Pocas cosas podemos decir de Costa Rica que no hayamos dicho ya. Un paraíso prístino en el que la naturaleza está ganando terreno a la civilización, un ejemplo mundial en cuanto a sostenibilidad y hogar de gentes bondadosas y acogedoras que te hacen sentir como en casa. Ya sabéis, la pura vida. Pero eso no quiere decir que el país tico no trabaje por seguir promocionando sus maravillas. El último ejemplo es el Camino de Costa Rica, una senda de más de doscientos kilómetros que une el Pacífico con el Atlántico, atravesando todos sus ecosistemas y ofreciendo una auténtica aventura deportiva, paisajística, gastronómica y cultural.
El turismo representa el mayor ingreso para Costa Rica, sin embargo, está concentrado especialmente en las costas de sus dos océanos, mientras que los pueblos del interior, localizados en zonas bellísimas del país, no se benefician de esta actividad. por lo que el principal objetivo de esta iniciativa es dinamizar zonas y pueblos menos conocidos del interior del país para brindar al visitante un contacto directo, estrecho y enriquecedor con las comunidades locales. Otras de sus metas es ayudar al desarrollo de pequeños negocios rurales con compromiso de sostenibilidad y ofrecer nuevos destinos turísticos en comunidades rurales que serán instruidas para brindar información, seguridad, opciones gastronómicas locales, hospedaje y otros atractivos culturales. Atraer turistas para que conozcan la variada biodiversidad del país, ofrecer información al sector turístico profesional o generar empleo de calidad en las pequeñas comunidades locales mediante la formación de guías y asistentes, también se encuentran entre sus finalidades. Sin duda un atractivo reto para los que disfrutan de las caminatas y el senderismo en medio del bienestar de la naturaleza.
Jorge Frutos, miembro de la agencia Ticos a Pata, es uno de los principales impulsores de este itinerario que ya habríamos podido catar de nos ser por la irrupción del COVID-19. Tendremos que esperar para calzarnos las botas y sumergirnos en los salvajes escenarios de Costa Rica, pero por el momento vamos a ir abriendo boca con Jorge.
Dos semanas de inmersión salvaje
Aunque podrá realizarse por libre (aunque os recomendamos contratar siempre un guía, por que empiezan siendo enciclopedias con patas y acaban siendo amigos), pudiendo autoguiarse o seleccionar los principales puntos de interés a gusto de cada cual, la ruta está pensada para comenzar en la costa caribeña (Atlántico), en los pueblos de Parismina o Barra del Pacuare. Allí se toma una lancha hacia el Muelle de Goshen, donde uno ya debe llevar bien atadas las botas. Allí comienzan 280 kilómetros a negociar en alrededor de 15 jornadas, hasta concluir en Quepos, en la Provincia de Puntarenas. El caminante sabrá que ha llegado a su destino al ver las olas del Océano Pacífico.
Por el camino se atravesarán escenarios apabullantes, pequeñas villas, territorios indígenas y todo lo que la selva pueda ocultar, que no es poco. Se atravesarán terrenos prístinos como el Parque Nacional Barbilla, con 12.000 hectáreas de bosques tropicales húmedos cubriendo las laderas de la cordillera de Talamanca. Al ser uno de los parques menos visitados de Costa Rica, le distingue tanto su gran riqueza ecológica como su soledad. Explorar un rincón intacto dentro del paraíso, imagínenese.
Los senderos de la selva y las montañas están salpicados de pequeñas comunidades que alegrarán la marcha. Lugares como Palo Verde, que reune a cerca de cien personas en la plena paz del Valle de Orosi. No esperen encontrar servicios turísticos de algún tipo, solo gente auténtica y quizá algun restaurante de truchas. Si la ruta se va haciendo dura y buscamos alguna comodidad extra, también estará disponible en villas como San Pablo de León de Cortes. Albergues, restaurantes y hasta tours de agauacates darán vida a los pies cansados. No esperen una gran urbe; en este pueblo grande viven unas mil personas, aunque su algarabia sonará a fiesta tras la soledad de los pateos.
La gran senda concluye en la región de Puntarenas, concretamente en Quepos, un pueblo turístico plagado de opciones de alojamiento y ocio, con una marina que es tanto una belleza como el punto neurálgico de la actividad costera, donde contratar un tour de pesca, rafting, kayak, rutas a caballo o visitas a plantaciones. A tan sólo seis kilómetros se encuentra el Parque Nacional Manuel Antonio, que contiene todavía más posibilidades si tras dos semanas nos restan curiosidad y energía.
Pura gente, pura vida
Cualquiera que haya viajado a Costa Rica sabe que uno de sus puntos fuertes es su gente. Quizá sea el contacto con la naturaleza, con nuestras raíces, quizá sea que el conocimiento (y de eso les sobra) le hace a uno más sabio y tranquilo o sencillamente que vivir en el paraíso otorga la felicidad, pero lo que está claro es que allí todo viajero se sentirá como en casa. Acogedores, de sonrisa abierta y siempre dispuestos para una alegre conversación, los costarricenses son además pioneros en esto de los viajes activos y sostenibles. El periodista y aventurero Javier González, que realizó una guía completa sobre lo grandes impulsores del outdoor en el país, tuvo claro desde el principio que su maravillosa experiencia vino dada en gran medida por las personas que lo acompañaron. ¿Le escuchamos?
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