El veinte de enero de 1985 Andrzej Czok y Jerzy Jurek Kukuczka se encontraban en el Campamento 4 del Dhaulagiri cuando una avalancha les hizo salir de la tienda presos del pánico. Afortunadamente la nieve no les atrapó y pudieron mover su campamento a una altura de 7700 metros, protegidos de peligros objetivos y con mayores opciones de alcanzar la cumbre al día siguiente. Esa noche Andrzej se masajeaba los dedos de los pies congelados, consciente de que perdería varias falanges, sin ningún signo de debilidad o renuncia. Esa imagen resume el moderno alpinismo polaco: el conocimiento de la tragedia y su plena aceptación. El veintiuno de enero los dos hombres alcanzaban la cima de esta montaña de 8167 metros. Habían llegado muy tarde al punto más alto, agotados de abrir huella en la nieve profunda y durante el descenso tuvieron que pasar la noche en un agujero en la nieve sin sacos de dormir ni gas para tomar líquidos o cocinar. Las temperaturas descendieron a cuarenta grados bajo cero. Pasaron las horas concentrados en no dormir por miedo a no despertar. Al día siguiente, en apenas media hora alcanzaron la tienda del Campamento 4 donde llamaron por radio al Campamento Base confesando que Andrzej no sentía sus pies. Subestimando el descenso y su cansancio, abandonaron la tienda. Varias horas después Jurek se había perdido antes de alcanzar el Campamento 3. No encontraba las huellas de su compañero y comenzaba a anochecer. En un descuido Jurek cayó resbalando por el hielo pero pudo detener su caída con el piolet. Excavó un pequeño nicho en la pendiente y sentado sobre su mochila se enfrentó a otra noche de lucha por la supervivencia. Le asaltaban intensas y vívidas alucinaciones pero al alba todavía continuaba vivo y consiguió descender hasta el Campamento 2. Allí le esperaban Andrzej, con las manos y los pies inutilizados por las congelaciones, y otros compañeros que habían llegado para ayudarles. El veinticinco de enero alcanzaron el Campamento Base. Había llegado el momento de descansar y recuperarse de esta experiencia inhumana pero Kukuczka tenía otros planes: en el Cho Oyu había otra expedición polaca con permiso hasta el quince de febrero y decidió viajar hasta allí para intentar un segundo ocho mil en el mismo invierno.
Jurek caminó durante varias jornadas en la nieve profunda con sus pies congelados supurando pus hasta que alcanzó la ciudad de Pokhara y desde allí viajó en autobús hasta Katmandu donde consiguió comunicarse con la expedición del Cho Oyu. Apenas quedaba tiempo antes de la expiración del permiso y no habían alcanzado la cumbre, le esperaban. El ocho de febrero a las dos de la tarde llegó al Campamento Base y en un par de días más ascendió hasta el Campamento 2 con su compatriota Zyga Heinrich mientras Maciej Pawlikowski y Maciej Berbeka alcanzaban la cumbre. Cuatro días después de que Kukuczka llegase al Campamento Base se encontraba frente a una pared vertical de mil metros de desnivel para alcanzar el Campamento 4. Zyga y Jurek terminaron la parte más técnica de la escalada en la oscuridad y en un despiste Jurek dejó caer al vacío su linterna frontal. Ante la dificultad de progresar sin luz realizaron un agujero en la nieve y pasaron su primer vivac sin saco en la montaña, el tercero para Jurek en las últimas semanas. Cuando amaneció vieron las tiendas del campamento a apenas sesenta metros de distancia. Tras una jornada de descanso en el Campamento 4, el quince de febrero, el último día de su permiso, partieron hacia la cumbre. Alcanzaron su objetivo muy tarde, a las cinco y cuarto, conscientes de que les esperaba un peligroso descenso. Vivaquearon sin sacos de dormir una altitud de 7700 metros. Esa noche en el Campamento Base se registraron temperaturas de treinta y tres grados bajo cero. Hay veces en las que el sufrimiento al que puede estar expuesto un ser humano parece no tener límites. Unos días después Zyga y Jurek regresaban con los pies congelados pero sanos y salvos al Campamento Base.
Esta es una pequeña muestra de la historia moderna del alpinismo polaco. Una historia marcada por las privaciones y por la capacidad de sufrimiento de unos hombres que no conocían la retirada. Escalaban hasta la muerte. El ochenta por cierto de aquellos grandes alpinistas que revolucionaron el himalayismo, murieron en esas mismas montañas.
McDonald, Bernadette. Libres comme l´air. Éditions Nevicata, 2014.