La primera guía “oficial” del Camino de Santiago fue el Códice Calixtino, encargado a mediados del siglo XII por el pontífice Calixto II a su canciller el clérigo Aymeric Picaud, quien recorrió la ruta jacobea amparado por los monjes de la abadía de Cluny. Los textos narran obras y milagros del apóstol Santiago en las tierras de Galicia y cuenta el viaje de Picaud en el itinerario del actual Camino Francés.
El autor describe abundantes detalles sobre los pueblos y paisajes que encontró en el camino de Compostela, un inventario con datos inéditos sobre el fenómeno compostelano y los desconocidos territorios del norte de España que estaban amenazados por los ejércitos del caudillo árabe Almanzor.
El primer peregrino ilustre fue el rey de Asturias Alfonso II el Casto, que viajó en el año 813 por el trazado del actual Camino Primitivo desde Oviedo a Iria Flavia, el lugar donde fueron encontrados los restos del apóstol por el ermitaño Pelayo en el bosque de Libredón. El monarca asturiano ordenó la construcción de un santuario de culto y peregrinaje en el lugar de la aparición, despertando al mundo cristiano un fenómeno religioso y cultural que dura mil doscientos años.
En el año 951 fue el obispo francés Gotescalco quien recorrió la “ruta de las estrellas”, el campus stellae medieval, desde Francia a los confines de Galicia para rendir culto al sepulcro del discípulo de Cristo. La gran ruta jacobea estaba abierta a la cristiandad y desde entonces ha sido un camino de fe por el que han viajado imparables multitudes de corrientes arquitectónicas, artísticas, culturales, comerciales y sociales frecuentado por “francos, normandos, escoceses, íberos, georgianos, libios, cirenenses y pánfilos de Cilicia, de Judea y otras tribus y naciones. Van por compañías y falanges y con acciones de gracias presentan al Señor sus votos recibiendo el premio de sus alabanzas”, según cuenta Aymeric Picaud es su inmortal Códice Calixtino.
Los peregrinos medievales solían agruparse en lugares determinados para afrontar tramos conflictivos o peligrosos, negociar los pasajes de las travesías de las rías y las cuencas fluviales o determinar las tasas en los puentes de pago y las fronteras. El viaje compostelano era una gran aventura, los caminos no tenían ninguna señalización específica y los peregrinos incautos eran víctimas fáciles de la picaresca o mucho peor, caían en manos de bandoleros y salteadores de caminos.
En las noches despejadas la Vía Láctea marcaba el rumbo hacia la costa de Galicia, un hilo de luminosas estrellas que mantenía despiertos en los peregrinos los anhelos por descubrir un lugar especial. Los hitos jacobeos eran las ermitas, santuarios, monasterios y las fundaciones hospitalarias construidas por las instituciones religiosas y los mecenas particulares, que podían ser los monarcas y los nobles de cada territorio o viajeros ilustres que después de vivir la experiencia del peregrinaje hasta la catedral de Santiago sentían la necesidad de dejar su “sello” en algún lugar de la ruta jacobea.
La flecha amarilla es una marca humilde y universal que indica la dirección hacia Santiago de Compostela por cualquiera de los caminos jacobeos, una señal sencilla y moderna, sin más pretensión que guiar al peregrino, inventada a mediados del siglo XX por el párroco Elías Valiña, el cura de O Cebreiro. Valiña fue destinado a la parroquia de O Cebreiro en 1958, cuando era una solitaria aldea de pallozas campesinas en las montañas que marcaban la entrada a las lejanas tierras de Galicia.
El cura atendía a los peregrinos en la vieja hospedería y con frecuencia escuchaba comentarios sobre la precaria señalización del itinerario, especialmente en lugares de montaña poco habitados. En una ocasión viajó hasta Roncesvalles con unos botes de pintura amarilla, marcó la inmortal flecha jacobea desde Saint Jean Pied de Port en los pasos de los Pirineos y siguió pintando flechas en el resto del Camino en los cruces que consideraba conflictivos. A partir de entonces repetía el viaje todos los años para repintar las señales o añadir algunas nuevas, también dedicó una tesis doctoral al Camino de Santiago y fomentó la creación de las primeras asociaciones de amigos del Camino, los actuales guardianes y promotores de los itinerarios jacobeos.
El cura de O Cebreiro falleció en el año 1989 y dejó encargados a sus descendientes el cuidado de la flecha amarilla, pero ya no es necesario, en el siglo XXI rivaliza en simbolismo con la concha jacobea y encarna la esencia de las peregrinaciones actuales. El Camino del siglo XXI es la flecha amarilla.