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Es el año 1845 y el mundo está ampliando sus fronteras geográficas y científicas. Con este propósito, dos naves con 129 almas a bordo parten de las costas británicas en mayo de dicho año con la ambición de encontrar y navegar el Paso del Noroeste, una suerte de ruta que debía conectar el océano Atlántico con el Pacífico, bordeando Norteamérica por el norte a través del océano Ártico. Los dos barcos llevan por nombre HMS Erebus y HMS Terror. El hombre a cargo de la expedición es un veterano marino de las guerras napoleónicas, bregado en las batallas de Trafalgar, Copenhague y Nueva Orleáns, además de conocer los entornos árticos gracias a diversas expediciones como la de 1818, bajo las ordenes de John Ross. Se trata de Sir John Franklin, natural de Lincolnshire y capitán de la Royal Navy. En Agosto de ese año, dos balleneros, el Prince of Wales y el Enterprise, contemplaban las naves de Franklin, de 59 años, cabeceando en la entrada del estrecho de Lancaster. Ningún otro occidental volvería a verlos nunca.
Esta primavera, empezando el 15 de marzo, dos japoneses, Yasunaga Ogita y Yusuke Kakuhata, emprendían una expedición de 1.046 kilómetros, con total autonomía, siguiendo las huellas de Franklin y sus hombres a través del Ártico canadiense. 60 días de esfuerzos desde Resolute Bay a Gjoa Haven, en Nunavut, pasando por Peel Sound, la Isla del Rey William, las costas del Cabo Félix o el estrecho de Victoria, donde el Erebus y el Terror, con toda su tripulación, quedaban atrapados por las masas de hielo.
Esta iniciativa japonesa no concluye aquí: les restan 600 kilómetros desde Gjoa Haven hasta Baker Lane a través de la tundra, sobre trineos y a pie, siguiendo la misma ética que en la primera parte de su expedición: autosuficiencia total. Una aventura del copón.
GALERÍA DE IMÁGENES DE LA EXPEDICIÓN[nggallery id=2]