Los calendarios amanecen con el 27 de septiembre. El otoño de 2004 se desliza sobre las cimas del Tíbet, que se muestran resplandecientes tras el monzón. En el Shisha Pangma, aislado y remoto en su reducto del Langang Himal, dos siluetas ágiles progresan por las secciones superiores de la montaña. Son el guipuzcoano Unai Pérez de Arenaza y catalán Oriol Baró, que han decidido obviar las rutas tradicionales para inaugurar más de 1.000 metros de terreno virgen por la vertiente Norte. Tras una odisea técnica en nieve y hielo, con palas de hasta 70º de inclinación, hollan los 8.013 metros. Bautizan a su ruta como “Vall de Boí”, en homenaje a uno de sus enclaves preferidos del Pirineo.
Precisamente a esta sugerente comarca de Lérida se trasladaba Unaí para dedicar su vida a las montañas, a los valles y sierras, a los otoños de Aigüestortes, a hormiguear por sus conjuntos románicos y gastar leña en los inviernos rigurosos de la Alta Ribagorza. Natural de Bergara, Unai no sólo dejaba su traza en los clientes a los que guiaba con la agencia Cannyoning Sierra de Guara, también ofrecía un sobresaliente legado al alpinismo nacional por sus atrevidas ascensiones en Yosemite o Patagonia. La actividad del Shisha Pangma le valía el reconocimiento de la Federación Vasca, que le otorgaba el premio Andrés Espinosa a la mejor actividad del año.
Un triste invierno
Unai deja un legado pero también un gran vacío entre sus conocidos, en su natal Bergara y en el club en el que hacía sus primeras incursiones verticales, el Pol Pol Mendizale Taldea. Con 43 años, estaba participando estos días en una expedición científica, en colaboración con la Universidad de Barcelona, en el Vall de Conangles. Ayer, era sorprendido por un alud que sepultaba su vida y la de uno de sus compañeros, el salmantino Gaspar Giner Abati, que trabajaba como profesor en Huesca. Eran alrededor de las 9:30 de la mañana, mientras progresaban con sus esquís, cuando la montaña volvía a mostrar su sólida inclemencia, una vez más este penoso invierno que se está llevando un altísimo número de vidas, anónimas o más reputadas como la del guía Borja Ayed.
Juanmi Riu, jefe del Grupo de Rescate en Montaña del Valle de Arán, explicaba como alcanzaban la zona de la avalancha a las 10:10 y tardaban unos tres minutos en localizar, gracias al Arva, al primero de los tres hombres del grupo, un vecino del Vall de Boí, de 44 años. Lograban sacarlo con vida, consciente pero con múltiples fracturas, y se le trasladaba en helicóptero al Hospital de Vielha. Unai y Giner eran encontrados en parada cardíaca; nada se podía hacer.
Más alejado ahora de las actividades arriesgadas, Unai se encontraba en una fase de la vida dedicada a que otros puediesen disfrutar con seguridad de los lugares inhóspitos y hermosos de nuestra geografía. “En la vida y en la montaña siempre estamos tomando decisiones, adelante o atrás, y yo siempre he jugado sobre seguro”, escribía Unai hace apenas un año en un libro conmemorativo del club Pol Pol. La montaña, fuente inagotable de imponderables, muestra su lado amargo. Una amante esquiva y feroz en ocasiones. Una pasión por la que merece la pena arriesgarse, sin una razón sensata a la que acogerse.Todos hemos sentido ese impulso en alguna ocasión, y casi siempre nos hace mejores personas. “Deben transcender más los gestos de compañerismo y ayuda en la montaña que el hecho de alcanzar las cimas”. Se te echará de menos, Unai.
Unai en su trabajo como guía de barranquismo en Guara.
Foto: Cannyoning Sierra de Guara