Las montañas Dragoon se encuentran en el sureste de Arizona, a escasos kilómetros de la frontera con México. Aquí se refugiaron los Apaches Chiricahuas comandados por Cochise durante los sangrientos enfrentamientos de 1869 con el ejército de los Estados Unidos. Desde la cumbre de uno de los domos de granito conocido como “Cabeza de oveja” se puede ver el desierto internándose, inabarcable, hacia el estado de Sonora. Es un espacio basto y espinoso donde viven los coyotes, algunos pumas, una variedad de burros salvajes y está infestado de serpientes de cascabel. Esta zona es una de las de mayor tránsito de migrantes ilegales para entrar en los Estados Unidos. Uno de los puntos más conflictivos son las siete millas de frontera que el rancho Gallardo de Sonora comparte con Arizona. Una vieja valla de madera por la que a menudo cruzan las vacas y los terneros, marca la línea entre los dos países. Una línea que separa la vida acomodada del norte con las dificultades del sur, marcada por un pedazo de madera que se puede sortear con solo agachar la cabeza.
El rancho Gallardo es propiedad de la familia Elías desde hace más de doscientos años en que el capitán Francisco Elías González de Zaya abandonó la pobreza de su pueblo natal en la sierra de Cameros, en La Rioja, para buscar una nueva vida en América. Años después esos migrantes empobrecidos y cargados de esperanza que dejaron atrás unas tierras castigadas por la erosión y la tala descontrolada de sus bosques a sólo treinta kilómetros de Logroño, habían creado una estirpe que incluía un presidente de México, dos gobernadores del estado de Sonora, un gobernador de Chihuahua y algunos de los propietarios de tierras y ganado más importantes de la línea fronteriza. Fueron migrantes con suerte a los que se les permitió seguir su sueño de una vida mejor en unas tierras inhóspitas y salvajes todavía dominadas por los Apaches. Dos Elías fueron asesinados por los indios, y para 1894 la familia fue obligada a abandonar el rancho y refugiarse más al sur, en el pueblo de Arizpe.
No muy lejos de estas tierras áridas de vaqueros está el pueblo de Nogales, en el lado mejicano de la frontera. Hasta aquí llega una de las líneas de transporte de mercancías con el ferrocarril proveniente desde el sur de México. El tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá mantiene vivo un continuo flujo de mercancías hacia el norte para abastecer las demandas del estado de bienestar norteamericano. La imagen de los vagones de tren regresando vacíos hacia el sur es una metáfora tan visual como desoladora del injusto intercambio entre estos países. Pero este tren conocido como “La bestia” que conecta Tamaulipas en el este del país y Sonora en el oeste con el sur, formando una i griega gigantesca, también transporta pasajeros clandestinos en una única dirección. Cada día docenas, cientos de migrantes se juegan la vida escondidos entre los vagones para alcanzar el sueño americano. Siempre hacia el norte. Por el camino son asaltados, extorsionados, golpeados, vendidos, violados y tratados como mercancía de la más baja estopa. Desde Nogales, por cuatrocientos dólares por cabeza, se puede conseguir un coyote que en tres días de camino, a través de las tierras de los Elías y los apaches y las serpientes de cascabel, les dejará en Tucson. Es la llamada del american dream. Seis de cada diez mujeres que completan el viaje son violadas durante el trayecto, el número de muertos y desaparecidos es difícil de estimar. Los cárteles mafiosos controlan la frontera y algunos rancheros no pueden acceder a sus terrenos bajo amenazas de muerte. Cuando los migrantes avanzan por viejas veredas que sólo los nativos conocen entre la vegetación espinosa del desierto, hay que llevar buen ritmo. Si alguien se queda atrás no encontrará la compasión de la espera y probablemente morirá de sed vagando por este territorio inmenso, o un miliciano supremacista blanco le meterá una bala entre las cejas para ahorrarle el sufrimiento y alimentar a los coyotes. Mientras celebramos los Juegos Olímpicos y se cuestiona si es propio que un hombre apoye su mano sobre la rodilla de una compañera de trabajo, hay un territorio sin ley donde reina una histórica crueldad. Esta es la verdadera frontera, la que separa a los humanos de los animales.
El camino de la bestia. Bianchini, Flaviano. Pepitas de calabaza, 2016.
Ilustración de portada: César Llaguno