Otros deportes

El último vuelo de Antoine de Saint-Exupéry

Jorge Jiménez Ríos

2 minutos

El último vuelo de Antoine de Saint-Exupéry

Imaginar. Imaginar es esencial para aventurarse. Imaginar es tenerlo todo al alcance. Es vivir lo que podría ser. Lo que fue, de otra manera. Lo que es, en otro ahora. El espíritu prevalece si no se cesa de imaginar. Y hay hombres que son cuerpo, herido en la batalla; mente, capaz de penetrar con letras como bayonetas; y son, por encima de todo, un espíritu irreductible por las nieblas del futuro.

Imaginar también te hace volar. Y aunque tenía una capacidad inextinguible para hacerlo, tampoco hubiera sido vital para Antoine de Saint-Exupéry, aviador de profesión, al que el cielo le brindó el sueño de lo infinito y varios infortunios, el último de ellos irreversible. "El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo", escribió. Y él quiso batirse con los que se adivinaban en el firmamento.

Un 30 de diciembre, en 1935, tras casi 20 horas de vuelo, Saint-Exupéry y su navegador Andre Prevot hundieron su aguzada avioneta Caudron en la arena del Sáhara, durante la tentativa de volar de París a Saigón en menos tiempo que otro ser humano antes. Los rigores del desierto y la falta de provisiones –apenas unas piezas de fruta– les llevarían a una pronta deshidratación y las alucinaciones derivadas. Además de publicar su experiencia en “Tierra de hombres”, muchas de las imágenes que arrastraría por las dunas hasta ser rescatado por un beduino, formarían parte de las oníricas escenas de “El Principito”, un contradictorio relato en su dimensión: menos de cien páginas para una obra gigante.

Concienzudo piloto, adquirió experiencia como director de la Aeroposta Argentina, en Buenos Aires, donde conocía a su esposa Consuelo Suncín, hasta la bancarrota de la compañía, cuando se dedicó a su afán pionero, con vuelos de prueba e intentos extraordinarios, en ocasiones desafortunados, como el que le llevaba a las arenas africanas o al suelo de Guatemala en 1938. Posteriormente participaba en la Segunda Guerra Mundial en el bando de las fuerzas libres, en Arras, Cerdeña, Córcega o África del Norte. Estas experiencias y sus anteriores viajes, siempre espinosos, a Rusia o la España de la Guerra Civil, fueron la base de sus libros, buena parte de ellos publicados de forma póstuma.

Su cuerpo se perdió un año después de escribir “El Principito”, cuyo lirismo y honestidad retórica le habían otorgado fama mundial. El 31 de julio de 1944 su cansado avión P-38 Lightning desaparecía en el Mediterráneo. Cincuenta años después un pescador encontraba su pulsera, grabada con el nombre de su mujer y de sus editores. El mar se quedó su final y el cielo su íntimo destino. Y legó lo intangible de sus emociones: “Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos”. Y voló, como el Principito con sus pájaros silvestres, a los otros mundos que también están en éste.