¿A quién no se le ha empapado parte o todo su equipo durante una tormenta repentina primaveral o estival? Apuntamos 7 de sus efectos indeseables.
1) PÉRDIDA DE TRANSPIRABILIDAD
No son muchos quienes se percatan que la mayoría de las chaquetas, incluso las más caras, ven disminuida su transpirabilidad precisamente cuando más se necesita: en plena utilización bajo la lluvia. Cuando el tratamiento hidrofugado exterior se satura de agua, aparece una barrera líquida permanente que disminuye la transpirabilidad original del tejido “en seco” y la prenda condensa más de lo esperado.
2) DISMINUCIÓN DEL AISLAMIENTO TÉRMICO
Cualquier guante, forro polar, camiseta, pantalón o calcetín es menos cálido cuando se moja, tanto por la propia temperatura del agua precipitada (a menudo más baja que la del ambiente en el que desarrollamos nuestra actividad) como por la disminución del volumen del material aislante. Un caso extremo es cuando se empapa la pluma estándar o no hidrofugada: en menos tiempo del que creemos podemos ver cómo un saco de dormir grueso o una abrigada chaqueta de pluma disminuye espectacularmente su espesor, hasta casi tocarse el tejido interior y exterior. Un saco puede empezar a humedecerse en el interior de la mayoría de las mochilas –que en la práctica ofrecen una impermeabilidad muy limitada- cuando nos llueve durante horas o simplemente por contacto continuado con la condensación interior de una tienda, algo habitual sobre todo en modelos monocapa.
3) EMPEORAMIENTO DE LA IMPERMEABILIDAD
Los tejidos de poliamida y poliéster pierden tensión superficial cuando se empapan, un fenómeno fácil de ver en chaquetas y tiendas de campaña. Con el primer producto sentiremos la prenda y sobre todo su capucha más pegada al cuerpo, en el caso de la tienda se aflojará el doble techo y las gotas de lluvia resbalarán con menos facilidad. Conviene rehidrofugar periódicamente ambos productos –previamente a la salida y con secado completo de 24 horas como mínimo- y en el caso de la tienda, salir a retensar los vientos del doble techo cuando detectemos que se comba el tejido.
4) ROTURA PREMATURA
El calzado, ya sea sintético o de piel, es más vulnerable a la abrasión o perforación cuando está empapado. Si está lloviendo con fuerza, no esperes que la rejilla del corte soporte bien el roce de una pedrera o el encajamiento repetitivo de la puntera en una grieta durante una trepada, tu zapatilla o bota resultará mucho más vulnerable a la rotura que en seco. La cubeta o parte inferior de una mochila también se rompe con mucha más facilidad cuando la apoyamos en una piedra durante un descanso.
5) POCA ADHERENCIA O AGARRE
No descubrimos nada nuevo si alertamos aquí de la muy limitada adherencia de muchas suelas sobre llambrias de roca, bloques de piedra con líquenes, pendientes de hierba o apoyo puntual en un tronco caído. Si bien el calzado de aproximación utilizado por los escaladores tiene mayor agarre sobre roca mojada que las suelas tradicionales de caucho, los milagros no existen.
6) EL PRODUCTO NO FUNCIONA O FUNCIONA PEOR
Un caso paradigmático son las linternas frontales, en el que algunos modelos, pese a ser declaradas como IPX 6 (o herméticas ante una lluvia de 8 horas), presentan fallos de encendido. Otro menos conocido es de las cuerdas de alpinismo y escalada, que ven disminuida su capacidad de absorción del choque de una caída cuando se empapan, por lo que se recomienda especialmente que si se van a utilizar en nieve incluyan un hidrofugado de alta calidad ya de fábrica.
7) DETERIORO DEL CONTENIDO
La situación quizá más infravalorada es la asociada a los botiquines de montaña, a menudo fabricados con un nailon sólo moderadamente impermeable (columnas de agua de 500 a 1.000 milímetros) y cremalleras comunes que dejan pasar la humedad. Las medicinas con el envase o blíster algo deteriorado pueden deshacerse parcial e incluso totalmente, en especial en formato cápsulas o granulados bucodispersables y dejarnos desamparados en el momento más inesperado