Johansen, el tercer hombre de los Polos

Jorge Jiménez Ríos

Johansen, el tercer hombre de los Polos
Johansen, el tercer hombre de los Polos

Relegado a las páginas perdidas de la exploración polar, participó en dos de las grandes expediciones que posibilitaron nuestro conocimiento de las fronteras heladas del planeta. Dedicó su vida a responder las incógnitas de los Polos... pero no encontró la respuesta para su espíritu atormentado.


Por Jorge Jiménez Ríos
Ilustraciones: César Llaguno

¡Ah! ¡El éxito y el fracaso! Las dos percepciones abstractas que más han brillado en las páginas de la aventura humana. Capaces, por si solas, de dar a entender nuestro legado, nuestras pasiones, nuestro futuro. De lanzarnos al cosmos, de entregarnos al abismo. El explorador noruego Hjalmar Johansen vivió como nadie sus azares, la moneda danzante tintineando mientras decide que cara deja a la vista de la historia, en los prometedores hielos de los Polos y en las ajenas aceras de la ciudad. Buscó un lugar donde brindar con los titanes nórdicos y encontró los demonios universales del ser humano. Su figura va tomando, todavía hoy, la luz que merece una existencia de penurias en pos del conocimiento, mientras en vida se ahogó en una oscuridad que han compartido todos los que vieron sus ambiciones convertidas en llamas intocables.

El 17 de junio de 1896 el velero Windward se mece ajeno a los divagares del hombre, cabeceando soporífero frente al cabo Flora, en la Isla Northbrook, Tierra de Francisco José. En las playas, pequeños grupos de hombres se entretienen luchando con una rutina que en pocos minutos va a disolverse por completo. El británico Frederick George Jackson comanda los trabajos y la expedición, emprendida para confirmar que aquella masa de tierra que se extiende hasta el Polo Norte no es sino un archipiélago, y que entrará en los anales de la exploración polar más por capricho del destino que por sus propios logros. ¡Y cuán caprichoso es el destino! Jackson presiente que no es una jornada cualquiera. Uno de los perros se muestra inquieto, ladra, con el hocico olfateando los misterios que trae el horizonte, sembrado de un hielo combativo que se transforma cada hora. Perro y hombre caminan hacia lo que parece un pequeño punto asomando en el caos blanco. Dos puntos ahora. Moviéndose hacía ellos. Y saludando.

Son Fridtjof Nansen y su compañero Johansen los que, por puro azar, acaban de encontrar su salvación tras más de un año de rigores sobre la banquisa, solos, sobreviviendo al invierno, más animales que hombres, envueltos en fieltro y pieles tiznadas de humo y grasa. Tres años atrás, Nansen rechazaba la participación de Jackson en su expedición del Fram. Y ahora es Jackson quien, rarezas de la suerte, les rescata.

Ha pasado más de un año desde que dejaran su barco bajo la tenaza de los hielos para tratar de alcanzar el Polo Norte. Dos hombres y 28 perros (que servirían de bestias de carga, amigos y finalmente alimento), en la que iba a ser la expedición que abriese la era moderna de la exploración polar. Nansen y Johansen han llegado a alcanzar los 86º Norte, la latitud más alta que un ser humano ha traspasado hasta la fecha. Llevan a cabo una invernada, en una cabaña construida a base de piedras y nieve, sustentándose con carne de oso y morsa, gracias en parte a la pericia con el rifle de Johansen, que ha despuntado como el mejor tirador de la tripulación, lo que junto a su envidiable forma física y una voluntad de toro han sido vitales para que Nansen le escoja como compañero. “Me hice a la idea de que, en cualquier caso, daría lo mejor de mí para que nuestra tentativa tuviese éxito y pensé que si llegábamos a fracasar no sería una vergüenza morir por intentarlo", escribía Johansen en noviembre del año anterior, en su camarote del Fram, tras la invitación de Nansen para abandonar aquel cascaron viajero y lanzarse hacia el gran enigma del Norte.

Cuando germina la primavera deciden que ya es hora de regresar a casa. Suena fácil decirlo.

Un tipo duro

Poco después de su encuentro con Jackson, el 9 de septiembre, los dos hombres junto al resto de la tripulación del Fram regresan al puerto de Christiania, donde se les recibe como héroes. No han alcanzado los codiciados 90º Norte, pero tras tres inviernos en el ártico, toda la tripulación ha salvado el pellejo, las observaciones científicas aportarán datos a estudiar durante décadas y Nansen se convertirá en el más reputado explorador del momento. A su vez, Johansen se ha ganado la notoriedad como hombre duro, severo y callado, pero inmejorable compañía para superar los rigores de los hielos, lo que le valdrá una recomendación para marchar con Amundsen al Polo Sur en 1910.

Fredrik Hjalmar Johansen era el segundo hijo en una familia que subsistió alimentando cinco pequeñas gargantas. Si bien desde joven no destacaba por su aplicación en los estudios, sí floreció siempre como un as del deporte, llegando a ser uno de los campeones jóvenes de esquí en Noruega. Una vida prometedora que se le escaparía entre los dedos al fallecer su padre, quedando la familia sin dinero para continuar con su formación. En 1892 se alista en la Academia Militar, endureciéndose, hermetizando su personalidad, para acabar clamando a Nansen por un puesto en la expedición del Fram. En ella se mostró leal, capaz de adaptarse a las circunstancias más adversas que el hombre puede experimentar y en buena medida la supervivencia de Nansen corrió a cargo de las manos ásperas de Johansen. La enorme conmoción que causó su aventura en Noruega, le valdría un salario fijo como oficial en Tromso, motivación suficiente para seguir la línea tradicional de la vida, casándose y tratando de sentar una cabeza que con demasiada frecuencia viajaba hasta los rincones remotos y gélidos del mundo.

Algunos no están hechos para la monotonía, para los caminos marcados, para seguir el sino de muchos. Johansen desarrollaría una propensión a la bebida que no tardaría en acabar con su matrimonio, alejándole de sus hijos. No era un tipo para vivir en sociedad. Su aportación vendría de algo más íntimo que esconde el corazón, el ansía de recorrer lo ignoto, de poner los ojos donde nadie ha pestañeado antes. Johansen tocaría fondo con todas las consecuencias, pero antes volvería a cincelar su nombre en la inalterable roca de las eras de la exploración.

Un tipo duro

La carrera final

Es el otro gran capítulo de la aventura en los Polos: la conquista de los 90º Sur. Y Johansen volvía a estar allí, retomando un papel que debería haberle servido para confirmarse como uno de los grandes aventureros de su época y, sin embargo, la expedición con Roald Amundsen sería el trampolín hacia la extensa y serena noche. Vencerían a Robert Falcon Scott y sus flemáticos hombres si eso es posible teniendo en cuenta que ambas expediciones le ganarían la partida al tiempo, dejando la historia más dramática e inmortal de cuantas se han escrito en el continente superlativo. La Antártida vería hondear la bandera noruega y los nombres de sus expedicionarios, Roald Amundsen, Olav Bjaaland, Helmer Hanssen, Sverre Hassel, Oscar Wisting, Jørgen Stubberud, y Kristian Prestrud resonarían entre vítores y palmas a su regreso en 1912. Todos menos el de Johansen, licenciado antes de regresar tras una disputa con Amundsen.

En un primer intento por alcanzar el punto más austral del globo, la expedición se vería en dificultades por los cambios de temperatura y la presencia de tormentas y Johansen demostraría su tesón siendo el artífice de la supervivencia de Kristian Prestrud, aquejado de congelaciones. A 60 grados bajo cero, cargando con el peso de su compañero casi inmóvil, Johansen lograba alcanzar el campamento hacia el que habían escapado los demás, incluyendo a Amundsen con los trineos de perros. Johansen increparía al líder de la expedición por su actuación, dejándoles atrás en plena tempestad. La respuesta de Amundsen no podía ser más dolorosa. No solo apartaría a Johansen del equipo que atacaría el Polo Sur, enviándole a explorar la península de Eduardo VII, además pondría al mando de su grupo al propio Prestrud, quien ya había demostrado una inquietante falta de experiencia. Este hecho, su expulsión del grupo en Tasmania y la imposibilidad de escribir su propia versión, ya que Amundsen tenía la exclusividad para hablar de la expedición, terminaron de sesgar la bonhomía de un hombre que había tenido en la punta de los dedos, por segunda vez, la gloria de pisar uno de los Polos.

Salvando a Prestrud, Johansen había evitado el fracaso de toda la expedición. Pero nadie iba a reconocer ese mérito y, al contrario, sería la inevitable mecha con la que ardería su espíritu.

En 1913, de regreso en Oslo, Johansen se hundía en un mar de botellas vacías, se arrastraba en la depresión y finalmente se suicidaba. Su vida podía haber brillado entre las memorias de una nación acostumbrada a reverenciar a sus exploradores, a convertir en ídolos a quienes ponían su piel al servicio de todos diluyendo las últimas fronteras del planeta. Quizá hoy se vaya iluminando su figura, pero su temprana desaparición le ha relegado a alguna biografía y reseñas repartidas entre los incontables documentos de la exploración polar. Johansen fue mucho menos de lo que podría haber sido. Y fue mucho más de lo que se le ha concedido. Ejemplo indiscutible de los polos opuestos del ser humano.

La carrera final