Comprar para ser libres: recuerdos de un escalador de Yosemite

Historias a pie de vía.

Simón Elías

Comprar para ser libres: recuerdos de un escalador de Yosemite
Comprar para ser libres: recuerdos de un escalador de Yosemite

La pasión por ascender montañas ha estado siempre estrechamente ligada a los movimientos culturales. Cuando a finales del siglo XVIII surgió el Romanticismo como un movimiento revolucionario contra el racionalismo de la Ilustración, qué mejor manera de atacar a la razón y al pensamiento imperante que perder el tiempo, e incluso la vida, por alcanzar una cumbre considerada inaccesible, prohibida y morada de las más cruentas historias. El romanticismo empujó al hombre, al intelectual, al pionero, a recorrer parajes antes considerados malditos.

A principios del siglo XX Alfred Jarry estrena en París la obra de teatro Ubú rey y comienza a elucubrar sus teorías patafísicas (ciencia de lo que se añade a la metafísica, así sea en ella misma como fuera de ella, extendiéndose más allá de ésta, tanto como ella misma se extiende más allá de la física. La Patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias que acuerda simbólicamente a los lineamientos de los objetos las propiedades de éstos descritas por su virtualidad) en lo que sería el germen del movimiento surrealista. En esa misma época nace el escalador italiano Emilio Comici en las Dolomitas italianas. En 1924 André Breton escribe el primer Manifiesto Surrealista definiéndolo como “un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”, y siete años más tarde, en 1931, el escalador italiano realiza la Directísima de la Civetta, escalando esta pared por primera vez por una ruta “directa como una gota de agua que cae” y desafiando toda lógica en sus escaladas, hasta su muerte en una caída cuanto contaba con treinta y nueve años.

Ese espíritu surrealista de la escalada fue trasladado desde Europa hasta los Estados Unidos por el herrero suizo John Salathé, que dedicó su vida a la meditación ascética, el vegetarianismo y trepar por la roca. Salathé fue el primero en escalar las grandes paredes del parque nacional de Yosemite en California, forjando sus propios pitones, durante la década de los años cuarenta y principio de los cincuenta. Pero algo estaba ocurriendo en los Estados Unidos durante ese periodo y es que el sueño americano comenzaba a desinflarse. Había toda una generación de jóvenes que, espoleados por las lecturas de Jack Kerouac y de William Burroughs, decidieron que la casa amueblada con modernos electrodomésticos, el coche y la vida familiar construida sobre hipotecas y pagos aplazados no era un futuro para ellos. Esta generación salió a recorrer América, a emular a los “hobos” (vagabundos, trabajadores inmigrantes que recorrían el país sin mayor aspiración que divagar y trabajar ocasionalmente para paliar un estómago hambriento) y a llevar una vida fuera de las rígidas normas de la sociedad americana de los años cincuenta.

Es durante ese momento de diáspora y vagabundeo juvenil cuando algunos amantes de la montaña deciden instalarse en un precario campamento en el parque de Yosemite y, alejándose aún más del sueño americano, dedicarse a algo tan fútil como la escalada. Con ellos comienza una revolución, no sólo técnica, en lo referente a una actividad que nace, sino también social: los escaladores se convierten ante todo en reaccionarios, viviendo alejados de una sociedad que no colmaba sus aspiraciones de libertad individual. El Campo 4, como se conocía este campamento donde los escaladores hacían enrojecer a los turistas por su lenguaje grosero, sus modales abruptos y sus ropas harapientas, fue la mejor imagen de una vanguardia que comenzó con la Generación Beat de Kerouac y culminó con el esplendor del movimiento hippie de San Francisco.

En la actualidad, la escalada, el alpinismo, no dejan de ser representaciones de nuestra sociedad paternalista, competitiva, donde se esgrimen teorías para salir de la normalidad y afrontar la incertidumbre; pero donde nadie arriesga un pedazo de su complacencia. Una sociedad que ha arrinconado los valores y se utilizan para vender lociones para después del afeitado. Hace unas décadas, todo lo que hacía falta para ser alpinista era leer El almuerzo desnudo de Burroughs, hoy es un buen trabajo y 3.500 euros en equipamiento.

Campo 4, recuerdos de un escalador de Yosemite. Steve Roper. Ediciones Desnivel, 2002.