viene a ser como refugiarse en el pasado.

Cuando vi por primera vez una montaña de verdad... A la altura de Saint-Gervais, nos dolía el cuello de mirar a lo alto aquella montaña de dimensiones himaláyicas, cuando no sabíamos todavía qué era eso. Remontando el Arve en un Ford Fiesta y con el libro “El Macizo del Mont Blanc, las cien mejores ascensiones" de Gastón Rébuffat en la guantera. El monte Sinaí, las Tablas de la Ley y Moisés. Vamos, la Biblia en tapa dura. En su portada se ve al mítico guía recoger la cuerda de pie sobre la exigua cumbre de uno de los Clochetons de Planpraz. O eso creíamos. Era la ascensión número 1 del libro y la nuestra. Y allá que nos fuimos nada más desembarcar en el camping salvaje de la Pierre d´Ortaz en Chamonix. Una vez allí, igual que en esa célebre fotografía, todo el macizo del Mont Blanc se desplegó resplandeciente frente a nosotros, desde Le Tour hasta Bionnassay, pero el panorama no era el mismo, quedaba un poco oculto por los dientes rocosos que estábamos escalando y éstos, los Clochetons, aun siendo afilados, se parecían poco a la portada del libro. Allí había algo raro.

En el largo antes de la cumbre central, al mosquetonear un viejo clavo que, pensé, quizás habría clavado el mismísimo Rébuffat, se salió solo y me quedé con él en la mano; suavemente, como si sólo hubiera estado posado en la fisura. Lo guardé como recuerdo, para hacerme un pisapapeles, pensé. Foto de pie en la estrecha cumbre, como en el libro. Pero ¡qué demonios, aquello no era lo mismo! Sería que no habíamos encontrado el encuadre adecuado, quizá demasiado bajo… no teníamos zoom… solo era una Werlisa!

Zascandileamos una semana por aquellas montañas, que el dinero no daba para más, y a la vuelta la clavija de Gastón cayó en el olvido. Con el tiempo supe, nuestro francés era muy malo, que Clochetons no significa “cuchillas", aunque entonces nos sonaba parecido, sino “campanarios", y que las verdaderas cuchillas de la portada del dichoso libro eran las “Lames de Planpraz" que estaban en otro sitio. No se describían en la guía, pero nosotros nos hicimos la ilusión. Porque las montañas son eso, una creación de nuestra mente, lo que es evidente en estos días de confinamiento en que han recuperado su indiferente soledad geológica. Al final no he terminado de recoger el trastero porque tampoco sé cuándo volverán a abrirse los puntos limpios. Así que la vieja clavija ha vuelto a su cajón. Quizás algún día regrese al Clocheton central y la pose en la misma fisura para que a alguien se le salga, la recoja y piense en hacerse con ella un pisapapeles.