Escribo estas líneas con el vivo recuerdo del viaje de esquí de montaña a Kirguistán que hice con Muntania Outdoors unas semanas antes del confinamiento. Y me siento muy afortunado. Primero simplemente por haberlo podido disfrutar. Y después porque varios factores hicieron de él uno de los viajes más especiales que he hecho en mi vida. Y pregunto al aire ¿qué es lo que hace unos viajes más especiales que otros?
Para esta pregunta cada uno tendrá sus respuestas. Pero creo que hay una que seguramente sea común para todos aquellos que hayamos hecho viajes en grupo: los guías. Porque un buen guía no es sólo aquel que te acompaña en el camino mostrándote lo que se ofrece a cada paso. Es el que te hace comprender mejor la nueva y extraña realidad que te rodea. El que te ayuda a relacionarte con los locales, el que te explica sus usos y costumbres, el que te da respuestas, pero te ayuda a hacerte preguntas, e incluso el que te recomienda lecturas para profundizar en ellas. Un guía sobresaliente es como un buen medio de comunicación: enseña, informa, transmite, educa, entretiene... Y si encima es amable, educado y divertido, entonces seguramente habréis ganado además un amigo. (No olvidéis invitarle a unas rondas de cervezas al final del viaje).
Sin duda no es fácil dar con guías así. Tampoco es tan fácil dar con clientes así. En mi caso, donde menos lo esperaba, en el remoto y salvaje Kirguistán, tuvimos la suerte de dar con uno: Mikel Ibarrola. Un navarro internacional que nos ayudó a saborear nuestro viaje con todos sus matices: geográfica, humana, cultural, gastronómica y deportivamente. Podría contaros más cosas de él en esta –quizás demasiado amplia- introducción. Pero prefiero que le conozcáis a través de sus respuestas a nuestra entrevista.
Cuéntanos. ¿Qué hace un navarrico como tú en un país como Kirguistán?
Bueno, lo cierto es que ambas cosas son bastante circunstanciales, uno no elige dónde nace y a veces la vida te lleva a acabar viviendo en un lugar que nunca te esperabas. El otoño de 2016 emprendí un viaje en bicicleta sin ningún destino y sin ninguna duración determinada que dos años más tarde me trajo a Kirguistán. Cuando llegué aquí, sentía que esa aventura sobre dos ruedas estaba llegando a su fin y me apetecía embarcarme en otro tipo de aventura vital. Sentí que necesitaba parar en algún lugar en el que me sintiese a gusto y dedicar tiempo a conocer un lugar, una cultura, idiomas nuevos, involucrarme más a fondo en proyectos quizá más rutinarios y poder hacer relaciones personales más profundas, sentía que quería bajarme de la bicicleta y parar. En ese momento estaba por Tajikistan y Kirguistán y pensé que Asia Central podía ser un buen lugar para mi próxima etapa vital. Había dos requisitos muy importantes para mí, uno, la diversidad cultural y otro, las montañas. Algunas partes de Asia Central cumplían esos requisitos, así que decidí probar suerte en Bishkek, la capital de Kirguistán, aunque bien podía haber sido Khorough (Pamir, Tajikistán), Almaty (Kazajistán) o Novosibirsk (Siberia, Rusia). A los pocos meses de montar mi campo base en Bishkek, comencé a trabajar en Nomad’s Land, una agencia de viajes local de viajes de trekking, mtb, alpinismo, esquí de montaña y culturales por Asia Central y aquí vivo desde entonces.
¿Por qué un viaje en solitario¿ ¿Por qué hacia el Este?
Viajar en solitario es una forma radical de viajar, radical en el sentido de que si lo pruebas, rápidamente te das cuenta de si eso te gusta o no. Lo cierto es que aunque parezca una paradoja, viajando solo te puedes llegar a sentir menos solo que viajando en compañía. El hecho de no tener a nadie con quién hablar o compartir la mayor parte del día, hace que uno se abra más a conocer gente y se olvide de cosas como la vergüenza a hablarle a un desconocido o de pedir algo si lo necesitas. La soledad nos sitúa en un estado de apertura y curiosidad más libre que cuando tenemos el resguardo de un compañero de viaje. Además, viajar en solitario tiene ventajas evidentes como hacer el viaje a tu ritmo o decidir qué hacer en cada momento sin tener que consensuar nada, algo que suele absorber mucha energía. Para mí era importante sentir la libertad de hacer lo que me apeteciese en cada momento; a veces tomando riesgos innecesarios, a veces teniendo que asumir las consecuencias de decisiones erróneas. Cuando viajas en compañía necesitas adaptarte al resto del grupo. Viajar en solitario es muy egoísta, pero eso no quiere decir que sea malo. Esa libertad de decisión en cada momento era una parte fundamental de esta aventura sin rumbo. Luego está la parte digamos más trascendente a nivel psicológico que es inherente al hecho de estar solo. Todo se hace más intenso y esos momentos de soledad ante diferentes situaciones más o menos difíciles, te hacen tomar conciencia de tus miedos, de tus habilidades, de tus sentimientos y en definitiva conocerte mejor.
Viajar en solitario es una forma radical de viajar, radical en el sentido de que si lo pruebas, rápidamente te das cuenta de si eso te gusta o no
¿Tuviste momentos de dudas? ¿Miedos?
Cuando tomas la decisión de emprender un viaje en solitario sin propósito, límite de tiempo o destino, sabes que va a haber vivencias de todo tipo y por supuesto la duda y el miedo forman parte de esa aventura personal. Forman parte de una vida más estructurada o “normal", por decirlo de alguna manera, ¡como para no darse en un viaje de estas características! Pero ni el miedo, ni la duda son algo negativo en sí mismo. Lo importante es cómo gestionas esas dudas y esos miedos cuando aparecen en tu cabeza. Si eres capaz de gestionar positivamente el miedo, sin bloqueos, se convierte en una de las mejores herramientas para anticiparse a los peligros e interpretar respuestas adecuadas. Los miedos que he sentido durante el viaje han ido variando, así por ejemplo, al principio le daba bastantes vueltas al hecho de decidir el lugar de acampada diario. Esos miedos desaparecieron al poco tiempo de estar viajando. Luego hay miedos puntuales debido a circunstancias concretas. Por ejemplo, acampar en Chechenia, el sudeste de Turquía o el norte de Irak, tuve días que me costaba conciliar el sueño un poco más de lo normal. A veces ese miedo venía más provocado por el nombre del lugar en el que estaba y su reputación en los medios de comunicación o por los comentarios de alguna gente que conocía a diario en esos lugares, que por el hecho de haber un riesgo inherente en el lugar en el que me encontraba en ese instante. Gestionar la información que uno recibe y contrastarla con la experiencia vital que uno tiene, los referentes propios, me ayudaba a controlar la intensidad del miedo. Como decía antes, si el miedo llega a bloquearte, entonces no eres capaz de tomar buenas decisiones o condiciona tu perspectiva de “lo real", llevándote a confundir realidad y opinión. Lo bueno de estar pedaleando 6-7 horas por el monte y tener que montar la tienda de campaña, hacer un pequeño fuego y cocinar a diario es que acabas el día lo suficientemente cansado como para que tu cabeza no tenga ganas de cavilaciones inútiles.
Respecto a las dudas, pues un poco parecido, la duda me ha ayudado a tomar un camino de vida más experimental, menos previsible. Durante el viaje no he tenido dudas de si estaba haciendo lo correcto o no. Esa pregunta nunca me la hice porque no hacía esto para demostrar nada a nadie, ni para conseguir un logro, sino porque me apetecía tanto hacerlo que tenía que vivirlo. Sí que alguna vez pensé que quizá estaba arriesgando un poco de más en algunas circunstancias, pero si buscas aventura tienes que sobrepasar tus límites de seguridad mental y físicos para experimentarla. Pese a ello, nunca me puse en riesgo por el hecho de probar mi valentía, sino más bien fui a ciertos lugares porque tenía curiosidad por conocerlos y poder saber de primera mano qué opina la gente que vive allí y saber un poco acerca de su realidad. También experimenté habitualmente con mis límites físicos y psicológicos. Hay muchos viajes dentro de un viaje como este.
¿Qué lugares se te han quedado más grabados en la memoria? ¿Y personas?
Me interesa la montaña y la diversidad etno-lingüística. Lo primero porque me siento cómodo en el medio natural y es fácil encontrar lugares espectaculares y tranquilos para acampar. Lo segundo porque tengo especial interés por conocer sociedades heterogéneas con una historia de diversidad cultural. Eso hizo que pasase bastante tiempo en los Balcanes, en el Caúcaso y ahora en Asia Central. También añadiría la zona montañosa del este de Turquía, el norte de Irak y noroeste de Irán, el Kurdistán histórico. Esos cuatro lugares son muy interesantes a nivel humano, histórico, social y además tienen unas montañas espectaculares y muy poco conocidas para los europeos occidentales como yo.
A lo largo de esos dos años viajando solo conocí a muchas personas y afortunadamente para mí, pocos viajeros como yo. He conocido a muchas personas sencillas y me he encontrado en muchas situaciones con personas con las que he podido compartir un rato o varios días que enriquecían enormemente mi experiencia vital. Me vienen a la cabeza incontables encuentros, por ejemplo, un pastor kurdo y su hijo que se acercaron hasta el pequeño fuego en el que preparaba el café por la mañana y me contaron la historia familiar o los días que compartí escalando y riendo con la gente de un pequeño festival de escalada en el sur de Albania o un encuentro con un sacerdote georgiano en el que nos acabamos bebiendo varias botellas de vino casero y de chacha (orujo casero georgiano), mientras afirmaba con la emoción de un borracho que los georgianos descendían directamente de una de las familias bíblicas o la familia que me acogió en su casa en el valle de Bartang, en el Pamir de Tayikistan, durante tres días en los que no podía ni menearme debido a la peor indigestión estomacal que he tenido en mi vida. No son los mejores, ni peores momentos del viaje, pero estos cuatro encuentros son una muestra del tipo de situaciones que me solía encontrar a diario.
¿Qué te llevo a no hacer fotografías y no registrar tu ruta en un blog?
El motivo por el que hacía este viaje era más una búsqueda para experimentar situaciones que un recorrido hacia alguna parte. Me atraía sobre todo la idea de intentar vivir lo más sencillamente posible y centrarme en el lugar y el momento en el que estaba viviendo, alejado del ruido y de la ansiedad que genera la necesidad de comunicación constante. Publicar un blog o fotografías puede ser algo interesante, no pienso lo contrario, pero sentía que eso me llevaría a vivir experiencias diferentes. Cuando uno quiere contar algo, en cierto modo deja de vivirlo. Es como si vivirlo se convirtiese de manera inconsciente en un medio para el verdadero fin que sería contarlo. Por otro lado, la interacción virtual que produce la publicación de un blog o fotos en redes sociales también crea la falsa sensación de no estar solo. Yo quería enfrentarme al hecho de estar solo y vivir precisamente eso.
Cuando uno quiere contar algo, en cierto modo deja de vivirlo
Después de tres meses sobre la bici, a finales de diciembre paré en Sarajevo, donde viví varios meses. Ahí alquilé una habitación de un edificio de la parte vieja de la ciudad. El piso de la planta superior del edificio estaba abandonado y la puerta se encontraba apenas entornada y sujeta con un alambre. Durante mi estancia en esa casa, entré varias veces al piso abandonado y encontré muchas fotografías y restos de una casa familiar que o bien había sido abandonada de repente durante la guerra o bien después de haber fallecido su último miembro familiar nadie había venido a recoger los objetos personales. Esa y otras historias que conocí en mi corta estancia en la capital de Bosnia y Herzegovina, me impulsaron a escribir y a hacer fotografías.
Durante un tiempo mantuve un blog no tanto de viaje en ruta, como de anécdotas literaturizadas. También me abrí cuentas en redes sociales porque me di cuenta que de otra manera era difícil mantener el contacto con la gente que iba conociendo durante el viaje. ¡Otra contradicción más en mi vida! El blog duró hasta que me volví a dar cuenta que durante la vida en la bicicleta, además de no tener el tiempo suficiente para escribir, lo que me hacía más feliz durante el viaje era vivir y no contar.
En tu opinión ¿cuándo un viaje se convierte en una aventura?
Cada uno tiene su manera de entender y vivir algo tan subjetivo como es la aventura. Para mí, la aventura tiene que ver con explorar los límites de mis capacidades físicas y convicciones sicológicas. Otro de los ingredientes fundamentales para que un viaje se convierta en una aventura es la improvisación o falta de planificación. Desde hace bastante tiempo, no leo guías de viajes, ni blogs de viajeros e intento no ver fotografías de los sitios antes de ir. Creo que la capacidad de asombrarse, la necesidad de generar respuestas improvisadas y rápidas hace que una experiencia vital sea más auténtica, sobre todo, si todo eso va a suceder en un lugar donde el idioma y las convenciones sociales te son ajenas. Mi viaje no tenía ruta, ni límite de tiempo, ni propósito de alcanzar alguna meta, esa me parecía la aventura perfecta para mí.
Creo que la capacidad de asombrarse, la necesidad de generar respuestas improvisadas y rápidas hace que una experiencia vital sea más auténtica
Por otro lado, la aventura está en uno mismo, yo puedo encontrar aventura al mismo nivel de satisfacción al conocer a una persona un día normal de mi vida diaria, al escalar una montaña en solitario, al leer un buen libro o pedaleando por una carretera perdida en las montañas del sur de Albania. El riesgo personal tiene dosis intensas de aventura, nadie lo duda, pero hay muchos tipos de aventuras de los que disfrutar y no hace falta arriesgar tu vida o pasar pánico. Cada uno tiene que encontrar su propia aventura y disfrutarla.
¿Tienes ganas de volver a la carretera?
No. Ahora mismo me interesan otras cosas y otro tipo de experiencias. Cuando llegué a Bishkek ya tenía la sensación de que me apetecía hacer otras cosas, involucrarme en otros proyectos vitales, otros tipos de aventura. Llevo más de dos años viviendo en Kirguistán y me encuentro feliz aquí. Me apasiona explorar la naturaleza de este país, practicar el alpinismo, la escalada, el esquí de montaña y el trekking, así como aprender la historia y los idiomas kirguís y ruso, observar otra cultura y conocer gente muy diferente a niveles más profundos que cuando uno se encuentra en constante movimiento. Digamos que soy feliz con mi rutina diaria en Kirguistán que aunque pueda sonar exótico o extraño a un lector lejano, no deja de ser una rutina como la que puede tener cualquier persona amante de las montañas en España. Quizás algún día me vuelvan a entrar las ganas de viajar en bicicleta o en autocaravana o a vela y se den las circunstancias para lanzarme a otro viaje, pero ahora mismo no siento ninguna excitación por hacer eso.
¿Qué es lo que hace especial para un viaje a Kirguistán?
Kirguistán es un lugar que todavía está muy lejos de convertirse en un destino de turismo masivo y esperemos que encuentre la manera de evolucionar su turismo sin generar atrocidades a la naturaleza ni cambios radicales en la sociedad, es decir, que se acerque lo máximo posible a la idea de sostenibilidad. Lo que hace especial a Kirguistán es la variedad y espectacularidad de su naturaleza que se conserva prácticamente intacta en la mayoría del país, pero también su diversidad cultural, histórica y social. En Kirguistán hay alrededor de 80 etnias conviviendo, muchas de ellas llevan aquí generaciones. Bishkek es una ciudad desarrollada prácticamente en los últimos 80 años durante la época soviética, sin embargo, Osh, situada en el valle de Ferganá, al sur del país, tiene más de 3000 años y era uno de los lugares más importantes de la Ruta de la Seda.
Lo que hace especial a Kirguistán es la variedad y espectacularidad de su naturaleza que se conserva prácticamente intacta en la mayoría del país
Por otro lado en Kirguistán apenas hay algunos refugios e infraestructura en las montañas y los accesos no son sencillos, tampoco hay mucha información de la mayoría de los montes y rutas. Todo eso hace que sea más complicado planificar un viaje. Pero, al mismo tiempo esa dificultad es la que posibilita encontrarse una naturaleza en estado puro, vivir una experiencia sin comodidades y sin internet. Esa desconexión del mundo en el que la mayoría de las personas está inmerso habitualmente, así como el contacto con la cultura nómada en las montañas kirguisas, es lo que convierte a Kirguistán en un lugar muy especial para viajar.
¿Cuáles son los puntos fuertes del viaje de esquí de montaña?
Estamos hablando de un país cuyo totalidad del territorio está formado en un 80% por montañas, es decir, esto es un paraíso para los amantes de cualquier actividad deportiva de montaña y por supuesto, eso incluye el esquí de montaña. Como decía antes, la mayoría de las montañas de Kirguistán se encuentran en estado natural, sin edificios, sin haber sufrido apenas modificaciones, eso hace que al practicar esquí de montaña en Kirguistán puedas disfrutar prácticamente en solitario de lugares tan espectaculares como la costa sur del lago alpino de Issyk Kul, el gran valle de Sussamyr o el pequeño pueblo de Jyrgalan.El clima de Asia Central es continental y con pocas precipitaciones, pero la temperatura se mantiene durante todo el invierno entre los -5 y los -20 en las zonas de esquí, eso da como resultado una nieve polvo inolvidable para los amantes del powder.
Sin embargo, lo que en mi opinión hace realmente especial un viaje de esquí de montaña a Kirguistán es que es un viaje que va más allá de la práctica deportiva. Convivir con familias kirguisas, disfrutar de comida casera, dormir en yurtas nómadas con calefacción o darse una sesión de sauna en mitad de la naturaleza después de una jornada de esquí de montaña hace que la experiencia personal trascienda al hecho deportivo. El contacto con la cultura, la historia y sobre todo, la gente, hace que viajar a Kirguistán se convierta en un VIAJE con mayúsculas. Los viajeros que vienen a Kirguistán a hacer esquí de montaña, son por lo general, gente muy viajada y experimentados esquiadores, pero al terminar el viaje suelen coincidir en resaltar el aspecto humano y vital del viaje.
La seguridad en la montaña un punto débil que hay que tener en cuenta ¿verdad?
Obviamente los recursos y la preparación de los equipos de rescate (es una osadía utilizar esta terminología en el caso de Kirguistán) no son los mismos que con los que podemos contar en otros lugares como Alpes, Rocky o Japón. Aquí hay que extremar las precauciones y ser conscientes que organizar un rescate rápido es muy complicado y difícil si no se cuenta con contactos entre la comunidad de esquiadores de montaña o alpinistas locales. También es importante ser conscientes que a parte de los guías y algunas pocas personas dedicadas al turismo, la gran mayoría de los habitantes de fuera de la capital no hablan inglés, siendo el ruso y el kirguís los únicos idiomas en los que podemos comunicarnos. Tampoco es habitual que haya conexión telefónica en muchas zonas montañosas, así que es imprescindible llevar un teléfono satélite en la mayoría de los casos. En mi opinión es fundamental contar con un guía o con un contacto profesional local que sea capaz de activar un plan de rescate lo más rápido posible a través de su red de contactos locales.
Además estamos hablando de un lugar del que no es fácil encontrar información detallada y mucho menos cosas tan importantes como partes de avalanchas, así que el conocimiento del terreno de primera mano es vital en este caso para poder tomar decisiones acertadas y no cometer errores evitables.
¿Cómo animarías a nuestros lectores a embarcarse en este viaje?
Bueno lo primero que les diría es que Kirguistán es hoy en día un país muy seguro para viajar, dónde la mayoría de la gente es extraordinariamente simpática, curiosa y hospitalaria hacia los viajeros que vienen para conocer su país y su cultura. También creo que como viajero es importante tener una dosis personal de aventura, curiosidad y cierta flexibilidad de adaptación al momento, pues aunque a Kirguistán le llaman la Suiza de Asia Central, aquí ni se hace queso, ni los relojes tienen mucha importancia. Además de una experiencia vital muy interesante, un viaje de esquí de montaña a Kirguistán es una gran oportunidad para disfrutar del sabor de unas montañas salvajes, de unas jornadas de esquí espectaculares alejado del ajetreo del mundo rápido y virtual en mitad de una naturaleza imponente y de una cultura totalmente distinta. Un viaje muy recomendable para aquellos que buscan una aventura externa e interna.