Reportajes

Expediciones que cambiaron la humanidad

Jorge Jiménez Ríos

7 minutos

Observadores del pasado: 5 expediciones que cambiaron la humanidad

Reventaron las barreras geográficas y científicas de su tiempo. Cinco grandes expediciones que cambiaron nuestra forma de entender el mundo conocido.

Texto: Jorge Jiménez Ríos / Ilustraciones: César Llaguno

 

Legar la esperanza: Alejandro Magno más allá del Hindu Kush

Pocas veces a lo largo de las eras encontraremos un prototipo más llamativo sobre la capacidad de la juventud para brillar con luz propia, para mirar con otros ojos el mundo en que ha desarrollado su inextinguible fe en el progreso de todos. Alejandro, el Magno, el renacido Heracles, fue un conquistador futurista, tan capaz de reducir a cenizas una ciudad como de fundar un mundo nuevo, trazando el mapa del inminente mundo occidental. Fallecido a los 33 años, su imperio forjado durante una década de campañas, a sangre y fuego macedonio, fue la mecha de los estados helenísticos, llevando la cultura griega hasta el fin de los territorios conocidos y propiciando su fusión con los rasgos culturales de oriente, una herencia que después sería cotejada por las civilizaciones romanas desembocando en la “cultura clásica", base primordial de la civilización occidental. La siguiente cita del griego ejemplifica en gran medida su ambición definitiva: «He venido a Asia, no con el propósito de recibir lo que vosotros me deis, sino con el de que tengáis lo que yo deje».

El carácter visionario de Alejandro Magno desbordaba los campos de batalla y las formaciones militares. Para cuando sus tropas desafiaban las esbeltas alturas del Hindu Kush (cordillera soberbia a caballo entre los actuales Afganistán y Paquistán), había dejado tras de sí varias decenas de ciudades fundadas y habitadas por sus seguidores. Todavía restaban tres siglos para que fijásemos el calendario cristiano y el agraciado retoño de Filipo II de Macedonia y Olimpia de Epiro ya había dejado un inmenso testamento para las generaciones universales. Los detalles de sus medidas administrativas son objeto de estudio en las facultades de economía, como sus programas de educación pública o sus iniciativas para la celebración de certámenes de arte y eventos deportivos que servían de para elevar los espíritus y las conciencias de los hombres que compartieron el gran viaje de Mégas Aléxandros.

Aquel imponente imperio que se extendía desde Grecia a la India, que dejó marcadas para la historia las calles de ciudades con nombre de leyenda como Samarcanda, fue la línea de pólvora que haría estallar el comercio globalizado. Se construyeron carreteras y canales, se establecieron lazos hasta China, impulso fundamental para el trazado de la muy productiva Ruta de la Seda, que ligaba los baluartes del Extremo Occidente con el pacífico caos del Lejano Oriente.

Supo gobernar como nunca antes lo había hecho nadie, acogiendo bajo su glorificada ala a todo tipo de pueblos, respetando sus costumbres y afianzando los nexos comunes entre todos los seres humanos. Cuando Perdicas, uno de los más estimados generales de sus ejércitos, le preguntaba a Alejandro cuál sería su beneficio en aquella campaña, ya que todas sus riquezas las había repartido entre los hombres, la respuesta fue superlativa. “Para mí he dejado lo mejor: la esperanza".

Legar la esperanza: Alejandro Magno más allá del Hindu Kush

La promesa de otro mundo: derivar con Cristobal Colón

Como observadores del pasado tenemos la responsabilidad de rendirnos ante los iconos que domaron esos pacientes desafíos que sólo aguardan la pericia necesaria para convertir lo imposible en una cuestión de opinión. Los cuatro viajes de Cristobal Colón son tan carne de novela de aventuras que repasar los hechos de la conquista del Nuevo Mundo sería un acto fútil en este artículo. Si bien los conquistadores españoles no profesaron especial respeto por unos indígenas que apenas sabían de fronteras, y mucho menos de los horrores capaces del hombre “civilizado", dejando en la historia la etapa humana más cruenta y a la vez excelsa en la acumulación de conocimiento general, luces y sombras que todavía se derraman en nuestros genes, el legado de lo intangible de Cristobal Colón es esencial para comprender nuestra prosperidad como sociedad y organismo en evolución. Quizá el almirante más resolutivo que han dejado los ecos de la humanidad.

Cuando después de 72 jornadas de periplo atlántico, el 12 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana divisaba tierra, difícilmente podían adivinar que acababan de hacer germinar el gran cambio sobre la concepción de nuestro planeta. Ese encuentro entre dos mundos propicio un contacto cultural y un intercambio de expresiones artísticas, religiosas y técnicas que acabarían por resultar en el instante cardinal de los tiempos de la exploración. Amén de que podamos dejar de fumar o comernos una ensalada de tomate merced a la permuta de géneros locales que se sucedería a continuación (en su caso se inició también un cambio de la fauna americana a llevar desde el Viejo Continente vacas, cabras, cerdos… capaces de multiplicarse de forma exponencial en aquellos terrenos vírgenes); las contribuciones geográficas fueron incontables, los caminos comerciales se extendieron ya por todos los rincones del globo, y sus aportaciones a la navegación fueron claves para la posterior conquista de los océanos y todos esos mundos que también están en éste. Navegó guiado por la observación de la digresión de la estrella Polar, un método de precisión que sólo iba a ser superado con posterioridad con la invención del sextante (siglo y medio más tarde…). Descubrió la declinación magnética, contemplo y estudio los vientos y mareas, inaugurando las grandes rutas de navegación en el Atlántico Norte, siendo el primer hombre en describir las rutinas de las calmas tropicales o los ciclones.

Facilitó con su cálido sueño (pervertido como no podía ser de otra manera en los hombres de su tiempo) la gran marcha de la ilustración global.

La promesa de otro mundo: derivar con Cristobal Colón

Regresar por Oriente: a vueltas con Magallanes

En los estertores del siglo XV, la pujanza de las naciones europeas posibilitaba que el ser humano conquistase hazañas que antes apenas se habían imaginado. Era un tiempo en que los mapas y el propio hombre eran muchos más oscuros. Los tratados sobre la geografía y los secretos del mundo iban a cambiar radicalmente. Esto unido al desarrollo de las técnicas náuticas dejaba al alcance de las velas todo un nuevo abanico de rutas comerciales y de comunicación.

Una de ellas, la que conectaba los océanos Atlántico y Pacífico por el sur, sería la obsesión de un noble portugués que, financiado por la corona española, lograría no solo descubrir y cartografiar por primera vez el paso entre los dos océanos; además los libros de historia abrían de recoger esta expedición como uno de los momentos estelares de la humanidad. Fernando de Magallanes, junto a Juan Sebastián Elcano, obtendría la primera demostración empírica de que la tierra es redonda.

Magallanes no sobreviviría para completar los 80.000 kilómetros alrededor del globo con los que su expedición se embolsaba además la primera circunnavegación completa de la Tierra. Asesinado de una lanzada indígena durante una reyerta en la isla de Mactán (Filipinas), sería Elcano quién se pusiese al mando del Victoria en un calamitoso periplo al que solo sobrevivirían 17 hombres y 385 sacos de especias, que desembarcaban en el puerto de Sanlúcar de Barrameda tras una aventura cuya magnitud sobrepasa los desafíos geográficos, legando el conocimiento de incalculables nuevas especies animales y vegetales, dando un impulso feroz a la botánica medicinal, amén de cambiar para siempre nuestra concepción del mundo.

Hay un dicho que se atribuye al general romano Cneo Pompeyo Magno que, oye, viene muy al caso: Navigare necesse este, vivere non est necesse. Navegar es necesario, vivir no lo es.

Regresar por Oriente: a vueltas con Magallanes

La vuelta de tuerca: Alexander von Humboldt

Tan importantes son los descubrimientos como la inspiración para que las generaciones posteriores partan en busca de los conocimientos que han facturado al ser humano a nuevos destinos para la mente y el espíritu. El alemán Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von Humboldt, de nombre espeso y visión compleja, es uno de esos tipos que han combinado la exploración con el humanismo de una forma ejemplar. Geógrafo, astrónomo y naturalista, está considerado como el impulsor de la Geografía Universal Moderna, título que se ganó con sus viajes por América, Europa y Asia, dejando para la posteridad decenas de tratados sobre antropología, zoología, ornitología, climatología, oceanografía, astronomía, geografía, geología o vulcanología. Un ejemplo lúcido fue su labor en Venezuela donde se ocupaba del estudio de sus recursos naturales, portando de vuelta a Europa un sinfín de especies desconocidas para la ciencia de la época. "Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente" lleva por título su extenso trabajo de 30 volúmenes en los que mostraba hallazgos como la relación del vulcanismo con la evolución de la corteza terrestre o la diferencia de temperaturas en las corrientes del Pacífico (una de las corrientes más utilizadas por los navegantes lleva su nombre).

Su objetivo primordial fue compartir con las civilizaciones la excitación que provoca la aventura de la ciencia y la necesidad de la investigación científica para desentrañar los enigmas terrestres y celestes. Sentó las bases de la geofísica y la sismología y postuló, a golpe de suela, la inestimable aportación de un auténtico estudio de campo. La aventura y la ciencia, el futuro de muchos, caminando de la mano.

La vuelta de tuerca: Alexander von Humboldt

El ultimo secreto del Índico: Vasco de Gama, el heredero

Conectar las culturas es una base sólida para el progreso de la bonhomía en nuestro futuro. Conocer y respetar, aprender y aportar, son las claves esenciales de un espíritu de exploración. No es casualidad que esta selección de expediciones se encuentre, en los difusos caminos del tiempo, en la misma encrucijada. Todos ampliaron las fronteras geográficas y sociales de su tiempo, y además unieron a la humanidad en un proyecto común.

En 1497, el flamante rey de Portugal, Manuel I, recuperaba el impulso del descubrimiento de las costas africanas en pos, y siguiendo los sueños mareantes de Enrique el Navegante, de una ruta alternativa a la India, como maniobra para afianzarse en los procesos comerciales y luchar contra los monopolios árabes. La responsabilidad de la misión recaería en Vasco de Gama, que había ganado fama de marino osado defendiendo los intereses portugueses en la Costa de Oro africana, ante las rapiñas francesas.

Vasco de Gama rodeó el cabo de Buena Esperanza el 22 de noviembre de 1497 y para la primavera atracaba su nave en Calicut (en el actual estado de Kerala, el más austral de la India). No sólo había abierto la codiciada ruta marítima a todo un nuevo mundo de conexiones entre Europa y los misterios del Oriente, también había completado la singladura más larga efectuada hasta la fecha.

El ultimo secreto del Índico: Vasco de Gama, el heredero