El beneficio de morir en masa

Una reflexión de Simón Elías en tiempos de pandemia

Por Simón Elías Ilustraciones: César Llaguno

El beneficio de morir en masa
El beneficio de morir en masa

Giovanni Boccaccio escribió en el siglo XIV la primera gran novela de la literatura europea, El Decamerón. La historia comienza en 1348 con la llegada de la epidemia de peste a la ciudad de Florencia. Los contagios se multiplicaban “como el fuego a la cosas, secas o empapadas, que se le acercan mucho" y “no sólo el hablar o tratar a los enfermos producía a los sanos la enfermedad y comúnmente la muerte, sino que el tocar las ropas o cualquier objeto sobado o manipulado por los enfermos, transmitía la dolencia al tocante". Era esta una situación, salvando el tiempo y la distancia, similar a la que estamos viviendo en estos momentos con la propagación mundial del virus del Covid-19.

Cuenta Boccaccio que “el vivir moderadamente y guardarse de toda superfluidad ayudaba mucho a resistir tan mal accidente, y así, reuniéndose en grupos, vivían separados de todos los demás, recogiéndose en sus casas y recluyéndose en los lugares donde no había enfermo alguno". Y es curioso cómo casi setecientos años después seguimos utilizando los mismos métodos que en la Edad Media. Después de todo ahora comenzamos a darnos cuenta de que la idea de progreso en la que la humanidad estaba montada desde la Revolución Industrial no era sino un espejismo.

Más de mil millones de personas están confinadas en una situación inédita en la historia. El planeta, tan sólo hace un mes y medio, estaba atravesando una crisis medioambiental de consecuencias catastróficas, las guerras asolaban Oriente Medio con cientos de miles de refugiados desplazándose sin rumbo fijo, el auge de los nacionalismos ponía en peligro los derechos democráticos en varios países de Europa, los inmigrantes ilegales se ahogaban en el mar Mediterráneo o eran esclavizados por las mafias en los países de América latina y los Estados Unidos, en la República Democrática del Congo 4,5 millones de personas habían perdido la vida en una guerra espoleada por la extracción de Coltán, uno de los componentes fundamentales de los teléfonos móviles. Pero ya nadie habla de estas noticias porque en los países civilizados hay 70.000 fallecidos por un virus de origen desconocido y el estado de bienestar de China, Estados Unidos y la vieja Europa está en peligro. Impera un discurso de solidaridad basado en el miedo que ha convertido al lobo en Caperucita.

Los animales, como millones de personas en el planeta, no están preocupados por este virus que ha atacado la supremacía de los países civilizados porque están ocupados buscando comida y cobijo, las necesidades básicas de la vida.

Desde que comenzó la reclusión las concentraciones de contaminación se han reducido a mínimos históricos, el lobo ha regresado al pueblo de Vallorcine en la Alta Saboya francesa, las aguas de Venecia nunca habían estado tan transparentes, un oso se paseaba por las calles de un pueblo asturiano, tortugas en peligro de extinción desovaban tranquilamente en una playa de Brasil sin ser molestadas por los bañistas, los jabalíes retozan en el centro de Barcelona, los ciervos recorren las calles de muchos municipios, una foca tomaba el sol en San Sebastián a orillas del río Urumea y los mapaches pescan ahora frente a los apartamentos de Panamá. Curiosamente los animales que vivían escondidos en los pequeños reductos de naturaleza que el desarrollo no había considerado todavía propicios para su aprovechamiento, se pasean ahora tranquilamente por las ciudades mientras los humanos se encierran atemorizados frente a las pantallas de teléfonos y televisiones. El reino animal toma el relevo mientras el hombre aplaude desde los balcones.

El beneficio de morir en masa

El beneficio de morir en masa

Los animales, como millones de personas en el planeta, no están preocupados por este virus que ha atacado la supremacía de los países civilizados porque están ocupados buscando comida y cobijo, las necesidades básicas de la vida. Los políticos gestionan la debacle con la torpeza habitual, sólo que ahora la visibilidad de sus incompetencias es mucho más patente, los ciudadanos tiemblan asfixiados por los créditos y los pagos de los alquileres, la policía y el ejército toman las calles con unas medidas de pérdida de libertades como jamás hubiésemos imaginado para evitar el colapso del sistema. Un sistema desbordado por la aceleración.

Quizá al fin y al cabo este virus es una de las mejores cosas que nos podían pasar. Quizá necesitemos varias pandemias más para diezmar el mundo masificado y dejar que los animales repueblen el planeta. Quizá que este colapso, esta muerte con la que nos atemorizan los medios de comunicación, las puertas de los comercios y los centros de salud, sea realmente la solución.