Muchos picos han peleado por este título a lo largo de la historia, desde el Monte Olimpo en la Antigüedad al Teide, el Chimborazo o el Mont Blanc. Todos ellos han sido derrotados por el Everest, pero ¿hasta cuánto tiempo se mantendrá invencible el campeón del Himalaya?
TEXTO: MERITXELL-ANFITRITE ÁLVAREZ MONGAY
Con 8.848 metros sobre el nivel del mar (centímetro menos, centímetro más), haciendo frontera entre Nepal y China, el inigualable, el imbatible, el insuperable, el más que incontestable rey de los picos… ¡el Monte Everest! (alias Madre del Universo) Seguido a distancia en el ranking de montañas más altas de la Tierra por el K2 (8.611m), el Kanchenjunga (8.586m) y el Lhotse (8.516m). Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que este podio se lo disputaron otros. Macizos cubiertos por una nube espesa de leyendas, fantasías y mediciones imprecisas que hacían inalcanzables sus cimas.
Era el caso del Monte Olimpo. “Dicen los antiguos que es de tan gran altura que no se siente allá arriba ni vientos, ni lluvias, pues está allá el aire tan puro y delicado que no se pueden engendrar ni sustentar en él las nubes… Y de eso dieron noticia algunos que subían de año en año a hacer ciertos sacrificios, los cuales llevaban consigo una esponja mojada para que, puestas a las narices, pudiesen condensar el aire y así respirar”. A modo de botella de oxígeno rudimentaria para escalar los 2.919 metros de esta montaña. Es la más alta de Grecia, también la residencia de Zeus y toda su parentela; pero la cosa ahí se queda, porque gente más viajada había visto cotas en el Cáucaso y en los Alpes que la superaban. Y cuando empezaron las navegaciones atlánticas, el Teide, en Canarias, se llevó la palma.
“Ni las montañas de Armenia, de Persia, de Tartaria, ni el Monte Líbano en Siria, ni el monte Ida, el Athos ni el Olimpo se le pueden comparar…” Quien habla calibró el ojímetro mal cuando apuntó hacia el Ararat… “Su altitud es tal que si el aire es sereno puede verse de cincuenta leguas o más”. Desmesurado hito emergiendo del mar. “Se encuentra tan alto que quizá la Luna viajera podría chocar”. Marineros rumbo a América quedaban fascinados por su silueta. “En medio hay un pico, en forma de diamante, que es altísimo y que arde continuamente”. Un faro de azufre que les servía de guía. Pero, con aquel caldero escupiendo cenizas, no todos se atrevían a desembarcar en Tenerife. “Se dice que desde su base hasta lo alto se encuentran las moradas de unas gentes absolutamente crueles, más parecidos a bestias salvajes que a personas razonables”. La llamaban la isla del infierno… “La cima lanza fuego”. Los isleños le tenían miedo, pues había un demonio amargado dentro que cuando se enfadaba arrojaba magma. En el pasado, los berrinches eran frecuentes, así que eran pocos los locales que osaban aventurarse hasta el cráter. “La subida se hace en veinticuatro horas a caballo, más dos andando, y con sumo cansancio”. Eso en una excursión de 1588; hoy lo haces en tres horas y media si eres un skyrunner. “Muchas personas han emprendido esta ascensión y a medio camino se han desanimado…” Por eso pusieron el teleférico, porque la mayoría llegaba a Altavista con la lengua fuera. “Toda esta pirámide está cubierta con piedras pómez finísimas, sobre las cuales, al adelantar un paso, se desliza uno casi igual distancia hacia atrás; y sólo se puede subir con grandísima paciencia y fatiga…” Pero una vez en el cono… “Se ven todas las demás islas en su alrededor… Tan pronto como salió el sol, la sombra del Pico pareció cubrir no sólo la isla entera y Gran Canaria, sino también el mar hasta el horizonte, desde la cima del Pan de Azúcar”. Al Teide le llegaron a adjudicar una altura de hasta ¡30 millas! ¿Su equivalente en nuestros metros?, ahora mismo no sabría… En todo caso, las cifras tomadas a ojo eran todas excesivas, y con tamañas exageraciones estuvieron hasta bien entrado el siglo XVIII. Cuando los franceses se pusieron a medirlo en serio, ya con instrumentos, determinaron que el volcán medía 3.712 metros y ocho centímetros. Y si ahora tiene cinco metros más es porque ha crecido, no porque triangularan mal. Por culpa de los avances científicos, la estatura del Teide se desmoronó, y con ella, su reputación. Alguien por ahí ya afirmaba que el Mont Blanc lo rebasaba. “De todas las montañas que hasta el día de hoy se han medido con cierta exactitud, no hay ninguna más alta que la Montaña Maldita”, como la llamaban en los Alpes hasta que Jacques Balmat y Michel Gabriel Paccard demostraron que a 4.810 metros de altitud no había monstruo alguno.
Como premio de consolación, la de Canarias continuó siendo la montaña más alta de España y siguió atrayendo a turistas-naturalistas que se divertían subiendo al pico, recogiendo plantas y rocas por el camino y poniéndole cifras a todo lo que podían: alturas, presiones atmosféricas, temperaturas… Esto mismo hizo Alexander von Humboldt en 1799, pertrechado con sextante, termómetro, cronómetro y binoculares; se dejó en el barco la brújula y el barómetro, quizá con las prisas, pues estaba de escala en Tenerife sólo seis días. “Nunca habíamos pasado la noche a tan gran altura, y yo por entonces no sospechaba que, sobre laderas de cordilleras, un día habitaríamos en ciudades cuya planta está más elevada que la cima del volcán que íbamos a alcanzar al día siguiente”. Aquellas ciudades estaban en los Andes.
El Chimborazo le arrebató al Teide el título de campeón orográfico. Los que lo acotaron con mayor precisión fueron Pierre Bouguer y Charles Marie de La Condamine en 1735, cuando estaban en el Ecuador de misión geodésica para resolver una polémica: si la forma de la Tierra era achatada o completamente esférica. Tenían que determinar el volumen del volcán para comprobar la ley de gravitación universal; el experimento les salió mal, pero las medidas del Chimborazo las clavaron: 6.280 metros, doce más que en la actualidad. “Puede que sea la montaña más alta del mundo”. Ni siquiera lo es de Sudamérica, pero fue decir esto y que quisiera pisar su cumbre más de uno. Aquí es donde vuelve a entrar en escena nuestro amigo Humboldt. El trekking que realizó en 1802 incluía, por supuesto, observaciones trigonométricas y barométricas. “Me había llevado inútilmente el sextante y otros instrumentos… La cima del Chimborazo se mantuvo escondida por una espesa niebla… El cielo estaba cada vez más turbio”. Granizaba, hacía frío; el termómetro no llegaba a los -15ºC. Para acabarlo de arreglar, el grupo empezó a sentir malestar: náuseas, vértigo, dificultad para respirar, a alguno le sangraban las orejas, los labios y las encías –¡no os dejaremos de recordar la importancia de aclimatar!–. El barómetro señalaba 5.875 metros sobre el nivel del mar. Antes de bajar, el explorador alemán se llevó unas piedras de recuerdo. “En Europa nos habrían de pedir un fragmento del Chimborazo”. Podía estar orgulloso, en cualquier caso: “Toda mi vida había pensado que, de todos los mortales, yo era el único que había alcanzado lo más alto del mundo”. La cima se mantuvo oficialmente virgen hasta que en 1880 se dejó caer a las botas de Edward Whymper. Pero en aquel momento las medallas de la montaña más alta ya hacía tiempo que colgaban de las cumbres himaláyicas.
Y más tiempo hacía que Marco Polo había escrito: “Caminamos doce días por sitios montañosos y llegamos a un lugar que es el más elevado del mundo”. Aun así, hasta principios del siglo XIX los macizos de Asia pasaron desapercibidos. Muchos pensaban que eran volcanes activos, y la nieve confusa de sus cimas, bocanadas de humo turbio, así que no se les prestó demasiada atención hasta que los primeros topógrafos llegaron a la India británica con el propósito de explorar el territorio y medir las cumbres del Himalaya. Tarea harto complicada teniendo en cuenta que en aquella época los extranjeros no podían entrar ni al Tíbet ni al Nepal, por lo que tenían que cartografiar a distancia. No es de extrañar que los ingleses tardaran más de un siglo en finiquitar su (más que) Great (descomunal) Trigonometric Survey. Había muchas montañas, así que empezaron por las que, a buen cubero, les parecían más elevadas. El Nanda Devi (7.816m) se mantuvo treinta años en el podio número uno, pero fue descendiendo hasta situarse hoy en el puesto vigésimo tercero. Por delante le pasó el Dhaulagiri (8.167m), el Kangchenjunga (8.586m) luego… Y en 1856, el Peak XV; en Nepal le conocían como Sagarmāthā; en China, Chomolungma; nosotros como Everest (en honor a Sir George, el geógrafo galés). Sus medidas se chequearon varias veces: que si 8.840 metros; que si 8.872; que si 8.849,86 o 8.848,13… Pero su altitud oficial es de 8.848, incluyendo los cuatro metros de nieve del bonete. Aunque puede que esta cifra se haya quedado obsoleta: cuando lo midieron con tecnología GPS en 1999, les dio 8.850.
Temporalmente se creyó que el K2 (8.611m) era mayor; pero la habían medido mal, fue un error. También pretendieron ser más altas montañas escondidas en el interior de China: “Tienen cotas que incluso pueden llegar a los 10.000 metros de altitud sobre el nivel del mar”. La bula la empezaron los hijos del presidente Roosevelt cuando regresaron de cazar osos pandas en Sichuan, y la difundió Joseph Rock, un botánico, geógrafo y explorador que colaboraba en la revista National Geographic y telegrafió: “Minya Konka highest peak on globe 30,250 feet”, otorgándole al pico dos mil metros más de lo debido.
De vez en cuando salían publicadas en la prensa noticias como esta: “Una montaña de poco más de 10.000 metros de elevación ha sido descubierta en la provincia de Sing Kiang (China occidental) por un piloto norteamericano que había perdido el rumbo, según anuncia el corresponsal de guerra del New York Times en Chungking. El aviador en cuestión ha declarado que después de perder la orientación se elevó a una altura de nueve mil metros creyendo poder pasar por encima de todas las montañas, ya que el Everest, el pico más alto conocido hasta la fecha, mide poco más de 8.000m. El piloto vio surgir de pronto un pico, cuya cresta estaba mil metros más alta que el nivel en que volaba su aparato. Este pico se encuentra en una zona montañosa que no ha sido trazada en los mapas con precisión”. La exclusiva quedó en nada: el Amne Machin del que habla sólo asciende a 6.282 metros, no es rival.
En la actualidad todavía hay montañas que recurren a artimañas para batir al crack del Himalaya. Está el Mauna Kea, un hawaiano que tiene una altura de unos 10.200 metros… si se calcula desde el pie del volcán, asentado en el fondo del mar. Y de nuevo el Chimborazo, que sueña con recuperar su gloria pasada aduciendo que supera en dos mil metros al Everest… pero si se cuenta desde el centro de la Tierra. Otras le arrebatarán el podio sin apelar a estas triquiñuelas, a medida que los milenios desgasten su granito y la joven cordillera envejezca. Por el momento, el Himalaya sigue creciendo cada año unos milímetros –por esa cosa de las placas tectónicas–; y aunque el Monte Everest se encogió un pelín con el último terremoto nepalí, se mantiene invencible en el puesto número uno de las montañas más altas del mundo.