En territorio Inca

En territorio Inca

Francisco Javier González García FOTO PORTADA: En territorio Inca

El Camino del Apu Ausangate

Bienvenidos a los Andes. Bienvenidos al Perú.

Territorio de llamas, apus y glaciares. Apachatas, tambos y taquicardias. Lagunas y torrentes. Alpacas y coca. Valles rojos, guerreros de piedra y montañas arco-iris. Bienvenidos al camino del Apu Ausangate: un trekking en territorio Inca.

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Trekking del Ausangate

"Por favor, sed honestos"

“Por favor, sed honestos", nos dice nuestro guía, Dimas Tárraga, el primer día de camino. “Vamos a caminar sobre los cuatro y cinco mil metros de altura, y necesito saber cómo os sentís en todo momento". Con 6.372 metros, el Ausangate es la quinta montaña más alta del Perú, y durante cinco días vamos a recorrer sus senderos, valles y collados. Para ello, contamos con Andean Lodges of Peru: una empresa modelo de turismo rural comunitario que dispone de una red de refugios en el camino, y un servicio de guías de montaña y transporte de equipajes. Y algo muy importante: respetan un modelo que genera desarrollo en las comunidades locales, promoviendo el comercio justo y protegiendo los ecosistemas locales.

Apu Ausangate

Situada en la Cordillera Vilcanota, el Ausangate es considerado un monte sagrado por la gente local desde épocas pre incas. Un Apu, o montaña viviente caracterizada por su altitud y sus nieves eternas, del que –según la mitología inca- nace la energía masculina que fertiliza la madre tierra Pachamama, y a la que se le atribuye influencia directa sobre los ciclos vitales de la región. De hecho, todavía es uno de los centros de peregrinación más importante para los descendientes de los Incas. Y los pastores de llamas y alpacas de las comunidades que la rodean aun hoy se consideran guardianes de los prístinos parajes que la rodean. Hogaño, muchos de esos pobladores han sido formados para servir a montañeros de todo el mundo como arrieros, cocineros, guardas de refugio o amas de llaves.

Partimos temprano en furgoneta de Cuzco, un Katmandú latino a 3.399 metros, en la que la altitud ya me ha dado problemas para dormir la noche que doy la bienvenida a mis 41 inviernos. Nos quedan 100 kilómetros de trayecto junto al curso del río Vilcanota, secciones navegables en rafting, algunas con rápidos de hasta clase III. Dejamos atrás las poblaciones de Urco, con su plaza presidida por una guerrera escultura con la bandera inca, así como Checacupe, con sus famosos tres puentes y el Templo colonial del s. XVI que bien merecen una visita, antes de adentrarnos en el distrito de Pitumarca.

El paisaje se torna cada vez más andino, a medida que ascendemos mientras negros nubarrones auguran tormenta. Los rayos caen cerca, y los truenos retumban en las montañas. “En comparación con la Cordillera Blanca, las temperaturas en la zona del Ausangate son más frías", nos dice Dimas. No parecen las mejores condiciones para aclimatar, pienso mientras veo las abundantes terrazas de cultivo de patatas teñirse de blanco con la poderosa granizada. La furgoneta nos conduce por una carretera sin asfaltar que avanza al borde de un abrupto cañón calizo. Vemos algunas bandurrias andinas (Theristicus melanopis branickii), acostumbradas a nidificar en acantilados. A medida que ganamos altura se hace más frecuente la vegetación de ichus (Stipa ichu), un pasto del altiplano andino que le aporta a las laderas un aspecto melancólico, como sauces llorones en miniatura. Unos patos cortacorrientes (Merganetta armata) hacen honor a su nombre trazando un Eddy Line contra la corriente de un poderoso río.

Nos detenemos a almorzar junto a un abandonado molino de agua de la época colonial. Un rebaño de alpacas (Vicugna pacos) nos adelanta guiadas por una pastora de mirada enojada. Me llaman la atención la raza de suris, de pelaje estilo rastafari. “Allí al fondo tenéis el Ausangate", nos dice Dimas. Sus poderosos glaciares captan nuestra atención desde la lejanía y desenfundamos nuestras cámaras, conscientes de que la previsión meteorológica no es muy halagüeña, y puede que no volvamos a verlos. Comenzamos a patear no sin antes probar la primera de muchas infusiones de coca (Erythroxylum coca) que beberemos durante todo el Trek. Entre sus muchas propiedades, la coca oxigena la sangre, lo que se supone es un buen estímulo para caminar en altura. Estamos 4.292 metros. Un dato importante, ya que en un trekking en Nepal, normalmente habríamos tardado más de una semana en llegar paulatinamente caminando a esta altitud.

Apu Ausangate

Apu Ausangate
FOTO: Apu Ausangate
Apu Ausangate

Chilca Tambo

El sendero penetra en un cañón de reminiscencias islandesas. “Cuando el río crece, no podemos hacer este tramo, el agua tapa el camino por completo", nos dice Dimas. Al salir del cañón nos adentramos en un amplio valle en el que se distinguen dos pequeños poblados a cada lado: Chilka y Machu Chilka (antiguo Chilka). Un numeroso grupo de alpacas pasta en el enorme ejido recorrido por los grandes meandros de un río. “Los pobladores de Chilka pescan en él frescas truchas de montaña con atarrayas, redes redonda para aguas poco profundas.", me comenta Dimas. Un grupo de niños juegan, tan libres como sucios, atolondradamente antes de acudir a la carrera. Apenas se comunican en español conmigo. El quechua es el idioma de su hogar, y desde hace unos años también oficial en las escuelas junto con el castellano. Una romántica pareja de cauquenes huallata (Chloephaga melanoptera) nos observa. “Son fieles de por vida. O por lo menos muchos años…" me dice David, asistente de guía de Andean Lodges. Un Matterhorn andino nos invita a progresar hacia él al fondo del valle, donde ya vislumbramos Chilca Tambo, el refugio que nos espera.

Todos los tambos cuentan con todas las comodidades para disfrutar de un merecido descanso tras una jornada de trekking. Las habitaciones cuentan con baño con ducha, que incluso pueden usarse con agua caliente brevemente por las tardes. En la planta baja, el salón comedor es perfecto para descansar, leer o charlar frente al fuego de la chimenea. Hay vinos, cervezas y pisco. De tapa, nuestro cocinero Hernán se desmarca con unos deliciosos tequeños con guacamole.

“De la montaña del Ausangate viene la nube negra, pero no es una nube, es mi enamorado que viene llorando". Narcisa, nuestra ama de llaves en los refugios que nos acompaña durante el Trek, se encarga de despertarnos con una suave y melódica canción en quechua. “La música del campo siempre es melancólica", me dice Dimas. La luz radiante del sol incide en las laderas nevadas del horizonte que se ven desde los ventanales del refugio. “Un día mejor que en junio", me dice Marcos, el guarda del refugio. En el exterior una mujer teje al sol sentada en la hierba, y aprovechamos los momentos previos a la caminata para comprar gorros y paños tejidos por ella con lanas de distintas calidades. “Hay dos conceptos incas que se mantienen en las comunidades andinas", me dice Dimas. “Ayni, según el cual las personas se ayudan unos a otros, o dicho de otra manera: hoy trabajo por ti, mañana tú por mí". “Y Minka, un trabajo común en el que concurren muchas familias, que tiene por beneficiaria a la Comunidad".

Las marcadas revueltas del río Uyuni recorren los pastizales del valle del Chilka formando una estética composición. A medida que progresamos el decorado de fondo se hace cada vez más imponente. Cuesta creer que, al otro lado de estas soberbias cumbres de la cordillera Vilcanota, se extienda la Amazonia. El caballo del arriero, que cierra el paso, relincha al pasar por el núcleo de apenas seis casas que identifica como su hogar y el de Pío, el arriero. Una pastora descansa frente a la impresionante vista de glaciares de alta montaña reflejados en las charcas de la pradera, por el que pastan las adorables alpacas que nos miran fijamente con sus simpáticas caras. Es una estampa preciosa. ¿Será consciente de la maravilla natural que es su hogar? Una montaña de perfiles rojizos contrasta con los glaciares Mariposa y Santa Catalina que la flanquean. Precisamente, nos cruzamos con un glaciólogo que vuelve de tomar mediciones en el Ausangate en compañía de un joven habitante de un poblado de la zona que le hace de guía junto con tres perros. Nos despedimos apesadumbrados por lo que ya todos sabemos: el retroceso de los glaciares es imparable. Vicente, el llamero que nos acompaña, no necesita de la ciencia para confirmarlo “cada año es más pequeño", nos dice con la seguridad del que lleva viéndolo desde que era niño.

Chilca Tambo

Chilca Tambo
FOTO: Chilca Tambo
Chilca Tambo

Machuracay Tambo

El sol sale y golpea la cara este del Ausangate: 6.332 metros de puro gozo andino. Una estética silueta de crestas, rocas, hielo y seracs. Varias cascadas que caen del glaciar Mariposa añaden el relajante sonido de fondo, roto por un perro que se nos acerca con muy malas intenciones que sin embargo huye cuando me ve coger una piedra y amenazarle con el gesto… ¡perro listo! Llegamos a una gran cabaña que parece abandonada, pero que sin embargo pertenece a Marcos, el guarda del segundo refugio al que nos dirigimos. A pesar de los inquietantes nimbos que le asedian, la vista del Ausangate desde su patio es soberbia. “En los años 90 estuve buscando la mejor forma de llegar a su cima", me comenta Dimas. “Di muchas vueltas, y por una de sus caras casi nos matamos en un glaciar… Hasta que conocí a un señor mayor de un pueblo del valle, que había sido porteador de la expedición alemana de los años cincuenta y nos indicó el camino". En 1953, una expedición alemana formada por Heinrich Harrer (también integrante de la primera a la norte del Eiger y autor del libro “7 años en el Tibet") junto con H. Steinmetz, F. Marz, J. Wellenkamp llegaron a la cima del Ausangate por primera vez en la historia. Durante los últimos años, han aumentado los intentos de, muchos de ellos por la vía normal que transcurre por la cara sur y que es bastante compleja. No obstante, se puede ascender a la cima por todas sus caras, todas ellas bastante técnicas.

Nuestro chef, Hernán, ha recibido un curso de cocina en la escuela de hostelería de Cuzco. Le felicito por la deliciosa tortilla española que nos ha servido para comer. Estamos a 4.600 metros. Caminamos a ritmo suave. Lentamente. Es lo que dicta la norma en altura; así como beber abundante agua y procurar expulsarla. No hacerlo supondría estar reteniendo líquidos y podría ser causa de edema. Una pareja de niños pequeños salen corriendo hacia nosotros desde una granja aislada. Un poco más adelante encontramos restos fósiles coralinos, una sorprendente prueba de que esta tierra estuvo un lejano día inundada. Cruzamos un riachuelo de aguas de color dorado, prueba de sedimentos de azufre. El camino se empina y pasamos junto a cascadas que vuelcan aguas de los glaciares que nos rodean, y poderosos torrentes que descienden por los herbazales hasta desembocar en grandes arroyos. La vista del Machuracay Tambo, a 4.850 metros justo debajo del glaciar Ausangate, nos reconforta a sabiendas de que allí nos espera una chimenea encendida y bebidas calientes. Hoy, desde la cristalera del salón podemos admirar el glaciar Chilenita. ¡Vistas impagables!

Machuracay Tambo

Machuracay Tambo
FOTO: Machuracay Tambo
Machuracay Tambo

Challa

Lo que más le gusta a la Pachamama son los dulces y el alcohol". Me dice Vicente mientras prepara la Challa, una ceremonia de reciprocidad con la Pachamama que se basa en el acto de regar la tierra u otro bien con alcohol y elementos simbólicos. Hemos amanecido con diez centímetros de nieve fresca alrededor del refugio, lo que nos obliga a hacer la ceremonia en el interior del Tambo. Vicente, el llamero, ha sido el encargado de prepararlo todo: ha traído un pago, en cuyo interior hay semillas, dulces, confites, lascas de oro y platas y, por supuesto, hojas de coca. De todas ellas, cada uno tenemos que escoger las tres mejores que veamos para formar el Koka Kintu: 3 hojas de coca que simbolizaban los 3 mundos del pueblo andino (el de los Dioses, de los humanos y de los muertos) y se utilizan como ofrenda en los rituales religiosos para propiciar bendiciones, protecciones y buenas cosechas. Nosotros lo utilizaremos para implorar por buen tiempo a los apus: hoy es la etapa más dura –y a mayor atiutd- del trekking, y no nos vendría nada mal…

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Challa Ausangate

Abra Palomani

Caminamos a paso de tortuga sobre la nieve virgen. Nuestros compañeros arrieros lo hacen con los pies al aire apenas protegidos por unas sandalias de goma. De vez en cuando nos detenemos abrumados por el sonido de lejanas avalanchas y el rugido de los cercanos glaciares. Curiosamente, es en las pausas cuando más noto que me falta el aire. Eso sí, cualquier sobreesfuerzo se paga ¡con una buena taquicardia! Pero pasito a pasito logramos alcanzar nuestro objetivo: Abra Palomani, el paso en un collado a 5.100 metros, altitud culminante del trekking. Y aunque la espesa nubosidad que nos envuelve nos impide disfrutar de las vistas, nos congratulamos por haber llegado hasta aquí sin problemas.

El paraje está plagado de apachetas: montículos de piedras amontonadas en forma cónica, ofrendas realizadas desde tiempos ancestrales por los pueblos indígenas de los Andes a la Pachamama, normalmente en lo alto de cuestas difíciles de los caminos. Ya el Inca Garcilaso en su libro de los Comentarios Reales de los Incas lo reseña: “Demos gracias y ofrezcamos algo al que hace llevar estas cargas dándonos fuerzas y vigor para subir por cuestas tan ásperas como esta. Y nunca lo decían sino cuando estaban ya en lo alto de la cuesta. Y por esto dicen los historiadores españoles que llamaban “apachitas". Por cierto, un libro muy recomendable como fuente histórica para aquellos que quieran conocer más de los comienzos de la historia común de los españoles y los incas.

“Con buena visibilidad veríamos el macizo de Takusiri y Surimi, hacia el que nos dirigimos", nos dice Dimas. Desde aquí nos queda un descenso siguiendo las huellas en la nieve de las llamas y caballos que nos preceden para que todo esté listo a nuestra llegada al campamento. Dos aguiluchos variables (Buteo Polyosoma) descansan sobre una gran roca antes de echar a volar al vernos. Rodeamos una laguna para llegar al campamento bajo una intensa llovizna que nos apremia a resguardarnos en el pequeño refugio. “Antes tenía generadores solares, pero los robaron", me dice Dimas resignado. Dos mujeres dan de beber en un biberón a un cordero lechal. Cuatro perros mojados deambulan en busca de restos de comida; y dos mochileros se despiden de nosotros con sus voluminosas cargas a la espalda. Verles me hace valorar aún más el trabajo de las llamas que llevan las nuestras. Un delicioso arroz chaufa, nombre con el que se denomina la comida de influencia china en la gastronomía peruana, nos repone fuerzas. Vemos un enorme bloque de hielo desprenderse del titánico glaciar frente a nosotros. El sol lucha por abrirse paso entre las nubes, y pienso en la preciosa vista que seguramente nos hemos perdido. Pero en montaña, ya se sabe: no siempre puedes ganar, y siempre puede haber sido peor… Una pareja de caracaras andinos (Phalcoboenus megalopterus) vuelan sobre nosotros. Nos quedan tres horas de camino hasta el siguiente valle, por un bonito sendero entre verdes pastos, rojas laderas y cientos de alpacas deambulando entre numerosos bofedales. “La leyenda dice que el Apu Ausangate se cansó de que en estos valles viviesen solos los hombres, y de las lagunas hizo nacer a las alpacas y llamas, por lo que son también lugares sagrados", me comenta Dimas. Lo cierto es que impresiona la gran cantidad que vemos pastando por doquier, algunas trazando perfectas diagonales sobre las laderas de arena rojiza. Al fondo intuimos el perfil de las montañas nevadas a las que nos dirigimos, y vemos alejado el refugio al que nos dirigimos, a unas cuantas horas de camino… A pesar de que estamos intentando no perder altura, hemos pasado de pisar nieve a pisar barro, y no sé cuál es más resbaladizo y peligroso. Pasamos junto a varios chamizos que me recuerdan a los teitos de Somiedo, así como varios restos de piedras de cementerios de épocas indeterminadas. Ya pisamos el valle de Alcatauri. En los pequeños poblados me llaman la atención las casetas de piedra para los perros, protectores del ganado de depredadores como zorros y pumas que merodean los paisajes que pisamos; así como los montones de negro estiércol que serán utilizados para calentarse en lo gélidos meses de invierno.

Abra Palomani

Abra Palomani
FOTO: Abra Palomani
Abra Palomani

Anantapata Tambo

A 4.730 metros nos topamos con Anantapata Tambo, en una bonita explanada bajo los pies de Surini y Takusiri, cuyas cimas intuimos poderosas bajo las nubes. Parece que nuestras plegarias mañaneras a la Pachamama no han hecho efecto. Me duele bastante la cabeza, quizás porque no he bebido ni la mitad de agua que ayer. Los caballos llevan oxígeno e incluso una cámara hiperbárica de emergencia. “Nunca hemos tenido que usarla", me dice Dimas, “los problemas más habituales son estomacales". Eso sí, en caso de urgencia, o simplemente cansancio, la posibilidad de montar a caballo siempre puede ayudar.

El plan A era despertarse a las cuatro de la mañana para llegar a la montañas de colores a primera hora, y evitar así las hordas de turistas que acuden desde Cuzco a diario. Pero el mal tiempo nos hace optar por dormir hasta las seis (aquellos a los que la altura se lo permite) y tomárnoslo con calma, ya que la jornada de nuevo va a ser larga: alrededor de 11 kilómetros. Agotado por otra noche toledana, comienzo el ascenso, en el que unas pequeñas plantas contrastan con las rocas volcánicas cubiertas de nieve recién caída. “Son pupusas", me dice Dimas, “en infusión son buenas para las neumonías". Vemos una solitaria vicuña (Vicugna vicugna), símbolo patrio peruano, y cuyo kilo de fibra puede alcanzar los 500 € en el mercado. El sol lucha encarnizadamente con las nubes para salir cuando llegamos al Abra Warmisaya, el paso a 4.985 metros que nos da paso al valle de Cauri. Cuando finalmente lo logra, ilumina la impresionante mole de piedra del Apu Surimi, que vigila la laguna del mismo nombre en la que distinguimos un par de gallaretas andinas (Fulica ardesiaca). Suena Radio Pitumarca en el transistor de Vicente, el llamero que desciende a mi lado junto con sus coloridas llamas. El locutor mezcla con asombrosa naturalidad el castellano y el quechua. Constantemente caen rocas de la enorme pared que me recuerda a Ordesa. De vez en cuando mi corazón pierde el compás de la respiración y sufro pequeñas arritmias. Comienza a lloviznar cuando distingo a lo lejos una figura solitaria que avanza a buen ritmo en solitario. Es Narcisa, que aprovecha el camino para preparar la lana con la que posteriormente tejerá.

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Abra Warmisaya

Vinicunca

“¿Dónde están los turistas?" pregunta una compañera, avisada desde hace días de la enorme cantidad de excursionistas que acuden a diario a Vinicunca, la montaña de siete colores. Sólo dando unos pasos más lo comprobamos: una colorida peregrinación invade la escena. Subimos a una loma cercana y nos vemos rodeados de decenas de palos de selfie y ponchos de colores que se comunican en idiomas de todo el mundo. Todos esperan la luz del sol para fotografiarse en la fotogénica ladera de la montaña. Curiosamente, hasta hace no tanto, este lugar era prácticamente desconocido. “Hace siete años ya pasábamos por aquí, y no venía nadie", me dice Dimas. “Además el tema de las redes sociales no era tan potente, y aunque intentábamos que se mantuviese un poco en secreto, era como ponerle vallas al campo…". Lo cierto es que a día de hoy suben al día quinientas personas aproximadamente. La mayoría en autobuses desde Cuzco en excursiones de una jornada. Para nosotros, después de haber caminado solos durante días, el choque con el turismo de masas es brutal: la lucha de selfies es feroz, así que sufro para infligirme uno junto al cartel que prohíbe el paso a la montaña, para que no se erosione con el paso de turistas.

Vinicunca

Vinicunca
FOTO: Vinicunca
Vinicunca

El valle rojo

Nubes, sol, lluvia, granizo… la meteorología es tan cambiante como el famoso dicho islandés. Después de almorzar subimos hasta el Mirador del Valle Rojo, un conmovedor paisaje de montañas rojas y verdes en las que destacan unas curiosas formaciones rocosas: los Pururaucas. La leyenda andina cuenta sobre una singular batalla en donde, al verse los incas superados en número, invocan a su máxima deidad Viracocha, quien responde convirtiendo rocas en soldados. “Ahora se supone que aguardan la llegada de nuevo reinado Inca", me dice Dimas. Las vistas son asombrosas. Trazamos una larga diagonal sobre terreno arenoso mientras pienso en el potencial para el esquí de montaña de la zona. Al bordear una ladera nos adentramos en un nuevo valle de alucinantes horizontes. El rojo de las laderas, el verde de los campos, las nubes negras y los contrastes de sus sombras recorriendo la puna; ni una sola población a la vista, nadie… Cada pocos metros tengo que detenerme a admirar el paisaje que me rodea. Quiero que forme parte de mí. Aprehenderlo. Es seductor y quimérico. Las laderas rojas tienen formaciones que parecen haber sido esculpidas: cañones de agua, nieve en las cumbres, lenguas grises descendiendo de ellas y mallines verdes brillantes junto a los arroyos. Cuando llegamos al Huanpococha Tambo me doy cuenta de que, efectivamente, las localizaciones de los refugios han sido acertadamente estudiadas: rodeado de unas impresionantes formaciones de roca afiladas por el viento, así como dos mandíbulas de roca gigantes y al pie de una bonita laguna.

¡Menudo despertar! Si la noche ha sido –de nuevo- abominable, el amanecer me ha hecho olvidar mis penurias: la sola vista de los valles que ayer se ocultaban tras la inclemente meteorología, hoy se muestran refulgentes bajo la luz de un sol que también ilumina montañas, glaciares y cimas de la zona. ¡Es glorioso! ¿Cómo habría sido nuestro viaje si el tiempo hubiese acompañado durante todo el trekking? Eso es algo que sólo podré averiguar, cuando algún día vuelva a recorrer los paisajes andinos que, desde ya, siento que forman parte de mí. Hasta siempre Apu Ausangate.

El valle rojo

El valle rojo
FOTO: El valle rojo
El valle rojo

CUADRO PRÁCTICO

En Andean Lodges ofrecen variados programas de caminatas y actividades de montaña en las faldas del Apu Ausangate, así como escalada hasta su cima; con el aliciente de estar comprometidos con la práctica de un turismo responsable, inclusivo y equitativo, que aporta al desarrollo sostenible de las comunidades involucradas. En concreto, las comunidades de Chillca y Osefina formaron en 2006 una alianza estratégica con la empresa mediante la que aportaron los terrenos en los cuales se encuentran los albergues y se desarrolla la ruta, y por esto, son accionistas del 20% de la empresa. Adicionalmente, reciben una cuota por cada caminante que viaja.

La temporada es de abril a octubre. Los mejores meses son mayo y septiembre. PVP Camino del Apu (5 días / 4 noches):1.550 $ Tel. 51-84-224613 info@andeanlodges.com andeanlodges.com.es

CUADRO PRÁCTICO

CUADRO PRÁCTICO
FOTO: CUADRO PRÁCTICO
CUADRO PRÁCTICO