Aunque todavía quedan unas semanas para disfrutar del esquí de montaña primaveral, se acerca el momento de colgar las tablas y empezar a darle caña a los deportes veraniegos. Pero… ¿qué hacer con el material al acabar la temporada? Deja la pereza a un lado e invierte media tarde en guardarlo como es debido para no llevarte ningún disgusto el invierno que viene. Aquí tienes algunas recomendaciones.
Es hora de reparar
Cuando ya no quede nieve para hacer más giros, revisa meticulosamente el material: tornillos, levas, cantos, cordinos… ¡que no se te escape nada! El verano es la época idónea para mandar a reparar tu material o pedir las piezas que te faltan y hacerlo en casa, con tiempo y sin estrés. De esta manera, evitarás la gran frustración de no poder esquiar en pleno mes de febrero porque tu bota está en la otra punta de Europa. También es tiempo de remiendos. ¿Guantes agujereados? ¿Parte inferior de los pantalones estropeada? ¡A por el hilo y la aguja!
Esquís: encerados y encerrados
Antes que nada, es primordial secar muy (pero que muy) bien los esquís con un trapo para evitar que su estructura se degrade con la humedad y que los cantos se oxiden. Ahora sí, coge la plancha, la cera, y manos a la obra con el último encerado del invierno. No rasques para que la suela quede protegida e hidratada hasta que los vuelvas a usar. Para huir del temido óxido que suele atacar a los cantos, afílalos y, truco del almendruco, úntalos de aceite multiusos. Guarda los esquís verticalmente y dentro de su funda para que estén protegidos del polvo y la suciedad.
Fijaciones sin tensión
Las fijaciones también se merecen un buen descanso después de una temporada entera aguantándote. Sécalas lo mejor que puedas, ciérralas para que los resortes no trabajen y hazlas brillar con un poco de aceite multiusos. ¡Aumentarás su esperanza de vida!
El ritual de las pieles de foca
Tan delicadas como caprichosas, las pieles requieren especial atención si queremos que, cuando caigan los primeros copos en noviembre, sigan agarrando tanto de un lado como del otro. ¡A mimarlas! Cuando acabes tu última excursión, sécalas desplegadas, lejos de cualquier foco de calor como el sol o la chimenea. Una vez libres de humedad, pliégalas en dos si son rectas, o sobre un plástico especial para pieles si son parabólicas. Enciérralas en una bolsa para que no estén en contacto con el aire, se podrían resecar.
Botas al pie del cañón
Las botas son un elemento que hay que saber cuidar correctamente si no queremos que acaben andando solas durante el verano. Limpia con esmero la carcasa que suele estar sucia después de recorrer a pie tramos sin nieve. Si te cuesta acceder a algunas zonas, usa tu antiguo cepillo de dientes. Para que los botines no se estropeen, sécalos al aire libre, siempre a la sombra y llénalos de papel periódico. No olvides cambiar el relleno si ves que se humedece.
Si tus botas tienen un sistema de cierre que requiere cordinos, procura que no estén en tensión. Reducirás el riesgo de que se den de sí o se rompan prematuramente.
Pilas fuera
Ya sean del DVA o de alguna linterna frontal que solamente usas en invierno, saca las pilas para que los aparatos descansen un tiempo.
¿Dónde?
¿Cantos oxidados? ¿Pieles con la cola en mal estado? ¿Botas que se desintegran? La humedad y el calor suelen ser la causa de estos pequeños desastres que se pueden evitar con facilidad. Cuando tengas el material listo para ser guardado, busca un lugar seco, limpio y fresco para su hibernación veraniega.
Renovando el material
Un último consejo, esta vez, por el bien de tu bolsillo. Haz el inventario de todo tu material y elabora una lista de lo que necesitas comprar para el invierno que viene (¡algo cae seguro!). Piensa que, fuera de temporada, encontrarás ofertas más que interesantes.