La idea pasa por recorrer cerca de 600 kilómetros, empezando a los pies de las célebres agujas argentinas, como el Fitz Roy, para terminar más allá de los fiordos chilenos, negociando aguas y cascadas nunca antes descendidas, como las del río Paine, cruzando glaciares y lagos, en un entorno virgen para el piragüismo y en un paisaje salvaje en constante cambio (pasarán por lugares que a principios de siglo todavía estaban bajo el hielo).
Sabor a exploración en uno de los rincones remotos del planeta que bien merecen nuevas páginas en la historia de la actividad deportiva. Paleo salvaje no apto para imaginaciones estériles.
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